Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Fotos de Roberto Garaicoa
Esta mujer es un torrente, un ser insondable hasta en el último momento de su muerte, por ello la trasciende y se mantiene cercana susurrándonos poéticamente dónde puede estar la grandeza del más mínimo gesto, de la expresión criollísima trastocada en ocurrencia en el medio del abismo. «Llegó la dictadura, y ella sin pensarlo dos veces se ofreció a abrir la puerta. Vilma, en tanto, “vuela” por el techo y cae en un patio de los Luis Bravo. Haydée no solo convida a entrar, sino que brinda café y se comporta como la criada de la casa, y se adelanta a los guardias con la iniciativa de una revisión… por supuesto no muestra los bajos de las cortinas, allí están las cartas… allí están parte de las pruebas, las otras la lleva a salvo Vilma, intrépida y audaz como su compañera de lucha».
Pero Haydée, este vértigo de mujer, no se agota en esta anécdota que nos trae el combatiente Carlos Amat, cuando se cumplirían sus 90 años de vida. «La Santamaría Cuadrado, evoca, iba junto a Hart, cuando a la altura de la Virgen del Camino notó que varias máquinas cargadas de esbirros se le acercaban, y corrió y tomó una máquina de alquiler, y pidió al chofer que la condujera a una clínica, desde donde llamó para anunciar que habían capturado a Hart y a Martínez Paez».
Así, colmada de luz, también ascendió a la Sierra junto a un periodista, y burló nuevamente el asedio enemigo. Se puso una bata de maternidad, y llevó por barriga un fajo de billetes donados que tenía que hacer llegar a Fidel. También en una situación semejante recurrió a la misma inventiva, pero en esta ocasión venía cargada de detonadores, y pidió hasta a los propios guardias batistianos que la acompañaran, porque ella tenía peligro de aborto y debían llevarla hasta el aserradero, y así volvió a burlar el cerco.
Y esa misma capacidad creativa, ese carisma y perspicacia genuina la hicieron merecedora del respeto y el cariño infinito de la intelectualidad cubana y latinoamericana, con quien tejió un especial puente hacia Cuba.
Roberto Fernández Retamar no escatima elogios, no puede reservarlos, está hablando de Haydée, esa mujer «no solo de gran valor físico, sino intelectual. Una mujer de un carácter legendario que se acrecentó cuando estuvo al frente de la Casa de las Américas. Hechizaba, y desde esa gracia singular creó un equipo de trabajo valioso y respetado. Cortázar, recuerda, que era un escritor refinadísimo, quedaba sin palabras frente a ella, prefería escucharla».
«Hay que insistir en que nuestro país quedó prácticamente cortado diplomáticamente al triunfo de la Revolución, solo México, en América Latina, no nos dio la espalda, y fueron el Instituto Cubano de Arte y la Industria Cinematográfica y la Casa de las Américas las instituciones que rehicieron las conexiones en medio de aquella dura tensión», rememoró Fernández Retamar.
En esta Mesa Redonda que cerró el año, y que lo hizo dirigiéndose a las cumbres de Haydée, Martha Rojas no pasó por alto la defensa acérrima que siempre tuvo hacia los jóvenes, como a los que se dedicaron a cultivar la nueva trova… y fue tanta su entrega y devoción cultural y patriótica que llegó a considerar a la Casa de las Américas su propia casa.
La cronista del Juicio del Moncada, evoca también cómo esta mujer símbolo conoció la noticia del triunfo. «Estaba en ese momento en México, a la altura del 1ro. de enero de 1959, con la encomienda de recaudar fondos y unificar a las personas que se encontraban en el exilio… así, inmersa en esa tarea supo de la victoria».
Pero quien quiera desandar más la grandeza de Haydée, debe detenerse en su corazón, en sus sentimientos… como esos que escribió a raudales en esta carta de hasta siempre al Che, cuando estuvo enterada de su muerte: «Cómo puede ser cierto, este continente no merece eso; con tus ojos abiertos, América Latina tenía su camino pronto. Che, lo único que pudo consolarme es haber ido, pero no fui, junto a Fidel estoy, he hecho siempre lo que él desee que yo haga. ¿Te acuerdas?, me lo prometiste en la Sierra, me dijiste: no extrañarás el café, tendremos mate. No tenías fronteras, pero me prometiste que me llamarías cuando fuera en tu Argentina, y cómo lo esperaba, sabía bien que lo cumplirías. Ya no puede ser, no pudiste, no pude. Fidel lo dijo, tiene que ser verdad, qué tristeza. No podía decir “Che”, tomaba fuerzas y decía “Ernesto Guevara”, así se lo comunicaba al pueblo, a tu pueblo. Qué tristeza tan profunda, lloraba por el pueblo, por Fidel, por ti, porque ya no puedo. Después, en la velada, este gran pueblo no sabía qué grados te pondría Fidel. Te los puso: artista. Yo pensaba que todos los grados eran pocos, chicos, y Fidel, como siempre, encontró los verdaderos: todo lo que creaste fue perfecto, pero hiciste una creación única, te hiciste a ti mismo, demostraste cómo es posible ese hombre nuevo, todos veríamos así que ese hombre nuevo es la realidad, porque existe, eres tú. Que más puedo decirte, Che. Si supiera, como tú, decir las cosas…»
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