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Chucho Valdés en sus 70 primaveras

Por: Jorge Petinaud Martínez,  Prensa Latina

“Gardel dijo que 20 años no es nada, y yo sostengo ahora que 70 tampoco”. Al iniciar la séptima década de su existencia, el pianista cubano Dionisio Jesús Valdés (Chucho) es, según sus propias palabras, “uno de los seres humanos más felices de esta tierra”.

Nacido en Quivicán, La Habana -hoy provincia de Mayabeque-, el 9 de octubre de 1941, este gigante físico y del pentagrama ofreció esta entrevista exclusiva durante el homenaje que el guitarrista, director de orquesta y compositor Leo Brouwer organizó para celebrar ese cumpleaños y medio siglo de admiración y trabajo común.

Visiblemente emocionado en un salón del hotel Meliá Cohíba, Valdés se muestra exultante ante el humidor en forma de piano con 70 habanos marcados con una anilla especial en la que está estampado su rostro.

Más allá, las obras de arte y las flores obsequiadas por la Casa de África del centro histórico habanero, la Asociación Cubana de Artistas y Artesanos, la Sociedad General de Autores y Editores (Sgae), el hotel Meliá Cohíba, la Basílica Menor de San Francisco de Asís y la agencia de turismo Cuba Travel.

Sin desdeñar los lauros profesionales, cuando las palabras fluyen como agua de manantial al calor de la emoción, el músico mundialmente famoso, ganador de Grammys latinos y estadounidenses, insiste en otros temas que le resultan más entrañables.

“He tenido muchos premios, el primero la música, para la que nací con ciertas facultades. Otro, muy grande, mis padres, ambos preocupados por mí y que siempre me quisieron, al igual que mi familia, en especial mis hijos”.

Interrogado acerca del III Festival Leo Brouwer de Música de Cámara que con cinco conciertos y tres conferencias entre el 30 de septiembre y el 7 de octubre le rendirá tributo, en especial con una Fiesta de la luz, el autor de Misa negra evoca esa amistad. “Uno de los premios más grandes que he tenido fue en el año 1961. Yo trabajaba aquí al frente, en el bar Elegante del hotel Riviera. Tenía 19 años y tocaba en un grupo. Interpretábamos música cubana nada más.

“Un día de esos que no había público, toqué una sonata de Mózart para mí mismo. Había una sola mesa con tres jóvenes, uno con lentes, un mexicano que era concertista y otra persona.

“Cuando terminé, el de las gafas me llamó y me dijo: “está buenísimo el Mózart caribeño que tocaste”. Después se presentó, acababa de regresar de perfeccionar estudios de guitarra en Estados Unidos, era Leo Brouwer. Yo tenía 19 años y él poco más de 20.

“La gran sorpresa fue que poco tiempo después me mandan a buscar del Teatro Musical de La Habana. Brouwer fue la persona que habló para que diera el salto del bar Elegante a una buena orquesta.

“Estaba él, que componía y dirigía la orquesta, y yo lo aproveché al máximo. Le saqué clases de armonía, me revisaba todos los arreglos, me arreglaba todos los problemas. Ese es otro de los grandes premios.

“Fue donde se me abrieron las puertas, gracias a él. Fue una escuela el Teatro Musical, y realmente, cuando pasé a la Orquesta Cubana de Música Moderna, no quería dejar el teatro porque me sentía muy bien allí. Ya Brouwer no estaba en 1967, pero fue una escuela, desde donde pasé a la Moderna.

“Otro premio fue haber trabajado con todos los directores, desde Rodrigo Pratts, González Mantici, Duchesne Cuzán, pasé por las manos de todos ellos. En 1960 casi toda la música que se escribió para cine, si no era Pura Ortiz, era yo quien estaba al piano.

“La música de Leo, todo lo que se hacía, y con Duchesne dirigiendo, que estaba especializado en la música de cine, cortos, películas (Lucía, Cecilia, Memorias del subdesarrollo), todo eso lo hacía yo.

“Grabé el último disco de Gonzalo Roig. La última vez que se sentó a dirigir fue en los Estudios de la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (Egrem). Ya estaba enfermo y en su último disco, dirigido por él, yo estaba en el piano.

“Internacionalmente, también trabajé con mucha gente. Hice el último disco de Josephine Baker, que se grabó en Cuba en 1966 con la orquesta del Teatro Musical, y con muchos directores extranjeros. Y eso ha sido un premio, esa escuela, ese camino”.

-Pudiera parecer que su vida profesional transcurrió sin dificultades…

-“Hay momentos buenos y malos, y uno tiene siempre que ir adelante y saltar los obstáculos y vencer las barreras, aclara.

En la época de Irakere fue difícil hacer el grupo. Costó como cinco años para que lo reconocieran porque la Orquesta Cubana de Música Moderna era una institución, y al irnos los más jóvenes, quizás un poquito los más destacados, podía ser un problema, fue una dura lucha pero al final se resolvió”.

Brouwer recuerda que el joven Chucho Valdés no persistió en sus proyectos hasta que venció las barreras burocráticas y abrió una senda que hoy lo coloca en la vanguardia mundial del jazz.

En alusión a otros amigos, el fundador y artífice principal de Irakere recuerda que en esa época ya había compuesto su famosa Misa negra y se le ocurrió grabarla.

“Encontré un grupo que se llamaba Tema IV-Carlos Alfonso, L Valdés (integrantes en la actualidad de Síntesis), Silvia Acea y Eliseo Pino-, ellos interpretaron la primera versión en el Teatro Auditorium Amadeo Roldán. Todavía está ahí, la tengo en un cassette.

“Todo lo demás ha sido trabajar, agradecer a quienes me han ayudado”, enfatiza el actual director de Los mensajeros Afrocubanos.

-¿Cómo se ve a los 70 en relación con los inicios?

-Conceptualmente soy el mismo entusiasta, el mismo que quiere hacer cosas, que no para de trabajar; porque hay músicos que viven de la música y hay otros que viven para la música. Yo soy uno de estos últimos. Lo más importante en nuestra vida es hacer música, y tratar de hacerlo lo mejor posible. Es la forma de respetarnos a nosotros mismos y al público que se interesa por lo que hacemos.

He recorrido la música cubana desde el siglo XVII y XVIII, a través de Cervantes, Saumell, Lecuona, pero también de Sindo Garay, Arsenio Rodríguez, Matamoros, Ignacio Piñeiro, si no conoces el pasado nunca vas a llegar al futuro.

Tienes que conocer las raíces, hurgar en el pasado para poder trabajar un presente y, por supuesto, un futuro.

Son muy importantes los músicos que dejaron un legado para que podamos existir hoy, siempre habrá que decir, Ernesto Lecuona, Arsenio Rodríguez, Cervantes, Saumell, y si uno conoce la historia, inclusive si puede conocer cómo vivieron y se desarrollaron musicalmente, además de su música, eso le va a servir, independientemente a tu trabajo de superación personal, que es otra historia.

Yo estudio mucho y respeto mucho a los que dieron lugar a lo que hoy sucede, a Roldán, a Caturla, a todos.”

El camino de los Grammy

Nominado 15 veces y ganador de una verdadera colección de Grammys entre las versiones latina y estadounidense de este lauro, avalado por académicos y de gran repercusión internacional, Chucho Valdés los prestigia.

Obtuvo el primero en 1979 por el disco Irakere, nombre de la banda de jazz que fundó en 1973 y dirigió hasta su desintegración.

Esta agrupación constituyó uno de los motores que revolucionaron el panorama musical cubano en los inicios de los años 70 junto al Grupo de Experimentación Sonora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) y la orquesta Van Van entre las charangas.

En 1997, Habana, donde intervino con la orquesta Crisol (músicos estadounidenses, puertorriqueños y cubanos), del trompetista estadounidense Roy Hardgrove, le aportó otro gramófono.

Live at the Village Vanguard, grabado durante una actuación en Nueva York del cuarteto que Valdés integraba junto al bajista Frank Rubio, el percusionista Roberto Vizcaíno y el baterista Juan Carlos Rojas, fue premiado con otro Grammy en 2001.

El músico “todo terreno” sorprendió en 2002 con Canciones inéditas, trabajo discográfico de aire intimista, ganador de la versión latina de estos premios en la categoría de mejor álbum instrumental pop.

Nuevas Concepciones, un anticipo de cómo el pensamiento musical del artista se proyectaba hacia el siglo XXI, significó en 2004 un nuevo gramófono en el apartado mejor álbum de jazz latino.

Otro Grammy mereció ese mismo año por su participación en Buenos hermanos, del inolvidable Ibrahím Ferrer, a quien acompañó en las obras La música cubana, Hay que entrarle a palos a ese, Fuiste cruel y Boliviana, tema de su inspiración.

Junto a su padre Bebo, Chucho Valdés conquistó en 2009 la corona en la categoría de jazz de los Grammy latinos por el disco Juntos para siempre.

Meses después, en abril de 2009, el autor de Mambo influenciado y la cantante mallorquina -con ancestros en Guinea ecuatorial-, Concha Buica, se reunieron en los estudios habaneros Abdala, convocados por el guitarrista y productor español Javier Limón.

El resultado fue una auténtica fusión de almas en 11 horas de éxtasis creador, y cumplieron con creces el objetivo de rendir tributo a la legendaria compositora y cantante mexicana de ascendencia costarricense Chavela Vargas -a través de su repertorio-, en el aniversario 90 de su natalicio.

Buica entregó la voz y el temperamento que, desde su debut discográfico en 2005, le han permitido revolucionar la canción española y el jazz en ese país.

Una mención especial para los autores seleccionados: Rosario Sansores y Carlos Brito, José Alfredo Jiménez, Juan Zaizar, Álvaro Carrillo, Agustín Lara, Armando Tejada Gómez y César Isella, Mario Clavel y Enrique Fábregat.

De regreso ya de todos los despliegues de virtuosismo, dueño de un toque inconfundible a escala universal y sabio en todas las expresiones de la música, Chucho Valdés aportó con su piano la profundidad necesaria para reflejar la emoción, el desgarro ante el amor frustrado y el aroma de ron del espíritu chaveliano.

En sus orquestaciones, el flamenco, la ranchera, el jazz, el bolero, la guajira, el guaguancó y el cha cha cha amalgaman raigambres telúricas.

Digno respaldo aportaron los integrantes de su cuarteto Lázaro Rivero (el Fino, contrabajo), el baterista Juan Carlos Rojas (el Peje) y Yaroldy Abreu (percusión latina y menor), a quienes se sumaron el trompetista Carlos Sarduy y Javier Limón en la guitarra flamenca.

Como colofón, el artista plástico cubano Eduardo Roca (Choco) aportó una pintura para la portada, toque de distinción para que El último trago constituya un inolvidable regalo. Sorprendentemente, se excluyó el nombre de Chucho Valdés como nominado por El último trago, finalmente ganador del Grammy Latino en música tropical tradicional en 2010. Pero a nadie le cabe duda de que a su talento, sobre todo, se debe el encanto misterioso de toda esta música con aroma y sabor de Havana Club.

Apenas unos meses después, el maestro y sus Mensajeros Afrocubanos cautivaron a la Academia estadounidense y conquistaron otro gramófono con Los pasos de Chucho.

Experimentación, virtuosismo y espontaneidad convierten en una obra jazzística excepcional este disco, cuyo contenido abre un nuevo camino dentro de la música cubana, según el gigante de setenta primaveras.

“Representa un nuevo rumbo en lo que respecta a la tímbrica, a la mezcla del folclore afrocubano con el jazz y con las raíces sobre todo.

“Hemos transformado la rítmica, la métrica del afrocubano la convertimos en asimétrica, o sea, cambiamos los compases tradicionales, que son seis y los pasamos a cinco, a siete, como una especie de mezcla, de un compás regular a uno irregular, y eso cambia todo el concepto de la clave, del ritmo y de la misma melodía. Te obliga a ir buscando nuevos caminos”, puntualiza.

La crítica especializada reconoce esa nueva ruta y destaca que Chucho Valdés y los Mensajeros afrocubanos aportan un sonido ultracontemporáneo al jazz, una música de vanguardia en el siglo XXI.

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Etiquetas: Chucho ValdésCubaJazzMúsica

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