Para Olga Salanueva, esposa del antiterrorista cubano René González, es incomprensible la decisión de una jueza de mantenerlo en Estados Unidos una vez cumplida su condena, con el riesgo potencial que eso representa para su vida.
“Es muy difícil vivir en ese país y no acercarse a sitios que se sabe frecuentan los terroristas”, porque andan por sus calles, ejemplo las de Miami, donde radican la mayoría de las organizaciones anticubanas, afirmó Salanueva en entrevista con Prensa Latina.
En su opinión, impedirle que viaje a Cuba al término de su sentencia “significa un castigo que va más allá de la celda”.
“Es la obsesión de un imperio por separarnos”, comentó esta mujer, a quien el gobierno estadounidense le negó por más de una década la posibilidad de que “al menos en las condiciones de una prisión pudiésemos vernos él y yo”.
González, preso desde el 12 de septiembre de 1998, saldrá de una cárcel de
“Eso lo sabíamos”, aseguró Olga, pero “lo que resulta totalmente absurdo” es que la Lenard se negara el 16 de septiembre a la petición de la Defensa de permitirle viajar a la isla luego de concluir su etapa como recluso y que lo obligue a vivir en un lugar donde correría peligro.
Aunque la decisión no es definitiva, “el sentido común indica que cualquier persona privada de libertad y que cumple una condena, lo primero que quiere es ir para su casa, en este caso la de él está aquí, en Cuba, donde lo esperamos sus hijas y yo”, añadió.
Explicó que “Rene (como suele nombrarlo) se comportó excelentemente bien dentro de la cárcel”, pese a que “en estos duros años se le impusieron castigos adicionales y todo lo soportó. No hay un reporte de indisciplina en su expediente”.
A René le ordenan que no se acerque a lugares donde se sabe están los terroristas, pero ¿a esos elementos criminales les han hecho la misma advertencia?
Imagen de muestraContra esos elementos que prendían sembrar la muerte en el pueblo de Cuba, junto a René actuaron Gerardo Hernández, Ramón Labañino, Antonio Guerrero y Fernando González, identificados como los Cinco en las campañas de solidaridad internacional.
“En cierta ocasión Rene me comentó que por una sola vida humana que hayan podido salvar ya valió la pena el sacrificio de ir a Estados Unidos y correr cualquier riesgo”.
El encuentro con Olga se produjo en su casa, un apartamento de dos habitaciones donde las fotos de René en la cárcel se observan por doquier. Muy pocas imágenes existen sobre la vida en común. No es casual. El se fue “el sábado 8 de diciembre de 1990, ¿cómo olvidarlo?”, narró.
“Habíamos quedado en ir al cine, pero ese día yo tenía trabajo voluntario y él, como era piloto de instrucción, fue a lanzar paracaidistas en San Nicolás de Bari. Acordamos vernos en casa al final de la tarde”.
Sin embargo, “cuando llego me percato que no había ninguna luz encendida donde vivíamos y entre el ruido ambiente escucho que una vecina alertó a alguien que yo había regresado. Nuestra cita nunca se concretó”.
Contó Olga que su esposo “tuvo varios intentos de salida, al menos porque varias veces percibí como si se estuviera despidiendo”.
Aquel sábado cuando se besaron, René permaneció “sin moverse y parado en el umbral de la puerta, hasta que desaparecí en la calle. Era la imagen que se llevaría de mí por mucho tiempo”.
Poco antes de irse le puso “dentro de la lavadora una botella de vino y le regaló una perrita a nuestra hija Irmita”.
Después vinieron momentos de angustia e incertidumbre, “yo estaba ajena a sus razones; solo había notado algunos cambios en su conducta que para mí, como lo conozco tanto, no se correspondían con el René que compartía la vida conmigo”.
“En mi cabeza no cabía que mi marido se hubiese transformado tanto al punto de optar por irse del país (…) Prácticamente yo no dormía. Fue mediante una llamada a San Nicolás de Bari que me dijeron ‘se llevó un avión, y hay noticias de que llegó’. A partir de entonces todo para nosotros cambió”.
Luego él comenzó a enviarle misivas. “Yo no admitía lo que supuestamente me había hecho y hasta le escribí para terminar con nuestro matrimonio”.
No obstante, siguió “mandándome cartas con el mismo amor. Yo sabía que lo amaba muy a pesar de los pesares. Hasta que nos propuso reunirnos…”
La posible ruptura, reflexionó Olga Salanueva, “da una medida de cuánto arriesgaron en lo personal cuando mi esposo y sus compañeros decidieron asumir la misión encomendada”.
Olga y René unieron sus vidas en 1983, “ya llevamos 28 años de casados. Nuestra hija mayor tiene 26 años de edad y la más pequeña, Ivette, 13”, expresó casi en un susurro, mientras asegura que ha “aprendido a lidiar con la soledad”.
A la hora de tomar una decisión, de enfrentar las cosas cotidianas; en la parte más íntima o ante dificultades familiares “como es la pérdida de un ser querido, en este caso mi papá, sentí tanta necesidad de René que uno se da cuenta lo imprescindible que es el hombro donde te apoyas”.
Mas en medio de esta soledad, Olga reiteró que no han podido robarles el amor y “es cierto porque me faltará físicamente, pero está en mi pensamiento, como yo sé que estoy en el suyo, ello nos coloca por encima de la distancia geográfica y el odio de quienes intentan separarnos”.
Sostuvo además que “cuando termine la pesadilla ambos se han hecho el firme propósito de ni siquiera acordarnos del sufrimiento”.
Y subraya que se refiere no solo al regreso de su compañero “al seno de nuestra familia otra vez, sino al día en que triunfemos completamente con el retorno de los Cinco a casa”.
“Hoy -señaló- cada sonrisa de los Cinco y de las familias, pese a las desgarraduras, es una batalla que le ganamos al odio”.
Después que lograron volver a funcionar como una familia unida, solo estuvieron menos de dos años juntos, porque entonces se produce el arresto de los Cinco.
Aunque es imposible, hoy le gustaría saltar la página de lo que pasó con sus niñas a partir de ese septiembre de 1998. Al final “tuve que mudarme, reducirme y caí presa. Me deportan en el año 2000. Regreso a Cuba solo con la ropa que traía puesta”.
“Es cierto lo grande del sacrificio”, comentó Olga al insistir que “si bien René ha pasado 13 años en prisión, son 21 años los que lleva lejos de Cuba”.
Irmita tenía apenas seis años cuando él se fue. Al reencontrarse la entonces niña había cumplido 12, “así que se perdió la infancia de su primera hija, en parte fue esa una de las razones por las que volví a quedar embarazada”. “Él me repetía que de este si que no se iba a perder nada y resultó que se lo perdió todo”. A los cuatro meses de nacida Ivette, René González fue arrestado en Miami y no vio más a su pequeña hasta hace poco, es por eso que le pide constantemente a su esposa que recupere las imágenes que se hayan transmitido por televisión donde aparece la Ivette chiquita, porque aspira un día sentarse a disfrutarlas.
“Quisiéramos -puntualizó- que de alguna manera llegue nuestra voz a la jueza Lenard que ha visto pasar tantas veces ante sí a los Cinco”.
“Ella sabe que se ha equivocado, que los condenó sin ser culpables. Ya basta del castigo injusto. Eso es lo que le decimos a la jueza. Al presidente Barack Obama le pedimos que le dé ese mandato a Lenard, él tiene prerrogativa para ponerlos en libertad”.
Cuántos más aniversarios, cuántos más juicios, cuántos más jurados, tendrán que pasar. Todo está dicho: los Cinco son inocentes, preguntó Olga.
En mayo de 2005 un grupo de expertos de la ONU declaró que la detención en Miami de Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René es arbitraria e ilegal, y sugirió remediar de inmediato tal situación.
Meses después, en agosto, un panel concluyó por unanimidad que solo una tormenta perfecta de animosidad contra Cuba en aquella urbe del sur estadounidense pudo provocar la condena de esos hombres durante el turbio proceso celebrado en 2001.
La conclusión de los tres jueces del Onceno Circuito de Apelaciones de Atlanta anuló las sentencias de los acusados y pidió un nuevo juicio en otra sede, pero nada se cumplió.
Sin embargo, “aquí estamos. Es lo importante. No nos han vencido. Los Cinco siguen tan íntegros o más que cuando entraron a la cárcel, porque han crecido como seres humanos”.
Y los ojos de Olga, como océanos, se pierden en la profundidad del deseo de “caminar juntos otra vez esta Habana que le resultará tan diferente a René cuando vuelva”.
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