Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Fotos de Roberto Garaicoa
La marginalidad, a grandes rasgos, es una descalificación y desventaja de las personas, y no son así porque hayan nacido con esa condición, sino por una serie de causas de tipo económicas, culturales e históricas que los han llevado hacia allí y que los han llevado a violentar normas. Hay una situación de marginalidad muy concreta cuando se dan estas confluencias.
La definición la ofreció la Doctora Elaine Morales, del Centro de Estudios Juan Marinello, en la Mesa Redonda del viernes, donde también ahondó en que no podemos asumir que alguna persona es marginal porque viva en un lugar o pertenezca a un grupo que esté estigmatizado, como puede ser el caso de los negros y los pobres, o quienes pertenecen a barrios y a zonas menos favorecidos. “Como se conoce muy bien, la Revolución Cubana se ha propuesto eliminar de su geografía ese fenómeno, pero eso tiene raíces profundas”.
Para la Doctora Patricia Arés, de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana, este es un concepto polisémico o polimórfico, porque tiene varios sentidos, con dimensiones económicas, sociales, políticas, psicológicas… “La marginación es un hecho que se produce a partir de decantaciones sociales y como consecuencia de determinados condicionamientos, pero la conducta marginal tiene una dimensión más psicológica, porque hay sentimientos de exclusión que puede tener salidas de resistencia”.
En su opinión, los comportamientos marginales se distancian de los valores, de las normas instituidas, y la jerarquización de la cultura de la marginalidad no tiene la dictadura del relativismo, porque todo lo que salvaguarde el respeto a la dignidad humana es un comportamiento deseado, y lo que no se ajuste a esto es un acto marginal.
El premio nacional de Periodismo José Martí, José Alejandro Rodríguez, aportó que la Revolución Cubana logró que los preteridos tuvieran un nuevo escenario, pero que en los 90, con la devacle de la economía tras la caída de la Unión Soviética, comenzaron a aflorar conductas alejadas del cumplimiento de los deberes sociales y surgió lo que llamamos la pirámide invertida, de modo tal que las personas con conductas deshonestas escalaran socialmente. Lo que, en su criterio, generó un caldo de cultivo para la marginalidad.
El columnista de Juventud Rebelde precisó que hoy existen especies de focos rojos que hay que atender, porque puede suceder que cuando usted no resuelve sus problemas fundamentales, usted no se conduce con la sensibilidad social que es necesaria. También señaló que a veces la marginalidad la propinamos cuando nos prejuiciamos con determinadas personas, “por eso hay que comprender que son seres humanos igual que nosotros y debemos hacer un trabajo social con ellas, porque todo el mundo tiene su corazoncito. Está faltando el trabajo social en los barrios. Hace falta un detector a tiempo de las vulnerabilidades sociales. Hay gente que siempre está sumando y dividiendo y hasta el peor de los cubanos merecen que se le atienda”.
La experta Elaine Morales insistió en que este es un fenómeno complejo. “La marginalidad lleva implícito un proceso de marginación. En el nivel psicológico implica una falta de participación, una descalificación para participar. Las políticas y la sociedad en general deben respetar el derecho de todos a participar, y en la medida en que yo participe en la solución de los problemas yo voy a tener un aprendizaje social diferente”.
A lo que Patricia Arés sumó: “Todos necesitamos de la inclusión y eso ocurre porque necesitamos sentirnos reconocidos, y esto tiene que darse en las redes de intercambio social, para que las personas sientan que tienen espacios de protagonismo. En Cuba, al margen de la voluntad política, se dieron situaciones de marginación, aunque no vivimos en condiciones de anomia social, porque hay redes de amistad, familiares y de intercambio social que son una contención a la exclusión social. Pero hay grupos humanos que han sido un poco más excluídos por la desventaja social acumulada por ser diferentes. Y se trata de construir permanentemente espacios de inclusión, de participación, porque la marginación atraviesa también el sentimiento de inutilidad. Un anciano puede sentir esto cuando lo dejan al margen, por citar un ejemplo. Y la violencia social también es una reacción hostil ante la exclusión.
“Ha sucedido asimismo que familias de muy bajo capital cultural han tenido un empoderamiento económico y un estatus valorizado a partir del tener, y de alguna manera esto ha influido en que la cultura de la marginalidad haya tenido un grado de expansión que desde la jerarquía de valores ha desplazado al comportamiento más deseable”.
Elaine Morales alertó que una de las cosas que tenemos que respetar es la manera de ser de cada grupo, que le impone una estética a su realidad y que esa cultura no la debemos descalficar. “Hay expresiones culturales que se están apoderando que no armonizan con otros patrones culturales que son más sólidos, pero tiene que ver con que ese grupo que la defiende ha elaborado la manera de hacerse ver”.
Para Patricia Arés lo contradictorio puede darse en que puede ser una expresión cultural de determinado grupo social, pero que no por ello podía legitimarse la vulgaridad o lo que afecte el desarrollo. Puso como ejemplo curioso que en una ocasión participó en un programa radial, junto a otros invitados, que se centró en el análisis de las letras del reguetón, y sus protagonistas las defendieron aludiendo que expresaban el lenguaje de su barrio y ellos querían enaltecerlo, pero las letras eran animalescas. No obstante, ella dijo que es bueno defender la cultura de origen, mas cuando salieron del lugar comprobó por el carro que usaban que el modo de vida distaba mucho de las condiciones de marginalidad.
Para José Alejandro Rodríguez, la marginalidad no tiene que ver con un grupo etario. “A veces tenemos una visión venerable de las personas mayores y ellos también son susceptible de conductas impropias, pero lo hacen con más recursos psicológicos y mejores proyecciones, pero también desarrollan conductas marginales”.
Lo marginal, puntualizó, tiene que ver con lo que va en contra del ser humano. “A veces las instituciones se portan marginalmente con las personas y lo importante es no establecer fronteras. Creo que el linde entre lo marginal y lo no marginal, y lo socialmente aceptable es un poco confuso, y lo que hay es que trabajar con el ser humano.
Elaine Morales defendió que estas no son conductas exclusivas de los jóvenes. “En todas las sociedades la juventud ha sido una población marginada porque la propia sociedad está hecha desde los adultos, y consideramos que ellos tienen que llegar hasta donde yo estoy y hacer lo que yo considero que es lo adecuado, y desde esa postura los juzgo. Los jóvenes están en un proceso de búsqueda y de análisis de su propia vida, y a partir de ahí están construyendo. Y si asumen esa conducta es a partir de que hay una sociedad que ha propiciado una reproducción de esa marginalidad. Les ha propiciado un aprendizaje que no es el que quisiéramos, pero han aprendido a legitimar sus intereses desde esas actuaciones. Y en no pocas ocasiones son los jóvenes la manifestación más aguda de cualquier conflicto social”.
Los expertos coincidieron en que hay que ir minimizando las brechas de desigualdad social para evitar que se fomente la marginalidad y alertaron que desde el punto de vista psicológico cualquier ser humano puede ser víctima de ser marginado.
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