No es raro por eso que testimonios de la abuela en la tarea de portar el retrato.
La adolescente, con lentes cuadrados que dejan ver su rostro cuidadosamente maquillado, cuenta que es difícil ser una joven en Ciudad Juárez. “Uno no puede salir con libertad a la calle, cuando quieres ir a un lugar o salir con alguien, siempre te quedas pensando que te puede pasar algo”.
“Me gustaría estudiar leyes, porque siento que podría hacer algo para parar todo esto, para que haya justicia”, agrega luego decidida.
El caso de esta familia es uno de miles. En el escenario dispuesto para que los familiares de víctimas den rienda suelta al reclamo por sus muertos o desaparecidos suben decenas de mujeres a desahogarse: Rosalba Pizarro, Virginia Berthaud, Selene de Galindo…
Más de 3.100 homicidios en 2010, atribuidos en su mayoría a disputas entre bandas de los carteles de Sinaloa y Juárez, convirtieron a esta ciudad de 1,2 millones de habitantes en la más violenta de México.
Como contraste, del otro lado de un río al que el verano debilita hasta convertir en un hilo de agua, está El Paso, una de las ciudades estadounidenses con menor criminalidad.
“Ciudad Juárez es un espejo en que podemos mirarnos, en lo que no queremos que se convierta el resto de México”, dice Sicilia, a quien las extensas jornadas, incluyendo largas caminatas bajo el sol, no le quitan el gusto por fumar.
Hace una semana, Sicilia emprendió el recorrido de su tercera marcha de protesta desde que su hijo fuera torturado y asfixiado en marzo junto a otras seis personas por una banda de narcotraficantes en Cuernavaca (centro).
Las organizaciones que lo siguen firman este viernes un pacto por la dignidad y la justicia y el sábado la caravana cruzará brevemente la frontera para un acto en El Paso, donde se pedirá a Washington dejar las presiones a los gobiernos de América Latina que han convertido la lucha antidroga en una guerra mortal.
Ciudad Juárez es, en el marco de esa estrategia, un escenario obligado. La abrupta geografía de sus alrededores semidesérticos está rasguñada de caminos clandestinos que conducen a Estados Unidos y sirven para el trasiego de drogas y migrantes.
“Las mujeres de Ciudad Juárez hemos aprendido a ser valientes porque sabemos que no estamos solas”, dice Lucha Castro, abogada de una organización que lleva muchos de los casos de “feminicidios”.
Hace dos años la Corte Interamericana de Derechos Humanos, a la que pertenecen 34 países del continente, condenó a México por tres de los 400 asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez ocurridos entre 1993 y 2003: Esmeralda Herrera, Claudia Ivette González y Laura Berenice.
La Corte admitió el alegato según el cual la atrocidad de los casos, la indiferencia de las autoridades y un patrón cultural en el que parecían coincidir todos los asesinatos hacían posible llamarlos “feminicidios”: es decir, crímenes cuyo motivo principal es el género de sus víctimas.
(Con información de AFP)
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