Se fueron concentrando alrededor de todas las sedes del poder. Como quienes participan en una gran fiesta popular. Una fiesta de liberación. Una fiesta para volver a apropiarse de los lugares donde se deciden cuestiones políticas. Ciudadanos de a pie, familias, grupos de amigos, romanos e italianos de visita, esperaban con la mirada puesta en la fachada del Congreso de los Diputados. Al fin, en torno a las 21.45 (hora española), miles de personas celebraban ya la dimisión de Silvio Berlusconi.
Sin colores de partidos, de sindicatos o de los muchos movimientos que se opusieron durante años al magnate que fue primer ministro. No había banderas en la plaza de Montecitorio. Pero cuando un conserje se asomó al balcón para izar la tricolor italiana, explotó un aplauso que tiene el sabor del rescate. “Es nuestro símbolo, ¡a ver si volvemos a estar orgullosos de él!”. Grita una señora teñida de rubio con las manos levantadas llenas de anillos. El cielo se oscurece mientras dentro del palacio iluminado y rosado, el Ejecutivo aprueba su última ley.
“Estoy aquí para esperar la fumata blanca”, cuenta Aurora Pace, de 31 años, abogada. “Toda mi vida electoral fue marcada por la presencia de Berlusconi, por su idea torcida de la democracia. Fue una cruz. Ahora espero aquí; no me voy a mover hasta que no estén confirmadas las dimisiones, voy a estar pendiente. No consigo celebrarlo aún”. “El problema”, se suma una amiga un poco mayor, “es que cuando se vaya él se queda su entramado de poder y corrupción. Tenemos que arremangarnos la camisa y renovarlo todo. Empezando por la ley electoral, que ahora nos obliga a votar a un partido y no a un candidato. A partir de mañana se abre nueva fase. La tercera República italiana”. Los ojos se le vuelven brillantes.
La atmósfera de expectación emociona a algunos y deja incrédulos a otros. “Nos proporcionó tantas chapuzas en casi dos décadas que no me puedo creer que al final acabe marchándose. ¡Ha llegado ese día!”, exclama Nicola Carrieri, de 56 años. La calle se llena de personas que conversan, esgrimen los móviles para tomar fotos, se conectan a internet para controlar las últimas noticias. Los coches no consiguen abrirse camino en la calle del Corso que bordea la plaza. Periodistas y cámaras de medio mundo revolotean de un lado a otro. El palacio está sitiado por una muchedumbre que quiere estar, participar. “Es un día histórico”, dice Giovanni De Simone, de 76 años. “Este hombre jodió mi vida. Mi pensión no soportó el cambio al euro, él no controló los precios, dejó solos a los jóvenes. Me gasté los ahorros para que pudiesen estudiar, ahora no encuentran trabajo, y viven a mi costa. El más rico del país nos empobreció a todos los demás”.
Antes de acudir a su cita con el Presidente de la República para dimitir, sobre las 20.30, Silvio Berlusconi pasa por el lugar donde la gente vela sobre sus pasos, como para asegurarse que llegue a su destino. Un millar de personas también están concentradas frente al Palacio Chigi (sede del Gobierno); otros frente a Palacio Grazioli (la residencia de Berlusconi, donde está reunida la cúpula de su partido); otros le esperan frente al Quirinale, donde reside el presidente Giorgio Napolitano. Allí, a las 20.30, debía terminar la carrera de Il Cavaliere. Allí un gran cartel grita: “¡Por fin!”. Una orquesta callejera entona un Aleluya.
Tomado de El País
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