María Emma Mejía, colombiana de Medellín y secretaria general de la Unión Suramericana de Naciones, pasó por Buenos Aires tras disertar en el IV Congreso Iberoamericano de Cultura de Mar del Plata y habló con este diario sobre cómo se planta el bloque frente a la crisis mundial y por qué las buenas relaciones van más allá del pragmatismo.
Del congreso participó también, entre otros, el asesor de Néstor Kirchner en la secretaría de Unasur hasta su muerte, Rafael Follonier, en una mesa sobre retos de la integración que fue moderada por el periodista Eduardo Anguita y de la que formaron parte también el experto ecuatoriano en nueva arquitectura financiera Pedro Páez Pérez, el filósofo cubano Ismael González y el dirigente nacional del Partido de los Trabajadores Valter Pomar. “Este es el único territorio en el mundo en paz y con paz, esta es nuestra Suramérica, donde nuestros jefes de Estado han comprendido que es posible nuestra anhelada integración”, dijo Follonier en Mar del Plata.
–¿Qué cambió desde que asumió la secretaría de Unasur hasta hoy? –preguntó Página/12 a María Emma Mejía.
–Asumí en mayo pasado y en junio llegué a la sede en Quito. Algunos de los temas iniciales sobre Unasur permanecieron, como la necesidad de dotar al bloque de mayor institucionalidad, pero otras cuestiones se agigantaron: el mundo cambió todo. América del Sur entraba en su mejor década y de pronto el resto del mundo se desmoronó. El conjunto que hay que analizar es lo que ocurre en los Estados Unidos, en Europa, los Brics, las economías de Asia que crecen… La ventaja es que los presidentes de Unasur se adelantan a los hechos.
–¿De qué modo?
–Son capaces de visualizar el futuro, dar lecciones en la resolución de conflictos, en cómo generar medidas de confianza, en cómo se actúa socialmente. Es evidente que falta mucho por hacer en términos sociales en Sudamérica, pero hemos hecho avances significativos. Una tercera parte de la población ha tenido cierta movilidad social. En este punto de la evolución de América latina entra la valoración del mundo y sus nuevos problemas. La crisis financiera del 2008 se fue convirtiendo en otro tipo de crisis diferente. Y los presidentes de América del Sur reaccionaron de inmediato. Notaron un estado de riesgo y se pusieron en alerta. Pero, a la vez, no dejaron pendientes los temas de integración real.
–¿Cuáles serían los más importantes?
–El 30 de noviembre en Brasilia presentaremos el nuevo mapa de Sudamérica en materia de infraestructura. Qué le va pasar a Sudamérica en la próxima década si cumplimos con las obras. Ya no es la mirada inmediata, del día a día, de resolver conflictos.
–¿Cuál es la idea? ¿Que alguna vez hay que empezar?
–Exacto. Hay que tener una mirada conjunta y de largo plazo en infraestructura, en telecomunicaciones, en energía. Es como armar la casa y aprovechar el empuje de liderazgos sudamericanos como no los habíamos visto en muchos años.
–Lo que usted describe es un mundo peligroso y un proceso de construcción. ¿Se puede construir en este mundo?
–Es lo que pudieron avizorar las presidentas y los presidentes. Por primera vez la región es capaz de anticiparse y de ayudar, incluso. Lo último es sorprendente. Ya tuvimos reuniones, una de ellas en Buenos Aires, sobre temas económicos y financieros, con ministros y presidentes del Banco Central. Podemos intercambiar experiencias de política, podemos proteger las reservas, podemos ser audaces en generar formas, fortalecer mecanismos como la Corporación Andina de Fomento, el Fondo Latinoamericano de Reservas… Hay que innovar sin miedo, sin dogmatismos y sin ideologizaciones. En lugar de ver una amenaza en el mundo exterior, queremos hoy tener una relación a partir de lo que somos: una zona de paz que preservamos en una región que tiene reservas alimentarias y energéticas y quiere desarrollarse industrialmente aún más.
–Si Sudamérica tiene esas ventajas y buena parte del mundo está en crisis, una tentación puede ser el paso del peligro a la paranoia.
–Sería equivocado. Se evita con visión estratégica. Por suerte tenemos presidentes muy sólidos, lo mismo que los cancilleres. No sé si nos habrán inspirado los bicentenarios pero así es. No es un chiste pensar que cuando Juan Manuel Santos va al Asia, o cuando Cristina Fernández va a París, o cuando Dilma Rousseff habla de la situación económica mundial, explican qué hicimos los sudamericanos entre los países emergentes y por qué nos fue bien en los últimos años. Hablan de la importancia del comercio en monedas propias, de las políticas sociales, de la preocupación conjunta. Son realidades, no paranoias.
–Ya que menciona a Santos, dijo en Buenos Aires, de visita oficial, que el presidente Hugo Chávez es un factor de estabilidad en Venezuela. ¿Usted lo ve así?
–Debo ser más discreta que el presidente Santos, porque represento a todos los países. Pero creo que hay una oportunidad en la diversidad sudamericana. Cuando luego de la mediación del presidente Néstor Kirchner como secretario de Unasur Chávez y Santos reanudaron relaciones y emprendieron después un proceso de cooperación intenso no lo hicieron, como a veces escucho, por pragmatismo. Fue una actitud por parte de ambos de enorme madurez política. La diversidad pasa a ser un valor en el mapa político, no un problema. Se trata de construir respeto mutuo, lo mismo que sucedió entre el presidente Santos y el presidente Rafael Correa de Colombia. Hay que creer en aquellos que creen en el bien mayor, que es precisamente la integración. Vivimos en el mismo sitio. Somos países importantes, pero juntos somos potencia. Y hoy, especialmente, frente a la coyuntura, frente a una crisis nueva, las actitudes de cooperación no sólo no se debilitan sino que se fortalecen. Pues claro que hay diferencias, pero los presidentes se reúnen, discuten, las resuelven y se fortalecen en los objetivos comunes. Por eso quise decir, en mi ponencia en Mar del Plata, que somos un poder emergente con valores compartidos, con acercamiento incluso en cuestiones de defensa común y una mirada que busca llegar como mínimo al 2030.
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