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Sudán del Sur: nuevo enclave neocolonial

Por: José Steinsleger*

24.02.2011

Mientras los pueblos del Magreb y Medio Oriente embisten contra los regímenes políticos y los frágiles tinglados institucionales de las autocracias y burguesías árabes, Washington y Tel Aviv entrecruzan guiñadas para celebrar la balcanización del milenario y potencialmente ubérrimo Sudán.

Escribo “Sudán” y la memoria evoca el novelón Las cuatro plumas, escrito por A.W. Mason para exaltar las “hazañas” del colonialismo inglés en la guerra del Sudán (1884-99), el filme Khartoum (1966), con Charlton Heston y Laurence Olivier, y un sello postal sudanés que, por ignorancia, vendí a un filatelista uruguayo en mucho menos de su valor real.

Luego supe que a inicios del siglo pasado los ingleses tuvieron que resolver en Sudán un problema más complejo que el control político y militar, y que de un modo u otro se proyectó hasta nuestros días: la incautación de sellos postales con un grabado que representaba el servicio de correos por camelleros.

El papel de los sellos tenía una filigrana fácilmente visible con lupa: la Cruz de Malta. Y los sudaneses presentaron su queja pues al humedecer los sellos con la lengua les parecía estar besando el símbolo del cristianismo. Londres ordenó una nueva emisión, sustituyendo la filigrana de la Cruz de Malta, con símbolos del Islam.

Con un territorio 20 por ciento mayor y una población 2.7 veces menor a la de México, el 9 de julio entrante Sudán dejará de ser el país más grande del “continente negro”. Y “Sudán del Sur” se convertirá en el Estado “independiente” número 54 de África.

Para seguir, desplegamos el mapa.

Ubicado en el llamado “valle del Nilo” (y por ende con gran influencia egipcia desde la época de los faraones), Sudán empezó a manifestar una suerte de protoconciencia nacional en el periodo final de la dominación otomana en Egipto (1820-1876). La actual capital de Sudán (Karthoum o Jartum) fue expresamente fundada en 1820 por Mohammed Alí, el pachá pro turco de El Cairo.

La expansión de los otomanos en Sudán acabó en pesadilla. En el sur se enfrentaba con las celosas autonomías étnicas y religiosas de animistas y cristianos, en tanto la apertura del canal de Suez (1869) incrementaba de forma exponencial el interés de las potencias coloniales.

Por otro lado, la gran insurrección “mahdista” (de “mahid”, el guiado), liderada en el norte de Sudán por Muhammad ibn Abdalla (el Bin Laden de la época), se propuso unificar todo el valle del Nilo (1881). Corrompido y en quiebra, el sultanato egipcio solicitó la invasión militar directa de Londres (1882).

Los mahdistas derrotaron a los ingleses, ocuparon Jartum, y establecieron el primer gobierno nacional de Sudán. El juicio y fusilamiento del mítico general Charles G. Gordon (quien en las novelas y óleos románticos de la época, y en las películas de Hollywood muere “en combate”), estremeció a Inglaterra (1885).

Londres no admitió la existencia de un Estado que se oponía a su estrategia de formar en África oriental un “corredor” continuo de colonias para unir El Cairo con El Cabo. Así, la reconquista de Sudán (1896-1998) contó con el apoyo de Francia, tropas egipcias mejor entrenadas, el uso indiscriminado de ametralladoras y artillería moderna.

Un sanguinario general irlandés, el famoso Horacio Kitchener, lord Kitchener –mejor visualizado como el bigotudo que en los carteles de reclutamiento de la Primera Guerra Mundial señalaba a los ingleses con un dedo descomunal: “Britons! Wants you… Join your country’s army”–, venció a los sudaneses en la cruenta batalla de Omdurman (1898).

Inspirado en el sistema concentracionario de la población civil (inventado por el general español Valeriano Weyler en la guerra de Cuba, 1895-1898), Kitchener y un joven con futuro que luchaba a su lado, Winston Churchill, emplearon el mismo método de exterminio en la guerra contra los boers (Sudáfrica, 1900-1902).

La instauración del “protectorado” anglo-egipcio (1899) y la férrea exigencia de Londres para impedir cualquier tipo de contacto entre el norte y el sur hundió a Sudán en el atraso, la pobreza, y el marasmo político y religioso que las potencias imperialistas estimularon desde mucho antes, y después de su independencia formal (1956).

En la siguiente entrega abordaremos las tribulaciones post independentistas de Sudán, y el trabajo de zapa de uno de los inductores del genocidio en la región de Darfur, a más de entusiasta partidario del separatismo sudanés. Palabras del general Hayem Laskoff, ex jefe de personal del Estado Mayor de Israel:

“El éxito de Israel en desarrollar sus relaciones con estados del oeste de África –especialmente con los que están situados al sur del gran Sáhara que bordea los estados árabes africanos– supondrá importantes beneficios económicos para nuestro país, beneficios que harán que se supere su debilidad estratégica en otras áreas a causa del cerrado grupo de estados árabes que lo rodean, y llegar así al corazón de la espada árabe, en un lugar en el que los árabes no se lo esperan.”

II

06.03.2011

Para llegar al ordenado y prolijo plebiscito (¿democrático?) que el 15 de enero pasado rompió la integridad política de Sudán, el país más grande de África (así como sus milenarios lazos culturales con Egipto en el valle del Nilo), el imperialismo ensayó durante 100 años todas las variables de la única dictadura terrorista realmente existente: la del capital.

Nada fue descartado: intrigas, sabotajes, golpes militares, campañas de difamación, bloqueo económico, enardecimiento de las diferencias sociales, importación de mercenarios, bombardeos a precarios laboratorios farmacéuticos señalados como fábricas de armas de destrucción masiva y masacres de aldeas y comunidades que, mediáticamente, se endosaban a los odios étnicos y religiosos.

Desde el tratado anglo-egipcio (1899), y tras la caída de la dominación otomana en El Cairo (1914), los ingleses se volcaron a fomentar las fricciones que de suyo existían entre los pueblos sudaneses. En 1924 (y contra las objeciones del propio sultán egipcio elegido por Londres), los ingleses dividieron a Sudán en dos territorios separados: árabe musulmán (norte), y animista y cristiano (sur).

Hasta la revolución del Grupo de Oficiales Libres que derrocó la monarquía egipcia (1952), los movimientos nacionalistas y revolucionarios sudaneses de unidad política con Egipto fueron duramente reprimidos. Entonces, El Cairo descolocó a Londres: abandonó las pretensiones de soberanía sobre Sudán, apoyó su independencia, y así se puso fin a 55 años de gobierno británico en Jartum (1956).

La independencia de Sudán fue una de las más infelices de África. Mas no sólo por sus estructuras de tipo feudal, que en el occidente del país se vieron agravadas por el avance de la desertificación, las sequías, el consecuente flagelo del hambre y un crecimiento demográfico explosivo. La cizaña política y religiosa sembrada por los ingleses ya rendía frutos superlativos de enardecimiento político, violencia social y confusión institucional.

El vasto territorio sudanés recibió el impacto de nueve países fronterizos, con distintos niveles de crisis y conflictos bélicos: el propio Egipto, Libia, Somalía, Chad, Uganda, República Centroafricana, Congo, Etiopía y Eritrea. Sucesivamente, las guerras en Chad, Etiopía, Uganda y Eritrea desplazaron a millones de refugiados que, en situación límite, se instalaron en Sudán.

Para remate, Dios maldijo aún más a los sudaneses. Fuera de las compañías mineras que daban por hecha la existencia de importantes reservas de uranio, las compañías petroleras detectaron en el sur de Sudán y en la región occidental de Darfur ingentes yacimientos de petróleo.

Ahora bien. En 1914, cuando el petróleo fluía en abundancia en los países del Magreb y Medio Oriente, siete potencias coloniales de Europa dominaban el continente africano. Pero en 2011, cuando la curva de producción de petróleo se aproxima al cenit (pico de Hubbert), sólo dos se miran feo en África: China y Estados Unidos.

Los cálculos del geofísico texano M. King Hubbert (que hasta la fecha no han sido refutados) estiman que el recurso no renovable que mueve los engranajes de la economía mundial empezará su descenso irreversible en 2015.

Si damos crédito a los informes que destacan que para 2012 Estados Unidos estaría en posición de importar de África cantidades de petróleo equivalentes a las que importa actualmente de Medio Oriente, la sorpresa mundial deparada por las repentinas, súbitas (y legítimas) revoluciones democráticas de los árabes, así como la previsible y silenciosa partición de Sudán (que se veía venir), se torna más comprensible.

¿Qué sigue después de la partición de Irak y, posiblemente, Libia? ¿Algún país latinoamericano productor en gran escala de petróleo, que podría ser balcanizado para terminar con la atroz violencia y masacres que sacudieron a países como Sudán en años recientes?

Mientras que a los palestinos y a los saharauis no se les reconoce el derecho a tener un Estado, el referendo que el 9 de julio próximo hará de Sudán del Sur un Estado independiente fue automáticamente reconocido por Estados Unidos, Israel y la Unión Europea.

Reconocimiento que empata con el interés de las grandes corporaciones económicas de dividir a los países productores de petróleo, y el de Israel en particular, con el fin de consolidar su superioridad por mediación de la balcanización de Medio Oriente.

En el transcurso de la última guerra civil de Sudán (2003-2008), Israel enviaba armas a los movimientos de liberación a través de Etiopía y Kenia. Los grupos separatistas de Darfur y Sudán del Sur visitaban con regularidad Tel Aviv (donde abrieron oficinas), y coordinaban sus acciones con el Mossad.

Los plumíferos del sionismo, directores de cine y actores de Hollywood, como Spielberg, Mia Farrow y George Clooney, se encargaban del resto: hacer llorar al mundo por la carnicería que cometía el gobierno del norte de Sudán. Islamita, claro que sí. Y tan represivo como el que hoy agoniza en Libia.

* Escritor y periodista argentino. Columnista de La Jornada de México.

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Etiquetas: Estados UnidosIsraelMedio orienteSudán

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