Cuentan quienes sintieron vibrar la tierra bajo sus pies el 12 de enero último que el temblor se propagó casi un minuto, como una especie de castigo interminable, al que no pocos pobladores le atribuyen un origen sobrenatural.
Parecía que el subsuelo no terminaría nunca de estremecerse. Aquellos que lograron evadir el derrumbe de los techos, y los que salieron ilesos gracias a que sus viviendas resistieron, se concentraron horrorizados en patios y calles, en muchos casos tomados de las manos.
Testimonios de algunos sobrevivientes coinciden en que la tierra adquirió movimientos de serpiente en varias direcciones, y que muchas personas espantadas, en un pueblo muy religioso como el haitiano, permanecieron minutos y minutos con los brazos extendidos hacia el cielo, suplicando el fin de las sucesivas réplicas.
Un mes después del terremoto, no son pocos los hombres y mujeres que en Haití vuelven a alzar sus brazos añorando señales de aliento y que no se repita ese pasaje infernal, en que una nube de polvo cubrió esta capital tras el simultáneo desplome de miles de edificaciones.
Aunque pareciera que en Puerto Príncipe el tiempo se detuvo la tarde del terremoto, lo cierto es que hay síntomas de que las autoridades y la ayuda internacional han intentado mitigar algunas de las calamidades acentuadas por el sismo, entre ellas la falta de viviendas, alimentos y agua.
La urbe continúa llena de contrastes. En algunas plazas y parques, Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) entregaron confortables tiendas de campaña, mientras que en la mayoría de los improvisados asentamientos los damnificados siguen viviendo bajo toldas de nylon y sábanas raídas, que muy poco podrán proteger ante la venidera temporada de lluvias. La ayuda internacional, si bien ha sido un aliciente para quienes pudieron beneficiarse de ella, devino fuerte dolor de cabeza para el gobierno de René Preval, que no ha logrado encausarla de manera ordenada hacia los más necesitados, ya que es repartida en la mayoría de los casos según la voluntad de las ONGs.
De acuerdo con estimados de las autoridades, un millón 110 mil personas perdieron sus viviendas como consecuencia del sismo, sobre todo en esta capital, donde pese a la revitalización de algunos servicios, para muchos la vida resulta infernal.
Miles de ciudadanos quedaron desempleados al ver convertidos en escombros los lugares donde trabajaban. Las puertas que se abren a mano de obra son muy pocas aún, en comparación con el gran ejército de desocupados que deambula por las calles.
En los asentamientos establecidos en plazas y parques han sido colocados servicios sanitarios y funciona con altas y bajas la distribución de agua, no así de alimentos.
La insalubridad prolifera, aunque hay cierta regularidad en la recogida de basura en algunas zonas.
Cada día, desde horas de la madrugada, pueden verse largas filas de personas en diferentes puntos de la ciudad, a la espera de que empleados de varias ONGs, por lo general cercados por soldados de la Fuerza de Estabilización de la ONU en Haití (MINUSTAH) y otros efectivos, repartan a punta de fusil sacos de arroz, frijoles o leche, pero no de manera equitativa.
La anarquía reinante en estas especies de piñatas provoca que muchos individuos, incluso barriadas completas, queden marginadas de la distribución.
En Tétard, zona alta de la capital, Bellevue, Madotan, Nan Ginam y Nan Nwél la tragedia parece no tener fin, sin agua y comida.
pero, no todo es gris en el devastado Haití, país en que controversiales cifras sitúan en más de 200 mil las víctimas fatales del terremoto.
La ayuda de Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA) se hace sentir de diferentes maneras, entre ellas en las comunidades creadas en Leoganne, a unos 22 kilómetros al suroeste de Puerto Príncipe.
Allí ya fueron levantados dos de los ocho campamentos que la Fuerza de Tareas Conjunta Haití, por mandato del presidente venezolano, Hugo Chávez, pronostica erigir aquí.
Estos asentamientos, con capacidad para unas dos mil personas, cuentan con servicios de salud, educación, alimentación, recreación y alojamiento, en resistentes tiendas de campaña, cada una con capacidad para cuatro familias.
En una de estas comunidades, la Simón Bolívar, ya comenzó la campaña de alfabetización, labor que desarrollan profesionales cubanos, como parte del apoyo conjunto del ALBA.
La ayuda de Cuba a Haití se hace sentir con fuerza en la salud, con la presencia de una brigada médica integrada por más de mil colaboradores, más de 400 de ellos galenos y estudiantes haitianos formados en esa isla.
Este viernes, luego de un mes del sismo, el país está en vigilia, y los colores negro y blanco predominan en el vestuario de muchos sobrevivientes, para quienes la batalla por la vida continúa con cada amanecer.
(Con información de Prensa Latina)
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