“El precio de nuestros martinis es el valor de la experiencia, la atmósfera exclusiva y el ambiente en el que uno los bebe”, comenta el gerente del bar donde se puede disfrutar este lujo. “Eso es lo que los hace tan únicos y especiales”.
De la misma manera, hay personas dispuestas a pagar 175 dólares por una simple hamburguesa o 1000 por un helado.
“El oro no tiene sabor pero le da textura al helado”, dice Norman Bastes, el chef que prepara estas exquisiteces. “Hoy la gente se queja de que alguien se tome un helado de 1000 dólares. Yo les pregunto, ¿de qué se quejan?”.
Pero tras esta cortina de opulencia se vislumbra un horizonte muy distinto de América.
Ciudades como Nueva York, Miami o Washington son el fiel reflejo de cómo miles de habitantes dependen de subsidios del Gobierno para comer a diario. El desempleo crónico sumado a una gran inflación ha dejado una profunda huella en la vida cotidiana de millones de personas, como Nora Gutiérrez.
Cada vez que trata de buscar trabajo para intentar dar de comer a su familia no puede dejar de pensar en aquellos que se bañan en el lujo derrochando miles de dólares, mientras otros no tienen ni un empleo para poder superar el día a día.
Pero hay también otros que se ocupan de ayudar a los que no tienen nada. Frank Kirk está inmerso en esta cruda realidad. Este hombre ha dedicado su vida a cocinar para los indigentes de las calles. Gracias a él, cientos de personas cada noche pueden llevarse a la boca un plato de comida caliente.
“Cada día tenemos que cocinar quinientos platos de comida y el número va incrementándose paulatinamente”, comenta. “Eso no importa porque esta es una labor por amor al prójimo; de cariño por aquel que no tiene amparo alguno en la sociedad. Mi trabajo con estas personas es la mayor recompensa para mi espíritu y para mi vida”.
En América muchos creen que la brecha entre ricos y pobres cada vez se hace más grande. Lo más alarmante de esta situación es que la voluntad de reducir este contraste parece haber desaparecido a favor de la ambición sin límite. Al menos así lo revelan los escándalos financieros de los últimos años. Sin embargo, a pesar de todo, la esperanza persiste y la solidaridad con el prójimo continúa siendo un valor que ni con todo el oro del mundo se puede comprar.
(Con información de RT Actualidad)
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