Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Fotos de Roberto Garaicoa
Aquel domingo 19 de mayo de 1895, mientras un sol inclemente se elevaba casi hasta el cenit, tropas españolas avanzaban por la margen izquierda del Contramaestre. Estaban al mando del coronel José Ximénez de Sandoval y Bellange, que había quedado a las órdenes del general Juan
Salcedo y Mantilla de los Ríos en la reorganización de los territorios militares de la “provincia de Cuba”, hecha por el recién arribado general Martínez Campos. El general en jefe español estaba convencido de que si no lograba ahogar la revolución en su cuna, si Máximo Gómez conseguía pasar el Jobabo y la presencia de Maceo avivaba la llama de la contienda en Oriente, habría guerra para rato. Eso en cuanto a los dos grandes caudillos cubanos, a quienes conocía personalmente y respetaba, pero en esta ocasión sabía que se enfrentaba también a otro líder que, si bien no era militar, se había acreditado como el alma de la revolución, el abogado José Martí y Pérez, que según los medios españoles tenía el título de Presidente de la República o de la Cámara Insurrecta.
Con pasajes semejantes nos coloca el Doctor Rolando Rodríguez, en su libro Dos Ríos: A caballo y con el sol en la frente, en aquella fecha dolorosa para Cuba, en la que cayó un hombre para nacer un Apóstol, y en la que la luz de aquel sol presenció la muerte de este hombre bueno y que como bueno ilumina centenariamente esta nación.
En esta exhaustiva investigación, el autor analiza, mediante sólidas fuentes documentales, aristas polémicas o poco conocidas relacionadas con la muerte del Apóstol, el 19 de mayo de 1895, en Dos Ríos, en su primer y único enfrentamiento a las tropas españolas.
“Estas páginas —explican sus editores— constituyen una valoración novelada de un grupo de acontecimientos cenitales, dudas y enigmas que más de un siglo después continúan convocando a estudiosos cubanos y a las nuevas generaciones de lectores que, desde su perspectiva, se acercan a nuestra historia”.
En su intervención en la Mesa Redonda de este lunes, 119 años después de la inmortalización de José Martí, el Doctor Rodríguez recordó que el Héroe Nacional no llevaba consigo su Diario de Campaña en el momento de su muerte, cuando los guerrilleros le ocuparon la carta inconclusa a Manuel Mercado y otras pertenencias entregadas al general Ximénez Sandoval.
El 18, en los ranchos abandonados de José Rafael Pacheco, capitán mambí, hermano de José Rosalío, donde se había dispuesto desde el día 13 el campamento insurrecto, después de preparar circulares de guerra e instrucciones, Martí había comenzado a redactar su carta a Manuel Mercado, en la que un pasaje resulta vital para comprender con toda profundidad su pensamiento y proyección. Le decía: “…ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país y por mi deber -puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo- de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso. En silencio ha tenido que ser y como indirectamente, porque hay cosas que para lograrlas han de andar ocultas, y de proclamarse en lo que son, levantarían dificultades demasiado recias para alcanzar sobre ellas el fin (…) Viví en el monstruo, y le conozco las entrañas : -y mi honda es la de David”. Poco después había llegado Masó al campamento, con un día de demora sobre lo que le había dicho en su nota del día 16. Entonces, el Apóstol levantó la pluma del papel, dejó la misiva inconclusa y la guardó en un bolsillo de su saco.
El Premio Nacional de Historia, a quien se le dedicó la última Feria Internacional del Libro y la Literatura, comentó en este espacio que Martí no llevaba su acostumbrado bigote porque se lo había afeitado y su vestimenta, con la que aparece representado en las reproducciones pictóricas, difiere de las ropas que describen los apuntes de su diario. Vestía de saco negro, pantalón claro, sombrero negro de castor y borceguíes negros.
Relató el historiador que la línea de tiradores españoles en Dos Ríos estaba ubicada a la derecha de Martí, quien fue impactado en el maxilar superior, la pierna derecha y el pecho. Al tiempo que descartó que el Apóstol fuera rematado por los guerrilleros Oliva y Diéguez, quienes fungían como guías de las fuerzas colonialistas. Aclaró que el primero fue muerto en Palma Soriano al finalizar la dominación española, en tanto, Diéguez abandonó las fuerzas ibéricas y se sumó a las filas independentistas, en las que alcanzó el grado de coronel.
Sobre la acción militar, destacó la colocación de las tropas en Dos Ríos, donde el Héroe Nacional recibe la orden de Máximo Gómez de retirarse de la zona de conflicto, pero Martí no puede soportar la idea de no participar en el combate y se lanza a la carga por una zona extrema del campo de batalla, donde una docena de guerrilleros abre fuego sobre el Apóstol, convertido por azar en un jinete aislado.
Gómez sabía que señalarle aquel día que estuviera ausente del peligro, cuando hacía poco había estremecido el espíritu viril de la tropa con una exhortación a luchar hasta la muerte por la conquista de la patria libre, resultaba exigirle en demasía a aquel hombre de nervio entero. Tal parece que pudiera escuchársele, cuando después de ir al frente hubiese tratado de justificar su desacato a una orden que no tenía por qué obedecer, con la afirmación de que le habría parecido femenil quedar aguardando el regreso de los combatientes.
El Profesor Titular de la Universidad de La Habana considera que seguro los sentimientos de Martí, su pasión, sin dudas llevados a la exacerbación por el combate y hasta por el reto interno que constituyó la orden de que se retirara del frente, se impusieron. En medio de la confusión causada por la dureza de la defensa española, que presagiaba la retirada y el revés, decidió avanzar heroicamente quizás con la idea de que su ejemplo podría arrastrar a una tropa que Gómez apuntaría que en esos momentos flojeaba y le faltaba brío.
El también Premio Nacional de Ciencias Sociales defiende la idea de que Martí, después de la indicación imperativa de Gómez de que retrocediera, no se marchó del lugar. Seguramente, mientras se producía el primer choque contra la avanzada española, debió quedar a la derecha de la ruta que tomaba curso paralelo al Contramaestre, y a unos 150 metros de la margen del río. A su izquierda, hacia el centro del lance bélico y batido por la defensa española, bregaba Gómez con sus fuerzas. Posiblemente, Martí merodeó por el entorno en busca de la manera de aproximarse al escenario inmediato de lucha. Hasta que al fin, y sin que nadie se percatara, acompañado de Ángel de la Guardia, de quien se dice pasó a su lado después de cumplir una misión encomendada por Masó, y al que invitó a marchar con él a la carga, en arranque ardoroso se lanzó al galope en pos del olor a pólvora y el zumbido de los plomos. En la mano solo llevaba, aquel mediodía, su revólver colt con empuñadura de chapas de nácar, regalo de Panchito Gómez Toro.
Refiere Rolando Rodríguez en su libro que estaban a unos 50 metros a la derecha y delante del general en jefe de las armas cubanas cuando, sin saberlo, presentaron un blanco excelente a la avanzada española, que estaba envuelta por los yerbazales del campo de batalla. Al pasar entre un dagame seco y un fustete corpulento caído, los disparos de los emboscados dieron en el cuerpo del Maestro, la luz cenital lo bañó, soltó las bridas del corcel, y su cuerpo aflojado fue a yacer sobre la amada tierra cubana. De su revólver, atado al cuello por un cordón, no faltaba ni un cartucho. Había acontecido la catástrofe de Dos Ríos, entre las 12 y la una de la tarde.
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