A sabiendas y en complicidad con el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos, entre 1949 y 1951 el gobierno de Puerto Rico realizó un experimento humano para conocer los defectos de la vacuna contra la tuberculosis, Bacilo Calmette Guerin, (BCG, por sus siglas), que puso en peligro la vida de miles de niños puertorriqueños.
Ante la vacunación “forzosa”, Pedro Albizu Campos estalló en ira y como ingeniero químico y conocedor a fondo de la política científica criminal de los Estados Unidos, el 23 de febrero de 1950, señalando una niña entre la multitud reunida en Utuado denunció:
El que venga aquí a inyectarle a esta niña B.C.G., sea lo que sea -¿Con qué derecho? ¿Quién manda aquí a disponer de la existencia de esta niña? ¿Con qué derecho? El portavoz de los Estados Unidos en las Naciones Unidas confiesa que Estados Unidos está haciendo un experimento en Puerto Rico… Aquí, quiero que sepais hay más de 3,000 niños aquí en Puerto Rico de padres yanquis y ninguno de los padres yanquis consiente que esa vacuna se le ponga a sus hijos. ¿Por qué? Para los rusos sus hijos son sagrados y los médicos de Rusia no van a cometer el crimen de matar a la rusia del futuro… Los alemanes hacen lo mismo… Si los yanquis vieran algo de bueno en esa vacuna ya se la hubieran puesto a Truman, ya lo hubieran vacunado más de diez veces. El sabe, no se mete ese veneno.
Y Don Pedro tenía razón…
Así lo evidencia el informe, “Evaluation of BCG Vaccination among Puerto Rican Children”, publicado en el American Journal of Health System Pharmacy, en marzo de 1974. (AJPH, vol. 64, núm. 3, marzo 1974, pp. 283-291).
Según el documento, el experimento de la vacuna BCG en Puerto Rico se realizó entre septiembre de 1949 y mayo de 1951 con el apoyo económico del gobierno de los Estados Unidos.
Durante ese periodo de casi dos años, un total de 191,827 niños puertorriqueños recibieron la vacuna experimental bajo la falsa impresión de que era segura y aprobada por la Agencia de Drogas y Alimentos Federal.
De acuerdo con el informe, decenas de funcionarios del Departamento de Salud llevaron a cabo el proceso de vacunación en todas las escuelas públicas de Puerto Rico. Como parte del protocolo, se le dió prioridad a las escuelas ubicadas en los sectores pobres de la periferia de las ciudades y en el caso de los niños menores de cinco años se establecieron clínicas ambulatorias cercanas a las escuelas de las comunidades.
Tal y como se acostumbra todavía hoy día, el gobierno de Luis Muñoz Marín desarrolló una campaña publicitaria de “miedo” a la enfermedad basada en las recomendaciones de un comité de conferencia del Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos.
Dicha campaña fue diseñada a base de la falsa premisa de que, por causa de nuestro origen nacional, los puertorriqueños tenemos la predisposición a padecer de enfermedades infecciosas.
Así lo deja entrever el Servicio de Salud Pública de los Estados Unidos:
The tuberculosis death rate in Puerto Rico had risen throughout the first third of the present century, reaching a peak of over 300 deaths per 100,000 in 1933. Thereafter, it fell at a fairly constant rate to just below 200 per 100,000 in 1948. Throughout this entire period, mortality rates indicated that the tuberculosis problem in Puerto Rico was among the world’s most serious. The situation was clearly such that most of the tuberculosis experts would have unhesitatingly recommended that BCG vaccination be added to the tuberculosis control program. (p.283) (El subrayado es mío).
Ante este cuadro y en previsión de las fuertes críticas por parte de la oposición política liderada por Pedro Albizu Campos, el gobierno de Luis Muñoz Marín de manera deliberada y fraudulenta ocultó que el experimento era un proyecto para evaluar los defectos de la vacuna a largo plazo:
Publicity for the trial was done as if it were a one-time affair to avoid attracting attention to the fact that information on vaccination status would be kept for subsequent follow up. ( p.284)
Pero la sabiduría y habilidad con las palabras de Pedro Albizu Campos estaban por encima de las capacidades de los funcionarios gubernamentales y a fin de cuentas a los científicos estadounidenses no le quedó más remedio que aceptar que la participación de los niños puertorriqueños en el experimento no fue masiva:
Owing largely to adverse publicity emanating from political opponents of the incumbent government, participation was much less than anticipated. Approximately 45 per cent of the school children took part; very few of the children not in school participated. (p.284)
Luego del seguimiento y observación de los niños a lo largo de 20 años, el Servicio de Salud Pública del gobierno de los Estados Unidos concluye que el experimento con la vacuna BCG en Puerto Rico fue un fiasco.
Así lo puntualiza el informe oficial:
A follow-up study of large scale tuberculin testing and vaccination in Puerto Rico reveals that BCG vaccination had little overall effect in reducing the incidence of tuberculosis and did not reduce the severity of cases occurring among nonreactors. (p.283)
La historiografía puertorriqueña, en mayor o menor grado, ha destacado por años la ideología y la práctica política de Pedro Albizu Campos.
Pero Don Pedro no era sólo un defensor apasionado de la independencia de nuestra nación. Era también una figura irrefutable que, como en el caso de la vacunación con BCG, tenía el potencial de poner en peligro el plan de uso de los puertorriqueños como Conejillos de India humanos.
Y Luis Muñoz Marín y Harry S. Truman lo sabían.
Por eso lo silenciaron.
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