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La lucha por el poder en Estados Unidos tras la liquidación de Bin Laden

Por Alexei Pilkó, RIA Novosti

Bin Laden está muerto. La muerte del terrorista número 1 que según los servicios especiales estadounidenses ordenó el atentado terrorista contra las torres gemelas de Nueva York, parece un hecho consumado.

Es difícil prever hoy en día el resultado concreto que tendrá la muerte del líder de Al Qaeda: si conducirá al descenso de la actividad terrorista en el mundo o, al contrario, al aumento de la misma.

Una cosa, sin embargo, parece indiscutible. Lo ocurrido el 2 de mayo en Pakistán representa un elemento clave en la campaña electoral de Estados Unidos que empezó mucho antes que el 2 de mayo, entre el actual mandatario estadounidense, Barack Obama, y sus opositores.

Una pausa necesaria

Desde el comienzo de su gestión política en calidad de presidente de EEUU, estaba claro que Obama, en cierto sentido, debió y debe ser una figura conciliatoria.

Y su presidencia, una “pausa operativa” muy necesaria para el país debido al descontrol en el ámbitos social y económico, en medio de una situación internacional muy complicada.

Las élites dirigentes estadounidenses pretendían utilizar este tiempo para elaborar una nueva estrategia nacional a largo plazo dentro del consenso bipartidista, republicano y democrático, que siempre ha sido determinante para la política de Estados Unidos.

Y para que el joven presidente no metiera la pata (sobre todo en la política exterior y en el ámbito militar) el cargo clave del Secretario de Defensa siguió a cargo del experimentado profesional de la época de Reagan, Robert Gates.

La presencia del republicano Gates en la administración democrática ya por si misma es un hecho asombroso y representa una veradera revolución.

Por lo visto, esta coyuntura fue resultado del acuerdo entre los partidos, tradicional para la lucha política en EEUU, y una condición del triunfo de los demócratas en los comicios presidenciales de 2008.

Se esperaba que Obama condujera la nave estatal estadounidense a un puerto seguro y pacífico hasta que pasaran las tormentas políticas dentro y fuera del país. Y luego cediera el mando al siguiente candidato que ya se designaría más adelante.

No obstante, el nuevo inquilino de la Casa Blanca no quiso ser una pieza más del engranaje, y aunque Obama actuó, a veces, de un modo inconsecuente, fue capaz de dar los pasos, dentro y fuera del país, que llevaron a la situación inadmisible desde el punto de vista de la gran parte de la élite política estadounidense.

Ésta inició una campaña contra el presidente actual. Los opositores de Obama intentaron desacreditarlo, también de manera desleal (por ejemplo, divulgando la falsa información de que el presidente nació fuera de Estados Unidos y, por lo tanto, no podía haber sido elegido como tal).

El líder nacional rechazó los ataques alcanzando algunos éxitos puntuales pero importantes, como la ratificación por el Congreso del tratado START-3 que salvó el “reinicio” de las relaciones con Rusia. En la política exterior este ha sido el único triunfo de Obama.

Sin embargo, para la primavera de este año el actual presidente de EEUU se vio en una situación complicada. Washington tuvo que echar una mano a sus aliados europeos involucrándose en una tercera guerra sin haber terminado las dos anteriores.

Mientras tanto, los grupos políticos contrarios a Obama empezaron a echar leña al fuego desatando una batalla presupuestaria en el Congreso. De ésta el presidente salió perdiendo, amenazadas sus ambiciones presidenciales. Además de quedarse sin recursos para la realización de los programas sociales que aumentaran su popularidad, se vio obligado, conforme a lo acordado con los republicanos, a aplazar el cierre de la tristemente conocida prisión de Guantánamo incumpliendo sus propias promesas preelectorales.

El pastor Jones

Los adversarios de Obama no se intimidaron al usar métodos francamente sucios, entre otras cosas, jugando la “carta islámica”. Uno de los ejemplos fue la quema del Corán por el pastor Terry Jones. Parece que este acto perseguía un triple objetivo. Primero, contribuir al aumento de tensión en los países islámicos, sobre todo, en Afganistán, para no permitir a Obama retirar de allí las tropas antes de las elecciones, lo cual fortalecería sus posiciones.

Segundo, provocar las acciones de protesta de fuerzas islamistas en Estados Unidos y evidenciar la incapacidad del Gobierno para garantizar la seguridad dentro del país.

Y tercero, movilizar a la sociedad alrededor de la idea antiislámica y el nuevo candidato a la presidencia.

No será una exageración decir que Terry Jones dio un impulso a la campaña electoral en EEUU. Obama tuvo que pasar a la acción anunciando el inicio de la misma mucho antes de las elecciones primarias previstas para enero de 2012 y convenciones de partidos planeadas para los meses de agosto y septiembre de 2012.

Frente a una nueva acometida de los opositores, cuyas acciones, por motivos varios, rebasaron los límites tradicionales y normalmente respetados del juego político estadounidense, Obama decidió jugarse el todo por el todo.

Al declarar ahora la intención de presentarse como candidato, se arriesga a descubrir anticipadamente sus cartas ante los opositores. Aunque este paso también le aporta ventajas evidentes: el presidente actual con esta declaración adelanta a todos los posibles candidatos del partido Demócrata y recibe el tiempo necesario para movilizar al electorado.

Al mismo tiempo Obama hizo unas jugadas políticas predecibles pero imprescindibles. Ante todo, hizo declaraciones que tratan de minimizar la acción de EEUU en la guerra libia.

Luego, asestó un golpe al mencionado acuerdo bipartidista que le llevó a la Casa Blanca aceptando la dimisión de Robert Gates. El nuevo secretario de Defensa, Leon Panetta, que había sido jefe de gabinete en la Administración de Bill Clinton, es un demócrata “hasta la médula”. Por lo tanto, lo más probable es que en el ámbito económico consiga establecer un control por parte de los partidarios demócratas de Obama sobre los gastos militares del estado que constituyen casi la mitad de los mundiales.

De esta manera se soluciona el problema de la financiación de la campaña electoral del líder estadounidense. Podrá disponer de los recursos necesarios a pesar de haber perdido la batalla presupuestaria.

Todos a favor de Obama

Pero el triunfo más clamoroso de Obama en la lucha electoral que presenciamos, representa, sin lugar a dudas, la liquidación del “rey del terrorismo” Osama bin Laden.

El presidente de EEUU podrá sacar de este suceso notable y, por supuesto, positivo a nivel internacional, mucho provecho.

Por ejemplo, el incremento, al menos, a corto plazo, de su popularidad personal, las razones para retirar las tropas de Afganistán y poner fin a la desastrosa guerra en este país (lo cual también contribuirá a aumentar la popularidad del presidente actual entre los electores), las razones para ir frenando la campaña antiterrorista puesta en marcha por su predecesor que involucró a Estados Unidos en dos devastadoras guerras.

En otras palabras, la liquidación de Bin Laden podrá convertirse en un argumento decisivo, capaz de mover al elector a votar por Barak Obama.

En general, cabe señalar que la situación de Obama en mayo ha mejorado visiblemente comparando con la de hace un mes.

Por lo visto, el consenso bipartidista sobre las elecciones presidenciales en EEUU se ha desequilibrado.

Entre otras cosas, porque el presidente se negó radicalmente a seguir las reglas  de juego existentes. De modo que próximamente se podrá esperar de él otros pasos enérgicos. Al igual, que las respuestas de sus opositores.

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Etiquetas: Al QaedaBarack ObamaOsama bin LadenTerrorismoTerry Jones

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