Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda
Fotos: Roberto Garaicoa
A 120 años del inicio de la Invasión de Oriente a Occidente, heroica gesta mambisa de 92 días que encabezaron Antonio Maceo y Máximo Gómez, la Mesa Redonda convocó a reconocidos historiadores para valorar la trascendencia de aquella campaña militar dentro de la Guerra Necesaria de 1895.
Ángel Jiménez aseguró que para los patriotas que conspiraban era fundamental darle un carácter nacional a la contienda. “Por ello se retoma la idea, que en no pocas ocasiones se frustró. Desde octubre del 1868, Eduardo Mármol preparaba un contingente para que su hermano lo trajera a Occidente. Más tarde, a finales de los 70, Luis de la Masa salió del sur de las Villas, bordeó la Ciénaga de Zapata y llegó hasta Batabanó, lo que después de un falso juicio fue ejecutado.
“En 1874, ya muerto Céspedes, el Gobierno le dice a Gómez que conduzca la invasión. Y en 1895, la idea de la invasión nadie pudo quitársela a Gómez de la cabeza. El 22 de octubre Maceo sale de Mangos de Baraguá y Gómez está en las Villas, esperándolo”.
El destacado historiador recordó que los objetivos fundamentales de esta gesta eran lograr extender la guerra, obligar a Martínez Campo a pasar a la defensa y destruir la riqueza occidental que se concentraba, fundamentalmente, en Cárdenas-Jagüey-Colón, con las grandes producciones cañeras.
El presidente de la Unión de Historiadores de Cuba, Roberto Pérez, sostuvo que Maceo y Gómez sintetizan la evolución de todo un pensamiento. “Son los líderes descollantes que protagonizan la proeza. Y al decir de Fidel, el maestro de los jefes militares de los siglos XIX y XX, es Máximo Gómez. El maestro y el más brillante jefe militar, símbolo de internacionalismo, ya que en 1861 es que se radica en Cuba.
“Gómez combatió en las contiendas bélicas del 68 y el 95, y sobrevivió las guerras en Dominicana, porque era un jefe militar inteligente e intuitivo. Estuvo en cientos de combates de los más temerarios y violentos y solo sufrió dos heridas. Eso se debe a la casualidad, pero también a su instinto y a la manera de pensar las maniobras combativas”.
En su mirada a la impronta de Gómez sintetizó: “Las principales hazañas y proezas del 68 y el 95 fueron dirigidas por él. La historia no podría contarse sin su nombre. Máximo Gómez, quien fue catalogado como una leyenda, desplegó el plan militar más audaz de la centuria”.
Tampoco olvidó mencionar el conocimiento, la cultura y la lealtad que habitaban en Gómez. “Este es un jefe militar que profesó amor por sus hombres y por los jefes que él formaba. Gómez fue el primero que honró la memoria de José Martí y la del primer corneta. Igualmente protagonizó, junto a Fermín Martín Domínguez, la primera recordación que se hizo en el lugar donde cayó Ignacio Agramonte. Como también fue con una cruz de madera preciosa a señalar el lugar donde cayó Antonio Maceo. Eso es lo que hace posible que hombres de pueblo, que no salieron de una academia militar, tuvieran la inteligencia, la cultura y el valor para comprender las circunstancias que estaba viviendo Cuba”.
Del Lugarteniente General Antonio Maceo no tiene menos que decir: “Fue su mejor alumno. Uno de los principales jefes militares que reiteró su gloria en más de 600 acciones combativas. Y aunque sufriera 27 heridas en su cuerpo, las balas y el arma blanca no doblegaron su voluntad”.
No solo reconoció el arrojo de Maceo, ni el valor y la fuerza que lo catapultaron de sargento a mayor general, y después a Lugarteniente General, sino su capacidad y agudeza.
En la descripción de este binomio excepcional, Ángel Jiménez echó mano a una elocuente anécdota: “Dicen que durante una tertulia de militares españoles, llegó uno de los veteranos y añadió que Máximo Gómez es el hombre que nos torea, y Antonio Maceo el toro que nos embiste”.
Sobre la capacidad estratégica del Generalísimo, aportó que en el 95 no es el mismo de hace 20 años atrás. “Si en aquella primera ocasión consideró que debía ir un jinete por cada cuatro hombres, ahora es del criterio de que deben ir dos infantes por cada un jinete. Es de la concepción de que la marcha debe estar viva, no importan los flancos, hay que buscar siempre el frente limpio.
“Entre los ardides que concibió estuvo el de Iguará, donde se desprende de la infantería, y amaga a los españoles con esta idea. Así lo esperan por el llano, pensando que era solo la caballería, sin embargo, se metió en la Sierra de Guamuahaya y desorientó al enemigo. En el caso de la batalla de Mal Tiempo, como tenían solo dos cartuchos por combatiente, ejecutó una machetada tremenda.
“Gómez entra en Matanzas y le desfila por el frente a Martínez Campo, que estaba en Colón. Le pasa por el este y por el norte. Pero Martínez Campo, que era en su época uno de los más connotados jefes militares españoles, quiso hacerle una estratagema a Gómez, y sitúo en Guanábana y Alacrán seis columnas, para trabar combate en Coliseo y apartar al contingente de invasores.
“En aquel entonces parece que se va a dar el Ayacucho cubano, pero Gómez sacó a las tropas del combate. Hay quienes conjeturan que los telegrafistas del ferrocarril le habían informado a Maceo que la trampa estaba armada. Pero él recogió y se fue. Martínez Campo esperó en vano. Al día siguiente, Gómez hizo el lazo de la invasión, que es de giro y es de trampa.
“Martínez Campo se entusiasma porque ve que se están retirando y desarma su rutina militar, y el 28 de diciembre, el Día de los Inocentes, Gómez entró en La Habana sin nadie que se le opusiera. La campaña logró todos sus objetivos y eclipsó las estrellas militares de Martínez Campo”.
Para Roberto Pérez, la importancia política de la invasión no es solo que se demostrara su incapacidad, porque Martínez Campo fue un gran jefe militar, sino que se mostró la incompetencia del colonialismo español. “Lo retiran entonces porque su concepción no fue exitosa, y la sugerencia de Weyler implicó un cambio de política en Cuba. Como la base de la guerra era el apoyo popular, la Reconcentración se propuso sobre todo aniquilar las bases de ese Ejército Libertador, que era el pueblo. Pero tan arraigada estaba la idea de la independencia, que ni la ausencia de grandes hombres detuvo ese propósito”.
En su intervención, redondeó que también Maceo era tremendo torero. “Le aseguró el paso de Gómez por Camagüey e hizo su campaña en Pinar del Río”.
Sobre las repercusiones de la estrategia invasora, aludió a que debilitó las bases del entreguismo español, y se causó una crisis en la producción azucarera y tabacalera. Y, en el plano insurrecto, se pasó a la fase nacional, se aminoró el regionalismo y el caudillismo, porque la invasión fue, además, un factor que contribuyó a la unidad.
En su opinión, lo que impidió que se alcanzara la victoria no fueron esos problemas, había cosas que estaban ajenas a la voluntad del pueblo cubano: contextos internacionales, lo que pasaba con el capitalismo a nivel global… “Esta guerra, lo dijo Gómez, era cuestión de tiempo. España la tenía perdida. No podemos decir que se hubieran superado todas las contradicciones, pero el arte militar cubano superó al español. Precisamente por esto fue que esta hazaña inspiró a Fidel, y una de las dos columnas en 1958 llevaba el nombre, con toda intención, de Antonio Maceo, en recordación a esa gesta”.
Sobre estas campañas, advirtió que hay muchas similitudes que no son forzadas. “Hay realidades objetivas que las condicionan. El movimiento de Oriente al Occidente es propio de que esta sea una isla larga y estrecha y de que el enemigo ha estado en el occidente. Además, las serranías del Oriente facilitan el empleo del método irregular de lucha para enfrentar al enemigo”.
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