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¿Apocalípticos o integrados frente al consumo cultural?

Publicado el 20 febrero 2015 en Mesa Redonda,Cultura,Sobre la Mesa,Temas Nacionales

Sobre la Mesa se puso un análisis entre creadores y críticos sobre lo que producen y distribuyen nuestros medios y su eficacia frente a opciones alternativas que niegan o demeritan lo cubano.

Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda [1]

Fotos Roberto Garaicoa

El consumo cultural es un proceso activo, en el que las personas aceptan, rechazan y negocian la producción de sentidos y de significados que se les propone. Sobre esta construcción teórica, de gran fuerza en las Ciencias Sociales, que está vinculada a la apropiación de bienes y servicios culturales, dialogaron diversos expertos en la Mesa Redonda de este viernes.

Pedro Emilio Moras, investigador del Instituto Juan Marinello, explicó que la forma de participación que tienen por excelencia los cubanos frente a ese consumo es como público, “lo que nos hace similares a América Latina, por ello es pertinente adentrarse en las percepciones de las personas de por qué consumen unos productos y otros no”. Además, dijo, la principal fuente de consumo son los medios y, en especial, la televisión.

“Estos elementos, refirió, se conocen por investigaciones con grandes mapas que caracterizan prácticas y algunas motivaciones, y otras de perspectiva cualitativa que tratan de explorar, desde el análisis de las mediaciones, el consumo cultural. En nuestro caso, el último estudio lo relacionamos con la participación cultural, por la importancia que tiene trabajar con las demandas”.

El vicepresidente de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba, Pedro de la Hoz, añadió que este resultado evidencia una tendencia social vinculada con la era mediática en la que vivimos. “Las tecnologías, desde la irrupción del cine y la televisión, se han impuesto en este siglo. Lo visual impera, y las tecnologías no son ni buenas ni malas, todo depende de la ética con que se utilicen”.

Para la máster Madga Resik, las nuevas tecnologías tienen un peso tremendo en la distribución de estos productos, por ello es tan valioso pensar en lo que ofreceremos, si es cultura o pseudocultura. “Y en el caso de nuestra sociedad se abre hasta el consumo alternativo, por ello hay que desarrollar una percepción crítica en el receptor, porque los consumos acríticos son dañinos. Habrá que pensar mucho más la sociedad cubana desde todos los puntos de vista, y el consumo cultural no escapa a esa posibilidad”.

Pedro Emilio Moras hizo énfasis en que el consumo se refiere a un concepto, y no está limitado a la cultura de los medios, sino que tiene que ver con prácticas de la vida cotidiana y con múltiples mediaciones. “Las necesidades culturales son crecientes, mientras más interactúas con un producto más le pedimos para que satisfaga nuestras expectativas”.

Magda Resik apuntó, sobre esta arista, que está el tema de la elección y de la accesibilidad. “Las personas asumen la televisión y se la cuestionan porque en millones de hogares cubanos hay un televisor. Es un medio accesible y suple determinadas carencias locales. Sin dudas, tiene un peso fundamental en la sociedad nuestra”.

Pedro Emilio Moras sostuvo que el consumo refleja comportamientos y es un espacio de diferenciación porque está determinado por la solvencia económica. “Por ello existen políticas que ponen a disposición de la población determinados productos, y es determinante conocer el fenómeno en la búsqueda de alternativas”.

Pedro de la Hoz acotó que hay que considerar otros espacios, ver su funcionalidad y visibilidad. “Los espacios de la comunidad, por ejemplo, tienden a asumirse desde una visión pobre y disminuida, y son espacios en los que puede entrar la diversidad cultural. Hay tres lugares insignes que demuestran esa fuerza: la Noche santiaguera, que es una trama escalonada de consumos culturales. Otro espacio es el Mejunje, que transversaliza la visión de la cultura y es participativo y barato.  Y el otro, un poco más caro, pero igual de legítimo, es la Fábrica de arte”.

Sin embargo, dijo Moras, cuando miras el país esto se complejiza, porque los espacios creados no logran solventar todas las demandas, y sobre todo entre los más jóvenes. “La clave del asunto puede estar en construir con el involucramiento de los actores y no reducir la propuesta a lo que tú quieres. Tiene que ser una especie de espiral donde se vayan proponiendo nuevas exigencias estéticas y se enriquezca el horizonte espiritual. Lo demás es una operación comercial y de facilismo”.

Esta práctica exige conocer a los sujetos, negociar… Y los procesos educativos tienen que partir de los conocimientos, de la cultura y no del establecimiento de raseros. Sobre estos aspectos, Pedro de la Hoz aportó: “Hay que negociar y hacer cosas prácticas. Hay ejemplos que demuestran que es posible, por lo que progresivamente hay que construir sujetos cada vez más enriquecidos”. A lo que Magda acotó: “El consumo se educa”.

Dos estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, quienes realizan sus tesis de Licenciatura sobre esta temática, coincidieron en que este escenario del consumo está atravesado ahora por las redes tecnológicas y sociales, lo cual determina que las personas no se relacionen a partir de edades o de espacios geográficos, sino a partir de intereses compartidos.

El consumo, reflexionaron, funciona para pensarnos como sociedad. Es una forma de reproducir sentidos y está mediando la sociedad de hoy, donde están cambiando prácticas. También la narrativa por excelencia de la época moderna son los audiovisuales, porque constituyen una forma de expresión para entender la sociedad.

Pedro de la Hoz insistió en que también la información cultural debe establecer jerarquías, porque  a veces es distorsionada. “El Ministerio de Cultura está poniendo mucho énfasis en poner al derecho las cosas, para desplazar lo insulso. Y si bien está cambiando el paradigma del consumo con las nuevas redes tecnológicas, ningún soporte mata al otro. No lo hizo la radio con la imprenta, ni tampoco el cine con la radio… y así seguirá sucediendo”.

Magda Resik ponderó el hecho de que hay que trabajar más en lo local. “Hay que generar procesos en estos espacios y para ello la cultura cubana tendrá que seguir teniendo un mecenazgo   institucional: no podemos comercializar con la cultura a ultranza y la sociedad tiene que hacer un esfuerzo para sostenerla”.

Pedro Emilio Moras destacó en su intervención que la institucionalidad de la cultura no puede solventar todos los gustos y demandas, que son segmentadas. Por esta razón hay que trabajar con las necesidades en la construcción colectiva de los espacios. “Las personas perciben que lo que se ofrece no es lo que desean, porque predomina la perspectiva pasiva de que la cultura viene de arriba cuando debe construirse colectivamente la propuesta”.

Pedro de la Hoz recordó que los conciertos son costosos, mientras hay elementos autónomos que se desprecian. “No se puede esperar a que de arriba te resuelvan todos los problemas. Tenemos también que repensar el sistema de casas de cultura, porque no puede funcionar como hace 40 años atrás, pero tampoco se pueden obviar, porque son un núcleo comunitario esencial”.

Pedro Emilio Moras, investigador del Instituto Juan Marinello, explicó que la forma de participación que tienen por excelencia los cubanos frente a ese consumo es como público.

El vicepresidente de la Unión de Artistas y Escritores de Cuba, Pedro de la Hoz, añadió que este resultado evidencia una tendencia social vinculada con la era mediática en la que vivimos.

Para la máster Madga Resik, las nuevas tecnologías tienen un peso tremendo en la distribución de estos productos, por ello es tan valioso pensar en lo que ofreceremos, si es cultura o pseudocultura.

Dos estudiantes de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, quienes realizan sus tesis de Licenciatura sobre esta temática, coincidieron en que este escenario del consumo está atravesado ahora por las redes tecnológicas y sociales.


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