La noticia dejó atónitos a medio mundo: Dayron Robles, el Lord de las Vallas, luego de rematar con clase sobre la meta a Jayson Richardson y Liu Xian, era descalificado.
El motivo esgrimido, roce corporal con el representante chino, no era menos inverosímil, no porque los antebrazos de ambos hayan tenido contacto sino porque dicho “incidente” suele ocurrir al máximo nivel, como expresión de la tensión reinante, con el dramatismo inherente hasta el último obstáculo, entre los mejores exponentes de una de las modalidades más técnicas del universo atlético.
Esta decisión sui géneris representa, de alguna manera, la apertura de una Caja de Pandora que nada beneficia a una entidad como la Federación Internacional de Atletismo, IAAF por sus siglas en inglés, que al margen de desaguisados anteriores se caracteriza por la seriedad.
En realidad el baúl de las torpezas lo destapó la aplicación de la controversial disposición que – puesta en vigor después de la cita de Berlín en el 2009 excluye sin ninguna posibilidad previa de errar a cualquier sprinter que arranque en falso – mandó al fenomenal Usain Bolt a los camerinos antes de que, probablemente, nos regalase a los millones de simpatizantes que atendíamos la carrera otro récord planetario.
En el caso del jamaicano el hecho no era facilitarle privilegio alguno, sino que la absurda regulación privó a los amantes de tan bello deporte de deleitarse con la actuación de un artista sin par; reglamentación por demás aprobada desconociendo la oposición pública de las más prominentes figuras del campo y pista.
Con el muchacho del Guaso la incredulidad adquirió el ropaje de la invalidación, otorgándole los jueces preponderancia a secuencias fotográficas- que más allá de recreaciones milimétricas no dejan nada claro- y no al resultado que premia la capacidad de un atleta que, sin recurrir a trampas y subterfugios (Dayron no empujó alevosamente a Liu para multiplicar su aceleración rumbo a la línea final) corona en la escena competitiva los esfuerzos de agotadoras jornadas de entrenamiento.
Al final los desvaríos apuntan a un dilema similar. Los duelos y confrontaciones atléticas deben ventilarse, estrictamente, en el campo deportivo sin la influencia de intereses mediáticos que, en función de transnacionales colosales, se apartan de los valores olímpicos en beneficio de Míster Dólar.
Es más importante congratular al humano que despliega mayor velocidad dentro del sistema solar, nadie duda que esa condecoración pertenezca a Bolt, que subordinarse a las televisoras que facturan ganancias multimillonarias con cada minuto al aire, exigiendo no dedicar unos pocos segundos a la concentración de los que, con importante desgaste mental incluido, están dentro de la pista para obsequiarle a la afición su talento.
Creo que el Barón de Coubertain no se habría plegado a las motivaciones espurias de los consorcios financieros, sino que por el contrario dedicaría las energías a perfeccionar su genial propuesta, hecha realidad en 1896, de rescatar las confrontaciones fraternas que proporcionaban sano esparcimiento a nuestros antepasados.
Por supuesto que ni Yohan Blake – ojo con sus declaraciones calenturientas bajo el efecto de la victoria de que, en enfática alusión a Bolt, “todos son derrotables” – ni Xian tienen culpa de las decisiones arbitrales, al igual que el talentoso Richardson quien por cierto exhibe una progresión extraordinaria en los últimos meses.
La vida de los seres humanos, por su riqueza y diversidad de matices, es mucho más heterogénea que la simple sumatoria de disposiciones y normas. El deporte, y obviamente la ya célebre reglamentación 163.2 aplicada a Dayron, no es la excepción.
Las personas sabemos que en buena lid, quien suscribe es permanente defensor del cumplimiento cabal de los preceptos jurídicos, cada regulación implica elevada capacidad interpretativa, a la hora de su ejecución, no exenta de subjetividades. Desafortunadamente esta vez no prevalecieron los análisis racionales, sino la aplicación dogmática y extemporánea de un concepto teórico, pues en verdad ni Dayron tocó intencionalmente a Liu, ni siquiera lo vio debido a que desde la arrancada marchaba primero, ni la diestra del guantanamero en intercambio con su adversario le aportó el éxito.
Por otro lado, independientemente de que al perderse los carriles en los 800 metros y las especialidades del medio y largo fondo emergen otros enfoques, todos hemos observado en decenas de oportunidades épicas batallas, con fuertes encontronazos, entre los corredores, primero por abrirse paso y posteriormente por remontar a los oponentes.
Deseo por último exponer varias confesiones. Tengo la certeza que de haberse producido la situación a la inversa, la supuesta reclamación del exponente de la Mayor de las Antillas no habría prosperado. En el plano ético considero innecesaria la revisión asiática que de alguna forma resta brío a la labor de nuestro gigante saltarín.
Liu Xian, recordista del orbe hasta que Dayron quebrara su registro, estampando la primacía de 12:87 segundos en la superficie checa de Ostrava, el 12 de junio de 2008, no necesita de querellas procesales para batirse con el caribeño, pues entre los dos exponentes cimeros de la profesión, el duelo solo encuentra epilogo al recorrer los 110 metros que los separan de la plataforma de despegue.
Estoy seguro además de que el Lord de Ébano, repito de haber sido él quien escoltara el ídolo de Shanghái, no habría reclamado nada ante los federativos, sino que entrenaría incansablemente ansioso por la revancha en un próximo certamen.
Eso hizo cuando en el año de lo Juegos Olímpicos, durante el Mundial de Sala de Valencia, en marzo, justo cuando era el favorito de todos, en su primera carrera se quedó parado, pensando se trataba de una arrancada no válida, observando desconsolado como se alejaban sus rivales. En la sesión siguiente Liu se alzó con la victoria, con un discreto 7:46 segundos. Dayron lo felicitó, así como sufrió con el abandono trágico del anfitrión en el debut en el Nido de Pájaro, en ocasión del evento estival.
Hace muy poco tiempo una agencia cablegráfica recogió las declaraciones del cubano donde afirmaba, ante una pregunta incisiva del reportero, que pese a su cota global no se catalogaba en la cúspide de todos los tiempos, sino en un sexto o séptimo peldaño, atribuyéndole la cima de dicha relación al incombustible norteño Allen Johnson.
Un año atrás algunos no entendieron los comentarios de Dayron, todavía jadeante, al triunfar en el Mundial de Doha, deteniendo los cronómetros en 7:33 segundos (marca exclusivamente superada por el registro del británico Colin Jackson, que estampó 7: 30 segundos el 6 de marzo de 1994 en Sindelfingen, Alemania) dejando atrás además de a Xian al estadounidense Terrence Tramel, dos veces titular en áreas techadas y doble medallista de plata con los cinco aros en Sídney y Atenas.
Estoy convencido que luego de esta amarga experiencia, en Londres y aún antes, veremos al muchacho del alto oriente sonreír nuevamente ante las cámaras, expresándose con su acostumbrada energía y desenfado. Después no digan, lo advierto, que el joven realiza planteamientos polémicos, ni se ceben en los gestos peculiares de Bolt.
Si se mortifica a dos leones vigorosos hay que atenerse a las consecuencias y estos caribeños, curiosamente nacidos en 1987, continúan siendo, a pesar de veleidades, los jefes de la manada.
Tomado del blog La Isla Desconocida
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