La protagonista es una muchacha norteamericana de 19 años, que pierde el rumbo cuando su familia se desarma con la muerte de su abuelo y viaja de Berkeley a Chiloé, mil kilómetros al sur de Santiago de Chile, dispuesta a desentrañar un secreto de familia.
Una especie de viaje iniciático, que no escapa a los ramalazos de violencia y aun a escenas muy sórdidas, según la autora, quien pretende atrapar con Maya y su cuaderno a una masa de lectores jóvenes, que se pasen el libro de mano en mano en una ronda infinita.
El primer párrafo es casi una celada: “Tengo tatuada en la muñeca izquierda el año en que murió mi Popo: 2005. En febrero supimos que estaba enfermo, en agosto lo despedimos, en septiembre cumplí dieciseis y mi familia se deshizo en migajas”.
Según confesó, escribió la novela a pulso tendido, de una sola respiración, casi en un suspiro. En 2009 anduvo recoriendo Chiloé, mientras trabajaba en el texto. Ese mismo año transcurre la trama con la que pretende capturar a un público nuevo. Quizás busque un relevo generacional que, en su continuidad, le permita seguir invicta en la preferencia masiva.
Isabel Allende marcó su impronta en el mercado editorial desde su primer libro, La casa de los espíritus (1982), escrito casi a hurtadillas en la cocina de su vivienda caraqueña, en las noches largas de su exilio tras el golpe militar de Augusto Pinochet contra el gobierno constitucional de Salvador Allende.
Desde entonces la escritora hizo diana en los lectores con su prosa desbordada, su caudal imaginativo, a contramarcha de quienes la califican, con una punta de ironía, la “García Márquez con faldas”.
La casa de los espíritus, llevada luego al cine, se convirtió en un best seller, le dio la vuelta al mundo y registró ventas millonarias.
Cada 8 de enero, perfectamente maquillada, se sienta ante la pantalla de su ordenador para hilvanar, página tras páginas, un nuevo volumen. El único mundo en el que me siento segura, asevera, es el de la literatura.
Hay consenso en su capacidad de entablar diálogo, desde la letra impresa, con las grandes mayorías, su magia de auténtica contadora de historias, sus dotes fabuladoras, pero sobre todo una sinceridad sin tacha.
La lista de sus novelas, siempre esperadas, es extensa: De amor y de sombra, Retrato en sepia, Paula, Hija de la fortuna, La isla bajo el mar, Inés del alma mía, Cuentos de Eva Luna, El plan infinito y Afrodita, entre otros.
Este año la autora decidió darse una tregua, “cargar las baterías”, acumular energías, sumergirse en el llamado ocio creador, pero sin ausentarse del círculo creciente de sus lectores.
(Con información de Prensa Latina)
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