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Hay muertos que no mueren nunca

Por: Manuel Alejandro Hernández Barrios

Quién eligió sus ojos para que no faltara a los hombres la luz, joven el más amado, la ceguera borró de nuestros ojos y el llanto y la velada sombra, de esa mirada nacen los nuevos héroes. Así se refirió el poeta Pablo Armando Fernández al hombre cuya mirada se convirtió en símbolo de una generación.

Transmitido desde los estudios de Telecubancán, el espacio televisivo Mesa Redonda de este viernes 20 de octubre, día de la Cultura Nacional, estuvo dedicado al más intrépido, generoso y querido de los jóvenes de la generación del centenario, como lo llamara Fidel Castro, al héroe Abel Santamaría Cuadrado, segundo jefe del Moncada quien estaría cumpliendo 90 años de vida.

Sobre la vida y el escenario dónde se forjó la fibra patriótica de aquel héroe, la especialista del Museo Casa Natal Abel Santamaría, Amparo Vila Hernández, refirió que el 20 de octubre de 1927 nació Abel Benigno Santamaría Cuadrado a las 7:00 p.m. en la calle Jesús Rodríguez esquina Máximo Gómez, en el primer cuarto de la vivienda. Su padre, Benigno Santamaría y Pérez, carpintero de origen español. Su madre, Joaquina Cuadrado, ama de casa.

Señaló que Joaquina Cuadrado cuenta que Abel desde pequeño tenía la inquietud de ir a la escuela. Asiste a la Escuela Número 1 junto con sus hermanos, hoy Miguel de la Guardia, preuniversitario del municipio Encrucijada. Allí no tenía donde sentarse y compartió asiento con otro niño. Al terminar ese grado ya Abel sabía leer y escribir.

Su maestra Matilde Borroto había sido maestra también de su hermana Haydee Santamaría y del líder azucarero Jesús Menéndez Larrondo. Desde el segundo hasta el sexto grado Abel lo estudia en la Calle Barrio España del Central Constancia, actual Complejo Popular Abel Santamaría, donde tuvo como maestro al doctor Eusebio Lima Recio, quien influyera mucho en la formación patriótica de Abel enseñándole a leer a José Martí, tanto que Abel en sexto grado escribe sobre el apóstol y gana un concurso provincial. Comentó que Abel repite el sexto grado porque no tenía otras posibilidades de estudio, no podía seguir los estudios y los padres no tenían como pagarlo.

En 1938 cuando Abel tenía 10 años, en una actividad por el 24 de febrero celebrando el reinicio de las Guerras de Independencia, participa en un acto patriótico, se viste de guayabera, se pone un sombrero de yarey y un machete, representando a un mambí de la gesta independentista.

Sobre los gustos que Abel tenía en su niñez explicó que le gusta estudiar y por ello obtenía notas satisfactorias, le gustaba compartir con los compañeros, compartir la merienda, ser alegre, realizar excursiones en el campo.

Relató que, en el año 1941, con 14 años, Abel comienza a trabajar como dependiente en la tienda del Central Constancia y simultaneaba con el departamento de contabilidad. En esa etapa mantiene el acercamiento con los demás trabajadores del central, conversaba con ellos, escuchaba como pensaba. Se escapaba de la tienda para ir al patio del central a asistir a las reuniones que realizaba Jesús Menéndez. Los que lo conocieron cuentan que ya en esa etapa Abel se preguntaba por qué existían tantos pobres.

En 1947 marcha hacia La Habana con el objetivo de continuar sus estudios llamado por su primo paterno Fito Vázquez. Así comienza otra parte de la vida revolucionaria de Abel Santamaría.

La divertida y revolucionaria vida de Abel es un ejemplo para las nuevas generaciones

Gladys Rodríguez López, amiga de los Santamaría Cuadrado desde la infancia, los conoció en Encrucijada y los siguió queriendo en La Habana. Cuenta que vivieron inseparables momentos, andaban juntos en la escuela y en la casa. Para ella que Abel fuera un niño tan martiano y humano parecía increíble para alguien de aquella edad. Recordó que en cada fiesta de fin de curso Abel recitaba “Los zapaticos de rosa” de José Martí.

También relató lo difícil que era la vida en un batey de un central, el hambre y la necesidad que había. Los hombres del batey lo adoraban. Era muy bailador, divertido, hacían excursiones a caballo o se iban para la playa. Compartieron la vida hasta que Fito Vázquez, que trabajaba en la textilera de Ariguanabo, lo trae para La Habana porque Abel quería ser abogado. Trabajó en las oficinas de la Pontiac y los fines de semana no dejaba de salir a bailar y disfrutar de la cerveza con sus compañeros.

La última vez que lo vio fue en el mes de julio antes de irse para el Moncada cuando vino a despedirse de sus padres y de sus amistades. Días después a Nena, como conocen a Gladys en su barrio, les informan a las seis de la mañana que asaltaron el Cuartel Moncada, ella enseguida respondió que allí estaba Abel.

Cuando llega al central la noticia de que Abel había muerto en el Moncada, gran cantidad de guajiros y de otras personas del batey se concentran en el Club de la entrada del pueblo, allí Gladys vio hombres llorando. El otro momento terrible fue cuando Joaquina regresa de Boniato con la noticia de cómo realmente fue la muerte de Abel. Yeyé le contó que le enseñaron los ojos de Abel y le dijeron que si no hablaba le pasaría lo mismo y ella contestó que ella tampoco hablaría y que también le podían sacar los ojos.

Resaltó de Abel que era el joven más valiente que ella conoció, ejemplo para la juventud que se está formando en estos momentos. Él no tenía necesidad de arriesgarse ni de perder la vida porque todos los cubanos vivieran la Cuba que vivimos en la actualidad.

Cuba, todavía necesita a Abel

Haydée Santamaría le escribió a su madre desde la cárcel de Guanajay: Mamá Abel no nos faltará jamás. Mamá piensa que Cuba existe y Fidel está vivo para hacer la Cuba que Abel quería. Mamá piensa que Fidel también te quiere y que para Abel, Cuba y Fidel eran la misma cosa, y Fidel te necesita mucho.

La historiadora Teresa Larrea Rodríguez, presidenta de la Sociedad Cultural José Martí en Encrucijada, ha investigado sobre la relación entre Abel y su profesor Eusebio, y también ha estudiado la amistad entre Abel y Fidel. Comentó que el señor Lima descubre y distingue en el alumno sentimientos altruistas, de bondad. Era el niño que lo recibía y lo despedía en el andén del tren.

El maestro empezó a estimular a Abel con libros de Martí y otros. Entre las últimas visitas que hace al central viene con Fidel y va a ver a su maestro a Encrucijada. Cuando llega el señor Lima no estaba y Abel se va, entonces el maestro sale a buscarlo y se encuentran por última vez y el maestro le aconseja que se cuidara porque nota en Abel inquietudes e inconformidades con la situación del país. Cuando él conoce que Abel estaba entre los jóvenes que asaltaron el Moncada, se estremece, pero no se asombra.

Añade que Abel y Fidel se conocen un primero de mayo en el cementerio de Colón. Desde ese instante Abel distingue a Fidel como aquel que no debe morir, pero Fidel también distingue en Abel como aquel que sería el segundo al mando del movimiento.

Cuando Fidel visitaba Encrucijada con Abel, éste siempre señalaba que no le dijeran a nadie que ese abogado que lo acompañaba se llamaba Fidel. Así reconocía ya el liderazgo de Fidel y lo cuidaba al mismo tiempo. Incluso en el Moncada él se reserva para sí el puesto de mayor peligro. Fidel después alega que Abel era el alma del movimiento.

Abel era extraordinario, pero el jefe tenía que ser Fidel

Alberto González Rivero, periodista de CMHW en encrucijada quien ha investigado durante años sobre la vida de Abel, consideró de mágica la relación entre los hermanos Santamaría. Haydée ayudaba a su hermano a ordeñar la chiva. Siempre entre ellos hubo una comunicación constante. Y en ambas vidas se ve que como mismo se ve a Abel aprendiendo de Martí, ella también lo hizo.

Pero Abel también era un hombre extraordinario, pero se encabronaba como cualquier buen cubano. Comentó que para Haydée lo máximo era Abel, y en una ocasión Abel le dijo que él conocía a un compañero que era superior a él y van a la casa de 25 y O en La Habana a ver a Fidel. Cuando se ven, Haydée reconoce que el jefe era Fidel.

Para el periodista Cuba se merece recordar la simpatía de Abel en merecido homenaje, porque como dijera un poeta hay muertos que no mueren nunca, sino que quedan como encantados.

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