Por: Alejandro Hartmann Matos, Historiador de Baracoa y director del museo Matachon. Colaborador de Prensa Latina
En aquel período fue centro de constantes ataques de corsarios y piratas que pululaban en todo el Caribe. Su cercanía a la famosa Isla Tortuga, su ubicación geográfica privilegiada -a la entrada del Canal Viejo de Bahamas- y su abandono por las autoridades españolas, la convirtieron en blanco propicio de las depredaciones.
Con unos pocos hombres venidos de España, la Ciudad Primada no tuvo las fuerzas necesarias para combatir la embestida, por lo que, según apuntó el historiador José Ignacio Castro Sanz: “no tardó en capitular con ellos al abrirles su embarcadero, y cambiarles en trueques sus víveres y ganado por telas y otros efectos.
“Por esto es que en 1602, cuando el maestro de campo Don Pedro Valdés venía de España al Gobierno de La Habana, dando en su rumbo caza a los corsarios, arribó a Baracoa, donde fue cumplimentado por el padre carmelita y vicario del pueblo Fray Alonso de Guzmán, uno de los mayores rescatadores de herejes y enemigos que había en todas las Indias -de acuerdo con la expresión textual del propio Valdés, recogida por el historiador español, Pezuela”.
En el siglo XVI, Baracoa fue tomada y saqueada en diversas ocasiones, a pesar de su pobreza, por constituir refugio especial, dadas las características de sus bahías de bolsa y su litoral, bien resguardados. En su libro Piratas en el archipiélago cubano, Antonio Núñez Jiménez (La Habana, 1923-1998) apuntó: “Igual que otras costas de Cuba y cayos sirvieron de acomodo tranquilo, y casi inviolable a los piratas que merodearon nuestras costas y cabos en acecho de los buques mercantes que navegaban indefensos”.
En la centuria XVII continuaron las devastaciones y saqueos, pero la fecha más sobresaliente recogida por los historiadores locales fue el 1 de enero de 1652, cuando “se vio la ciudad invadida por un grupo de piratas que robaron todo lo de valor que poseían sus mercaderes.
“Escogieron, como refugio, la Iglesia Parroquial, donde permanecieron 12 días, llevándose a su retirada, para emprender su viaje en el mar, los ornamentos y alhajas que poseía, sin respeto ni miramiento alguno a aquel recinto sagrado. Los vecinos, ante la presentación de los piratas, se vieron precisados a refugiarse en el campo, para no ser maltratados de obra y palabra”, subrayó Gabriel Pelayo Yero en el libro Baracoa, cuna de historia y tradición (1954).
El último acontecimiento pirático de la región baracoana sucedió el 27 de julio de 1807, cuando 300 corsarios ingleses trataron de ocupar la ciudad con un cañoneo simultáneo de dos navíos y el desembarco de un grupo numeroso por la playa de Miel.
“Desde las baterías de la Punta y de Matachín se hizo fuego cerrado contra las embarcaciones y las obligaron a huir. En aquella ocasión se destacó el hábil artillero Simón Bravet, quien con tiros certeros contribuyó a diezmar la mitad de la fuerza que desembarcó. En este combate la respuesta por parte de los milicianos, hombres del Regimiento Habana y emigrados franceses, fue decisiva. Todos los atacantes fueron vencidos y apresados junto con su capitán, Sitgeral”, destacaría el historiador Ernesto Cuevas Morrilla en su volumen De las narraciones históricas de Baracoa (1919).
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