Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Los cubanos hemos tenido el privilegio singular de vivir el medio milenio de las ciudades de Baracoa, Bayamo, Trinidad y Camagüey, esta última, justo este 2 de febrero, llega a tan especial aniversario, revestida de un connotado esfuerzo de parte de sus pobladores, para que la Villa del Puerto del Príncipe luciera sus mejores galas en estas cinco centurias.
Recuerdan los historiadores que con la creación del Cabildo en esta tierra, la Villa pasó a ser el centro del poder de la naciente oligarquía hatera, devenida en contrabandista, a quien solo le interesaba ganar con el lucrativo comercio de cueros. Tal hecho determinó a la larga que la Villa creciera en importancia y ganara en mayor concentración urbana; por ello, para comerciar no importaba con quiénes, hasta con enemigos de España, por tal de mejor vivir.
Así las cosas, los aborígenes no clasificaban o integraban los proyectos ulteriores para fomentar la Villa y la explotación económica regional. El Cabildo pasó a ser el baluarte del criollaje dominante dirigido a desplazar y excluir a los aborígenes de su caserío originario, que se convirtió en una villa semejante a las medievales de Europa, itinerantes y repletas de gentes desplazándose de un lado a otro, como resultado de la acumulación originaria del capital.
Siguiendo esa lógica, los cinco barrios que años después completaran la estructuración urbana, rodeando el nodo más antiguo de la Villa, fueron el resultado de la ocupación, desplazamiento y transformación agresiva por los europeos de los maltrechos bohíos indígenas diseminados por todo el entorno. Barrios que por primera vez en el siglo XVII comenzaron a ser reconocidos por nuevos nombres, entre otros, la Merced, San Juan de Dios, San Francisco de Asís, Santa Ana y el Cristo.
Consecuencia de todo del desplazamiento forzoso de los indígenas y negros hacia el espacio libre o «arrabales» entre la «Villa española» y las dos venas de aguas de los ríos Hatibonico y Tínima, surgieron las localizaciones Canabacoa, Juruquey, Ticunicú, Jayamá, en los alrededores del poblado colonial.
Finalmente el patrón organizativo de los peninsulares terminó por «amoldarse» a la realidad del caserío autóctono, haciendo pervivir en el futuro el esquema de plazas y barrios «criollo-españoles» entre calles retorcidas y estrechas, cual rezagos de los trillos o senderos entre los bohíos indígenas.
Así se fue moldeando la fisonomía de la Villa principeña que, al decir de José Rodríguez, jefe de la Oficina del Historiador, llega a esta edad con su misma magia, un propósito que han compartido quienes han laborado intensamente en su restauración.
“Creamos el programa Ciudad 500, que se convirtió en la herramienta principal para acometer toda la gigante reparación de decenas de objetos de obras, los cuales implicaron una reparación detallada de nuestro patrimonio”, expresó el Historiador en la Mesa Redonda de este viernes.
Sobre las manos laboriosas que se entregaron a favor de este propósito, mencionó a muchos, pero sobre todo a los jóvenes, con quienes se ha trabajado en la recuperación de viejos oficios y olvidados, vinculados con la restauración. “Pero no nos conformamos solo con que se formaran como excelentes restauradores, sino que aspiramos también a que amen a su ciudad”.
La primera gran intervención que hicimos, dijo, fue en la calle Maceo, no solo en su dimensión física, sino también en lo moral y social. “Hemos perseguido también reproducir el imaginario popular en lugares que afiancen la identidad. Igualmente se rescata el inmueble, exponente más valioso del eclecticismo en Camagüey, que deseamos convertir en un espacio de convenciones”, añadió.
Entre los conceptos que hemos defendido en este proceso, precisó, es que esta no es una meta intermedia, sino una perspectiva de futuro.
Omar José Lezcano Góngora, presidente del Gobierno Municipal de esta Ciudad Patrimonio Cultural de la Humanidad, desde el 2 de febrero de 2009, se detuvo en algunas de las edificaciones recuperadas para la ocasión y en las cuales se ha trabajado desde hace varios años: el Teatro Avellaneda, la Quinta Amalia Simoni, y el edificio conocido como La Popular, en la Plaza de los Trabajadores, los cuales son escenarios significativos de la ciudad.
La directora provincial de Cultura, Irma Horta, puso su mirada sobre uno de los valores intangibles más preciados que los camagüeyanos han sabido cultivar: su rico y portentoso acervo cultural en diversas manifestaciones, lo cual coronará todo este especial agasajo.
“Entre todos entretejimos un ambicioso programa de actividades, el cual incluye unas 786 propuestas que llegarán también a los consejos populares distantes de la ciudad. Este amplio plan lo configuramos a partir de nuestras tradiciones, por ello comenzamos con la habitual lectura del bando, va a haber un desfile con artistas de la provincia, y en la noche del 1ro. de febrero, esperando el día 2, vamos a tener nuestra gala inaugural, que contará con la participación de unos 852 artistas y mil pioneros”.
El día 2, sostuvo, tendremos la cancelación de un sello postal, en el parque Agramonte, por las principales autoridades de la provincia y por las autoridades del país; y en la noche celebraremos nuestra Asamblea Solemne del Poder Popular.
Isabel Graciela González, la presidenta del Gobierno en la provincia de Camagüey, refirió que para el 500 aniversario no solo se embelleció la ciudad, sino que se trabajó arduamente en el cumplimiento de los programas productivos. “El territorio se ha organizado para la recuperación de los lotes cañeros, de la ganadería… porque también tenemos el compromiso de cumplir con nuestros planes económicos.
“Abogamos mucho porque los más de 700 mil habitantes que tiene esta provincia hicieran suyo el aniversario, y a su vez porque todos cuidemos lo logrado. Se ha trabajado fuertemente en más de 500 objetos de obra en la ciudad y en el municipio de Nuevitas se laboró en más de 300 objetos de obra”.
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