Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Fotos de Roberto Garaicoa
Hay nombres que de solo mencionarlos nos remiten a la estatura moral de esta nación o a la altura de los sueños de un país que encontró en ellos la fuerza redentora y sublime para cambiar sus destinos.
Por ello, este 27 de febrero, no podía ser de otra manera la evocación a Céspedes, quien genera ese sentimiento profundo y anchuroso. Y aunque el calendario podría marcarnos la certeza de que 140 años atrás cayó en San Lorenzo, abandonado un poco a su suerte en la quietud de la Sierra Maestra, prefiero detenerme en su actitud de guerrero, que no le permitió rendirse aunque algunos injustamente le hubieran dado la espalda y salió a hacerle frente al enemigo, muriendo como solo supo vivir: dignamente.
Yoel Cordoví Núñez, especialista del Instituto de Historia de Cuba, rememora cómo sucedieron los acontecimientos aquel triste día: El desenlace fatal se avizoraba. El Padre de la Patria, luego de sus acostumbradas tareas diurnas, incluida la última partida de ajedrez con su coterráneo Pedro Maceo Chamorro, sale a visitar a algunos vecinos de la intrincada comarca, en donde enseñaba a leer y escribir a los niños y dialogaba con los campesinos de la zona. Una niña se aproxima a la casa de “Panchita” Rodríguez, donde se encontraba Céspedes, y por el camino descubre la presencia de soldados españoles. Al parecer, una traición ponía al descubierto su paradero.
El patriota, revólver en mano, sale del bohío. Los españoles emprenden la persecución abriendo fuego. Un capitán, un sargento y cinco soldados lo persiguen. Los españoles intentan capturarlo vivo, pero el bayamés dispara sin detener la carrera. La hora final llegaba. El sargento Felipe González Ferrer se le encima, y ante un último esfuerzo de Céspedes por neutralizar de un disparo a su rival, el sargento acciona su fusil y a quemarropa le perfora el corazón.
Lo que nunca sospecharon aquellas huestes que pretendieron apagar su luz, fue que su obra ya pertenecía a la memoria inmortal de Cuba. No podría ser de otra manera. Seis años atrás, al mediodía del 10 de octubre de 1868, en el ingenio La Demajagua, este ilustre bayamés había cambiado los destinos de los hijos de la tierra de las palmas.
Siguiendo el relato de los sucesos del 10 de octubre, dice el general Bartolomé Masó: “El General en Jefe reunió sus esclavos y los declaró libres desde aquel instante, invitándoles para que nos ayudasen si querían, a conquistar nuestras libertades; lo mismo hicieron con los suyos los demás propietarios que le rodeábamos”. Así Carlos Manuel de Céspedes acababa de entrar en la historia al retar el secular poderío español con un puñado de hombres desarmados, compulsados por el aliento de Independencia o Muerte.
El domingo 11 de octubre, alrededor de la una de la mañana, partió Céspedes con sus fuerzas de La Demajagua. Y con el ya bautizado Ejército Libertador marchó en dirección a Yara, donde los patriotas estrenaron el grito de ¡Viva Cuba libre! y donde por primera vez los cubanos probaron su determinación de batirse, aunque fuera con unos cuantos fusiles anticuados, con el afamado ejército español.
Pero Yara nos dejó otra lección de patriotismo, aunque resultara una derrota militar. Aquella fue una prueba tremenda para Céspedes, quien inmediatamente reaccionó ante su primer descalabro. Aquella negra noche del 11 al 12 de octubre de 1868, cuando reanudó su marcha hacia la Sierra con un puñado de hombres, uno de ellos apuntó qué pronto había terminado la empresa iniciada en La Demajagua. Y según el testimonio de otro de los acompañantes, Céspedes se irguió sobre los estribos y replicó: ¡Aún quedamos doce hombres; bastan para hacer la independencia de Cuba!
Pero su grandeza no se circunscribe solo a estas cumbres, el Presidente de la República en Armas, quien el día de la Asamblea de Guáimaro conoció del interés de algunos por vincularse a Washington, no necesitó mucho tiempo para llegar a la convicción de que nada tenían que esperar los revolucionarios cubanos de ese Gobierno. Así lo revelan dos escritos suyos de 1870. El primero es un manifiesto «Al pueblo de Cuba» fechado el 7 de febrero de dicho 1870; el segundo es una carta a José Manuel Mestre, sucesor de Morales Lemus como representante diplomático de Cuba en Estados Unidos, de fines de julio. En el manifiesto expresa: Al lanzarse Cuba a la arena de la lucha, al romper con brazo denodado la túnica de la monarquía que aprisionaba sus miembros, pensó únicamente en Dios, en los hombres libres de todos los pueblos y en sus propias fuerzas. Jamás pensó que el extranjero le enviase soldados ni buques de guerra para conquistar su nacionalidad (…)
En la carta de Mestre se aprecia la clarividencia política de Céspedes. Dice así: Por lo que respecta a los Estados Unidos tal vez esté equivocado, pero en mi concepto su gobierno a lo que aspira es a apoderarse de Cuba sin complicaciones peligrosas para su nación y entretanto que no salga del dominio de España, siquiera sea para constituirse en poder independiente; éste es el secreto de su política y mucho me temo que cuanto haga o proponga, sea para entretenernos y que no acudamos en busca de otros amigos más eficaces o desinteresados.
Durante su gobierno al calor del combate libertario, Céspedes, quien prefirió perder a uno de sus hijos por no aceptar chantajes ni claudicar en sus principios patrios, y sostuvo sus fuerzas para tamaña decisión en la disposición a ser el Padre de todos los cubanos, sustentó la idea de dar un carácter nacional a la guerra, para ello nombró, el 1 de junio de 1869, a Domingo Goicuría en el cargo de jefe de operaciones de Pinar del Río.
Advierten los expertos que fraguó la idea de invadir el occidente de la Isla, lo cual sólo pudo materializarse años más tarde. Fue partidario de destruir las riquezas de España en la Isla de Cuba para socavar sus fuentes de sustento de la guerra y trató de llevar la guerra al mar, para lo cual nombró oficiales de la marina y otorgó patentes de corso.
Igualmente, según criterios de los expertos, sostuvo total intransigencia en cuanto a la conquista de la independencia, siendo muestra de ello el hecho de que el 15 de febrero de 1871 declaró traidor a todo el que entrara en negociaciones con los españoles.
Céspedes, como lo definiera el Doctor Eusebio Leal Spengler, fue adalid de un límpido patriotismo que entrañaba una vasta cultura y visión global de la sociedad de su tiempo. Solamente teniendo en cuenta ese fundamento cultural y cosmopolita de su personalidad, es que puede entenderse su inclinación resuelta a la independencia total y absoluta de Cuba.
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