El escritor norteamericano Ernest Hemingway, una presencia casi corpórea en Cuba, engrosó esta semana la galería de personajes del Museo de Cera de la oriental ciudad de Bayamo, donde aparece sentado en un sillón, con un cigarrillo en la mano.
Allí hace compañía a figuras entrañables del acervo e imaginario cubanos, como los músicos Benny Moré, Sindo Garay y Compay Segundo.
Ligado estrechamente a la isla -en la que vivió más de 20 años y escribió algunos de sus libros más importantes-, el autor de El viejo y el mar es una referencia obligada en Cuba.
De cierta manera sigue habitando en su casa habanera donde residió de 1940 a 1960, Finca Vigía, hoy convertida en Museo, que atesora sus libros y una gran parte de su papelería inédita.
En esta capital una estatua en bronce fundido lo muestra acodado a la barra del bar-restorán Floridita, con su trago preferido delante: el daiquirí diario que se ofrecía a sí mismo como recompensa, después de haber cumplido su faena mañanera a veces a piño limpio con las palabras.
Ese trago, una mezcla de zumo de limón, azúcar, hielo frapé y el ron diáfano y ardiente de la isla parecía reconciliarlo con el mundo. De él creó una variante, el Papa Especial, con el azúcar excluida.
La costumbre la adquirió desde la primera vez que entró en contacto con la isla, adonde llegó en 1928, a bordo del vapor Orita, acompañado de su segunda esposa Pauline Pfeiffer, en un breve tránsito de 48 horas.
Desde entonces siguió viniendo. Se alojaba en el Hotel Ambos Mundos, donde pernoctaba cada que se quedaba a dormir en tierra. Hizo de él un sitio permanente, a su regreso de la Guerra Civil española.
Era un buen lugar para escribir, confesó en su famosa entrevista a George Plimpton.La habitación que ocupaba permanece intacta y en ella las imágenes de las mujeres que amó, con las que soñó o lo amaron.
Se le puede encontrar, además, en un busto que lo perpetúa en el poblado habanero de Cojímar, un homenaje tributado por los pescadores, sus compinches de aventuras marinas.
Para redondear, el actor cubano Jorge Perugorría lo revivirá en el celuloide en el segundo semestre de este año, cuando lo devuelva en las últimas pasiones y ráfagas de una madurez precaria, agobiado ya por la sensación de la pérdida de sus facultades creativas.
De un extremo a otro de la isla, Papa o Hem -como lo llamaban sus amigos- sigue vivo.
Si se busca bien, se le puede encontrar en cualquier parte.
(Con información de Prensa Latina)
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