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Rafael Moracén: la extraordinaria vida de un hombre sencillo (+ Fotos y Video)

El General Rafael Moracen alcanzó el más alto título honorífico de la nación: Héroe de la República de Cuba, combatiendo en otras tierras del mundo.

Por Yailin Orta Rivera, especial para la Mesa Redonda

Fotos: Roberto Garaycoa

La de Rafael Moracén, general de brigada de la reserva, es la historia de un joven negro y pobre que se rebeló contra los abusos de su época y alcanzó el más alto título honorífico de la nación: Héroe de la República de Cuba, combatiendo en otras tierras del mundo.

Su destino, sin imaginarlo, tendría otros horizontes desde aquel día, en que con apenas 13 años, conoció de los hechos del Moncada. Primero el deslumbramiento por los héroes, y luego los fustazos del guardia que lo reprimió por ir a buscar en esos días uno de los cupones por juguetes que como dádiva enviaba la mujer de Batista al cuartel, establecerían los caminos paralelos de su suerte. “No era muy difícil reconocer para un niño de qué lado estaba la razón y la verdad. Desde entonces le hago repulsión al color amarillo –por ser el matiz del uniforme de los guardias de la dictadura batistiana”.

Era un simple limpiabotas cuando decidió partir hacia la Sierra Maestra. “Era febrero del 57, y yo no conocía más que Palma Soriano. Entré por las Minas de Buecito, y en el corazón de la Sierra tenía miedo a decir que me iba a alzar. Los campesinos pensaban que me iba a alzar, y me decían que Fidel por ahí no estaba. Vendí un reloj y fui a picar caña en un central que se llamaba Maceo, pero no daba la talla, porque no cumplía las normas. Me dijeron que cogiera el dinero, pero que yo no daba resultado.

“Algunos amiguitos míos sabían que yo me iba pa la Sierra. Pero regresé pa la finca donde yo nací a hacer carbón. Después, en el 58, me fui para el Tercer Frente con Almeida, pero yo estaba de escopetero. Los que tenían buenas armas se iban a hacer emboscadas, pero con aquella escopetica que tenía no se podía. Yo pedí ir a desarmar a un guardia, y di como argumento que yo conocía gente en Santiago de Cuba del Movimiento. Me fui pa San Luis y la Jefa del Movimiento 26 de Julio me dijo que nos iba a proteger, y nos daba a un hijo de ella y que fuéramos a un cabaré y cogiéramos los guardias entre dos. El compañero que me acompañaba me dijo que se iba. Obstinado, me fui pa un cuartel. Vi a un guardia y lo presioné pa que me diera el fusil y me fui pa la Sierra, de ahí me viene el sobrenombre de Quitafusil”, confesó.

Compartió con los seguidores de la Mesa Redonda que después le dijo a Almeida que lo autorizara a desarmar a otro guardia, y así lo hizo, en un central que se llamaba Santa Ana. “Luego Almeida me dijo que no podía salir más, porque me estarían esperando para matarme”.

Cuando triunfa  la Revolución, Rafael Moracén era soldado, un soldado que no sabía escribir su nombre. “Yo era un analfabeto, a tal punto, que todo lo que Fidel decía yo lo veía bonito, pero yo no lo entendía. Cuando él dijo que esta vez sí iban a entrar los mambises a Santiago, yo no lo comprendí, porque ni tan siquiera entendía a qué realidad histórica esta haciendo alusión”.

Después vendrían otras misiones para este hombre sencillo y de corazón noble y valiente. “En el 65 salimos en el barco Uvero, el más grande que teníamos en aquella época, y se decía que íbamos a Argelia. Fuimos a parar a Guinea Conakry, y ahí cogimos aviones clandestinamente, hasta llegar al Congo, y entonces nos entregaron a los angolanos.

“En julio del 66 había una tropa cubana en el Congo, cuando intentaron dar un golpe de Estado. Y como decían que tenía experiencia me mandaron a buscar y fui de jefe de una parte de la tropa cubana, y participé en impedir que se diera un golpe de Estado en el Congo. Fue un pasaje de experiencia para mí y de respeto para las tropas de nuestro país. Al final todo se resolvió sin muertos ni heridos. Felizmente el problema se resolvió”.

Del Congo siguió para Angola, a formar a las fuerzas del MAPLA. “Con la experiencia que tenía de la lucha guerrillera nuestra, yo criticaba la actuación de los de allá, que antes de llegar el ejército tiraban tiros y se retiraban. Yo tenía la concepción que nos enseñó Fidel. Acá le quitamos las armas al enemigo para armarnos nosotros. Eso venía desde la guerra de independencia. Tenía la idea de que para decir que habíamos combatido teníamos que causarle bajas al enemigo. Pero como ellos tenían almacenes para armar alrededor de 3 mil o 4 mil hombres, no les parecía importante quitarle el arma al enemigo. Pero cuando hicimos una emboscada, le causamos bajas y recuperamos las armas”.

De su relación con Agosthino Neto, comentó que en los primeros días de la guerrilla sufrió de paludismo. “Sabían que si yo me iba de allí se quedaban sin jefe. Además, se veían cosas que a mi no me gustaban. Tenía una fiebre muy alta, y cuando Neto me vio dijo que había que tomar muy en serio aquello y me puso inyecciones, la primera me dio reacciones, y puso en un papel los nombres de los medicamentos que yo no podía tomar.

“En el 76, unos 10 años después, Raúl tuvo una entrevista con él y vio cómo Neto me trataba, y me dijo que tenía una nueva misión. Seguí trabajando después con José Dos Santos”.

También en Siria dejó su impronta este hombre de mil batallas, quien habla con naturalidad de las extraordinarias páginas de su vida. “Cuando Fidel tomó la decisión de que fuéramos para allá, enseguida me uní. Y nuestros combatientes dieron muestras de disciplina, de organización… como igualmente los sirios me dieron muy buena impresión”, aseguró.

En su opinión, entre las lecciones más importantes que ha recibido en su vida, es la atención permanente que le ha dado Fidel a la formación de los hombres. “Yo era analfabeto, y enseguida que triunfó la Revolución y llegamos a Managua, Fidel nos puso a estudiar, y ese hábito nunca lo pude abandonar, porque fui descubriendo su importancia imprescindible.

Y si algún consejo me gusta darle a los jóvenes, es que no dejen de leer a Fidel. En todos sus discursos hay muchas enseñanzas. Él tiene un conocimiento muy basto, y quien recorra todos sus discursos podrá apropiarse de ese importante reconocimiento”, enfatizó.

El General Rafael Moracen alcanzó el más alto título honorífico de la nación: Héroe de la República de Cuba, combatiendo en otras tierras del mundo.

“Yo era analfabeto, y enseguida que triunfó la Revolución y llegamos a Managua, Fidel nos puso a estudiar, y ese hábito nunca lo pude abandonar", relató el General Rafael Moracén en la Mesa Redonda de este miércoles.

La Mesa Redonda esta vez contó con la periodista Arleen Rodríguez Derivet como moderadora.

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Etiquetas: Fidel CastroHeroesRevolución cubanaSierra Maestra

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