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Malvinas, una causa nacional y popular, siempre sale a flote

Por: Emilio Marín, La Arena

Es notable cómo Malvinas vuelve una y otra vez a la superficie, pese a que durante muchos años se la quiso sumergir en las aguas heladas del Atlántico Sur con la “desmalvinización”.

A veces por iniciativa del gobierno argentino, como con el discurso de Cristina Fernández en la 66° Asamblea General de la ONU. Otras por provocaciones británicas, como sus periódicas maniobras militares alrededor de las islas o sus licencias petroleras, la llegada de la plataforma “Ocean Venture” e informaciones poco confiables de hallazgo de crudo mar adentro.

Por una cosa o la otra, se reenciende el debate sobre las islas y los derechos soberanos de Argentina. Esto choca con una realidad dolorosa: están ocupadas militarmente por la vieja raposa y ésta no piensa soltar la presa.

El argumento del Foreing Office, nuevamente empleado para contestar el discurso de CFK, es que Londres no puede negociar soberanía ni nada hasta que los habitantes de las islas no estén de acuerdo.

Es un círculo vicioso. Los kelpers obviamente no quieren cambiar su estatus, contentos como están con sus buenos ingresos per cápita, derivados de su derecho de otorgar y cobrar licencias de pesca. La posibilidad de que se descubra petróleo, con las ganancias correspondientes, los torna aún más refractarios a la discusión con Buenos Aires.

Pegando donde les duele a británicos e isleños, la mandataria argentina dijo que si el Reino Unido no se aviene a negociar tal como lo pide sistemáticamente la ONU, su gobierno revisará los acuerdos transitorios en vigencia. En ese paquete que se volverá a abrir y ver qué hay adentro, está la autorización argentina al viaje de LAN que hace dos escalas mensuales en Río Gallegos, entre Chile y Malvinas. En otras palabras, si no hay discusión bilateral esos vuelos no seguirán, con los perjuicios evidentes para los pobladores de las islas. La Patagonia argentina está más a mano que Londres, con todo lo que eso significa para el abastecimiento, comercio, turismo, trámites, etc.

La crítica de Cristina fue aguda, porque a la acusación de colonialismo sumó que le parece inconcebible que un miembro del Consejo de Seguridad viole de ese modo las resoluciones de la entidad, donde además tiene el antidemocrático derecho a veto.

La desubicación de los ingleses quedó patente. Arguyen los derechos de isleños a la autodeterminación, pero al mismo tiempo secundan desde una segunda fila la negativa estadounidense al pedido de Palestina de ser miembro pleno de la ONU. ¿Por qué la opinión de unos pocos miles de kelpers vale tanto y la de millones de palestinos no vale nada?

A propósito, la postura de la presidenta argentina fue muy positiva pues avaló el ingreso de Palestina, actuando en línea con Brasil.

La DAIA muy desubicada

El mensaje de Cristina recordó que ya en setiembre del año pasado había expresado su deseo de que Palestina fuera aceptada en la ONU, por sus derechos propios y como contribución a un mundo más justo.

Esta vez criticó por elevación, sin nombrarlo, al presidente norteamericano que había negado esa solicitud de ingreso. Barack Obama había dicho que esa incorporación no debía decidirla ahora la ONU sino venir por decantación de una negociación de paz entre Israel y la Autoridad Nacional Palestina.

La oradora argentina, en cambio, consideró que la Asamblea General era el marco propicio para el pedido que haría el viernes 23 el titular de la ANP, Mahmud Abbas.

El inquilino de la Casa Blanca, que quiere firmar otro contrato por cuatro años en esa mansión, habló “por boca de serpiente” (diría la canción de Joaquín Sabina) en el segundo lugar de la lista de oradores. Pero la primera, Dilma Rousseff, había planteado la posición favorable de Brasil al acceso de Palestina al club. Y Cristina, que fue la séptima, hizo un planteo similar a su colega brasileña, añadiendo que había que quitarles argumentos al “terrorismo internacional”, en lo que pareció un palo a Hamas. En verdad los enemigos de la paz en esa región son las autoridades israelitas y su socio mayor estadounidense, y no la organización islamista que gobierna la Franja de Gaza, ni Hizbullah que cogobierna El Líbano.

Cómo habrá sido de valioso el discurso de la jefa de Estado argentino que Abbas le pidió inmediatamente una reunión para felicitarla y agradecerle su valentía.

Esta fue la cuarta intervención de Cristina en Naciones Unidas y fue por lejos la más positiva. En el tema Malvinas no se limitó a una plañidera y rutinaria reclamación sino que incluyó la presión de anular acuerdos sobre vuelos,de doce años atrás. Además dio fuerte aval a los derechos palestinos, un pueblo sufrido y resistente como pocos, con lo que marcó una pública diferencia con la administración Obama.

La otra contradicción con Washington se vio el propio miércoles 21, cuando la manada de burócratas estadounidenses, franceses, británicos e israelitas abandonó el recinto neoyorquino cuando usaba de la palabra el presidente de Irán. Mahmud Ahmadinejad estaba criticando al imperialismo y el sionismo, cuando la representante norteamericana Susan Rice y otras decenas de diplomáticos se retiraron en señal de repudio al orador.

El gobierno argentino había incurrido en ese boicot en los dos años anteriores, pero esta vez se ordenó al representante permanente Jorge Arguello mantenerse en su banca y escuchar al orador. Fue la atinada respuesta a la nota iraní del 16 de julio pasado donde los persas ofrecían colaboración para que Argentina pudiera esclarecer el atentado a la AMIA donde murieron casi 90 personas.

Y allí apareció la desubicación de los dirigentes de esa entidad y la DAIA, que criticaron ese gesto argentino, se consideraron decepcionados y poco menos plantearon que a Irán habría que declararle la guerra. Cuando opinan así parecen ministros sionistas en Tel Aviv, en vez de ciudadanos argentinos de la calle Pasteur, el Once o la querida Villa Créspele, que profesan la religión judía.

No dormir con el enemigo

La discrepancia argentina fue pública y notoria con las posiciones de Washington, pero no se agotó en la agenda de la 66° Asamblea General en Nueva York.

Por los mismos días sesionaban -pero en Washington- el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Entre otras reuniones, además de ministros de Economía, intervenían los titulares de Bancos Centrales de los países miembros.

Allí se escuchó una sola coincidencia: la preocupación por la persistencia de la crisis internacional que afecta en mayor o menor grado a la Unión Europea y EE UU. En esa admisión se terminan los acuerdos, pues el tratamiento de la enfermedad divide a “los galenos”, para desazón de la población que aunque esté relativamente sana intuye que le aplicarán tratamientos de shock.

En las deliberaciones de la capital norteamericana se vio a los funcionarios del Fondo y el BM, así como a representantes de los países más poderosos, reiterando la conveniencia de los ajustes. Con matices, parecen émulos de Fernando de la Rúa, sin tomar nota de que ese modelo se incendió hace diez años.

Por otro lado, Amado Boudou defendió la necesidad de aplicar modelos heterodoxos, con políticas proactivas que impidan las caídas del consumo y el empleo. La propia presidenta dedicó un párrafo de su discurso en la ONU a fijar posición frente a la crisis mundial, reclamar la reforma de los organismos internacionales, rechazar las medidas neoliberales y reivindicar “el modelo” que rige aquí desde 2003.

La titular del Banco Central, Mercedes Marcó del Pont, también opinó en forma crítica de los teóricos del ajuste, basándose en resultados positivos del modelo argentino. La derecha parlamentaria teme que en octubre próximo la economista sea confirmada en el cargo por un nuevo período. Saben que ahora no podrán oponer la furiosa resistencia de la vez anterior, con el cruzado senador Gerardo Morales (UCR) como punta de lanza.

Esos avances discursivos del gobierno argentino, expresados dentro y fuera del país, deberían consolidarse desde el punto de vista teórico y programático. Así podría entender cosas que ocurren a su alrededor y que tienen perfecta explicación política. Obama está del lado británico por las Malvinas y se opone al ingreso de Palestina. El Pentágono quiere liquidar a Irán, cuando la Casa Rosada intenta abrir una negociación política con Teherán. El Tesoro yanqui y sus teloneros en el FMI y BM abogan por el ajuste contra los que menos tienen, en tanto Buenos Aires y Brasilia buscan una solución de otro tipo. Si estas cosas concretas reveladas estos días en EE UU no fueron suficientes y el gobierno argentino necesita más ejemplos, podría detenerse en la postura de Washington a favor de Azurix.

Esa multinacional energética ganó un juicio en el Ciadi contra Argentina, donde reclamaba 165 millones de dólares de indemnización por un contrato que se dio por finalizado en la provincia de Buenos Aires. Ahora Azurix, Ciadi y la Casa Blanca quieren cobrar e imponer sanciones comerciales contra nuestro país. Las cosas no pasan por casualidad: del imperio enemigo hay que esperar siempre lo peor.

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Etiquetas: ArgentinaCristina Fernández de KirchnerGran BretañaIslas MalvinasONU

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