De noche, como suele proceder la policía en estos casos, fue desalojado el campamento de “Ocupa Wall Street”. Hubo mal trato y 200 detenidos. Si hubiera ocurrido en La Habana, los medios habrían hablado de “dictadura”.
Al movimiento de protesta “Ocupa Wall Street” no lo dejaron cumplir en paz los dos meses de vida. Surgido el 17 de setiembre cerca de la tristemente célebre Bolsa de Wall Street, su campamento fue arrasado por la policía neoyorquina el 15 de noviembre. Así lo había pedido el alcalde Michael Bloomberg, quien asumió toda la responsabilidad del operativo, aunque la empresa a cargo del Parque Zuccotti (bautizado “Libertad”) donde aquéllos acampaban, también había fogoneado el desalojo.
El funcionario está al frente de la ciudad desde 2002 y proviene del derechista partido republicano. Cinco años más tarde consideró más apropiado ponerse el traje de “independiente”, para que su carrera presidencial de algún día tuviera un poco más de apoyo bipartidista.
La compañía de noticias financiera que lleva su nombre lo posicionó como uno de los cien mayores superricos del mundo y uno de los veinte tipos más poderosos del país.
Una tríada temible: Bloomberg, la firma Brookfield Properties clamando por el desalojo y la policía neoyorquina, cuyos desaguisados y corrupción no hacen falta remarcarlos porque de eso se ocupa seguido Hollywood.
A eso debe agregarse el poder de fuego mediático. Varios programas de la CNN trataron de poner en ridículo a “Ocupa Wall Street” desde el inicio, afirmando que no tenía demandas concretas. Entonces se irá entendiendo mejor la trama de esa democracia tan poco perfecta que no pudo tolerar a algunos centenares de personas reclamando tranquilos contra el mundillo financiero y su rol en la crisis de la economía y el desempleo. Les mandó de madrugada la policía y ésta detuvo y golpeó gente, tiró todas las carpas, los 3.000 libros, computadoras y los elementos de cocina en una pila para que se los llevara un camión de la basura.
Los policías actuaron con la violencia propia de sus procedimientos, mientras helicópteros iluminaban la escena y los camiones policíacos dirigían ondas sonoras con un ruido infernal para amedrentar y romper algunos tímpanos.
Conste que los acampantes no estaban usurpando ninguna propiedad privada sino usando un parque público. Pero el alcalde estaba muy preocupado por la salud de los neoyorquinos (y de los propios manifestantes, of course), de modo que pidió el desalojo violento. Es un farsante que en su conferencia de prensa posterior al desalojo citó varias veces la Primera Enmienda de la Constitución, referida a la libertad de culto, expresión, prensa, reunión y petición. Pero precisamente eso es lo que estaban ejerciendo las personas que él y la empresa mandaron reprimir.
Cualquier persona democrática habrá pensado que ante tamaño procedimiento policial los afectados tendrían una reparación judicial. Al principio ese pensamiento pareció valedero, ya que los abogados lograron que la jueza Lucy Billings emitiera una resolución permitiendo a los desalojados volver a Zuccotti.
Fue una ilusión porque unas horas más tarde, el juez Michael D. Stallman, de la Corte Suprema del Estado de Nueva York, le dio la razón al gobierno. Resolvió que estaba prohibido acampar en el lugar, sólo podían ir de paseo allí, durante el día. La salud y la seguridad pública, argumentadas por el alcalde, eran el valor supremo a custodiar. Hay un dicho argentino para esto: “tiene razón pero marche preso”.
Los factores enumerados (alcalde, empresa privada, policías y justicia) tomaron una posición antidemocrática sin tapujos. La de Barack Obama fue centrista y un poco cínica. Tres semanas antes del desalojo y aprovechando la inauguración de un monumento a Martin Luther King, el presidente dijo que entendía a quienes protestaban pero que no tenían derecho a “demonizar a todos los que trabajan en Wall Street”.
Es obvio que quienes protestaban apuntaban a los banqueros y no a los empleados. Más claro imposible: decían que su causa representaba al 99 por ciento contra el 1 por ciento de los ricachones, financistas y especuladores.
Es al revés; los que no tenían derecho a demonizar eran esos banqueros y sus medios amigos, que pintaron a los manifestantes como los malos de la película. No fue una originalidad estadounidense porque las derechas en el mundo intentaron lo mismo con “los indignados” españoles y con quienes organizaron una jornada mundial el 15 de octubre pasado en contra de la crisis económica mundial y sus responsables políticos y financieros.
Quienes reclamaban a metros de la bolsa neoyorquina fueron apoyados a lo largo de estos casi dos meses por personalidades de la cultura como Noam Chomsky, Naomí Klein, Michael Moore y tantos más. Al momento del operativo policíaco fueron arrestados allí Ydanis Rodríguez, un concejal demócrata de Manhattan del Norte y cuatro periodistas (dos de la Associated Press, un cronista del rotativo Daily News y un bloguero del New York Times).
Esa redada quiso abortar los preparativos de la marcha de hoy, cuando se cumplen dos meses del inicio de la protesta. De todas maneras es posible que se realice allí y en otras ciudades. Y quizás vaya más gente de la prevista, por aquello de que a veces las injusticias flagrantes despiertan conciencias aletargadas.
¿El procedimiento policial fue una excepción dentro de una democracia plena? No parece, porque una tasa de desempleo de más del 9 por ciento desde la crisis comenzada en 2008, es una clara violación de derechos humanos tan elementales como el trabajo.
Siguiendo en ese rubro, 49 millones de pobres en Estados Unidos, según la última estadística de la Oficina del Censo, es otro dato oprobioso para una democracia. No tener trabajo, carecer de una vivienda digna donde vivir y hasta alimentos suficientes para alimentarse, no son sólo dramas de Haití o Somalía, sino que también ocurren en el principal imperio.
Volviendo al tema específico de violaciones a los derechos humanos, en la primera semana de noviembre se supo que “en los últimos ocho años, 126 inmigrantes indocumentados han fallecido mientras se encontraban bajo la custodia de la Oficina de Inmigración y Aduanas (ICE) en centros de detención en Estados Unidos”. Así lo documentó la abogada Victoria López, de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) en Arizona. Los latinos inmigrantes engrosan las listas de desocupados y pobres en EE UU, pero antes de eso tienen que pasar por la odisea de las oficinas del mencionado ICE (muchos mueren en el trayecto migratorio, antes o después de traspasar las fronteras estadounidenses).
A todo esto ya pasaron dos años y diez meses de la promesa de Obama de cerrar la cárcel de Guantánamo, en la zona usurpada a Cuba. Allí se siguen manteniendo ilegalmente presos en un terreno ajeno ocupado en base a la Enmienda Platt de 1902, que la isla ha denunciado desde el triunfo de la revolución en 1959. Obama dijo que la cerraría en un año, al asumir el 20 de enero de 2009. Otro bluff.
¿Qué harán ahora los de “Ocupa Wall Street”, habiendo sido echados de otras plazas en otras ciudades? Estarían preparando sus carpas para instalarse en las universidades, mencionándose las de Harvard, Berkeley, Universidad de California en Los Angeles, Duke University, New York City University, Columbia y varias más.
Ir hacia las casas de estudios parece una movida muy inteligente, pero a condición de no encerrarse allí: la fuerza del movimiento estuvo en su contacto con la población en general.
Ese movimiento de protesta popular tiene sus aliados y algunos hacen mucho daño al gobierno yanqui sólo con una guitarrita. El Foro Asia Pacífico (APEC, sigla en inglés) cerraba el 13 de noviembre con una cena de despedida en el lujoso hotel Hale Koa de Hawai. Un cantante local, Makana, animaba la velada y de pronto empezó a cantar “We are the many” (Somos la mayoría), a favor del movimiento “Ocupa Wall Street”.
Los 21 presidentes se pusieron algo incómodos y Obama la pasó mal. “Ha llegado el momento de que alcemos la voz con rabia / contra los que nos han encerrado en una jaula / para robarnos el valor de nuestro trabajo”, decía la canción. Makana seguía cantando: “ocuparemos las calles /ocuparemos los juzgados / ocuparemos vuestras oficinas / hasta que trabajéis para la mayoría, y no para unos pocos”.
¿Makana fue un héroe? No, un amigo de los ocupas. “De hecho, estaba aterrado. Pensaba en cuáles serían las consecuencias. Fue muy divertido. Estaba aterrado pero también lo disfruté“, dijo el músico, de 33 años. Otros 500 manifestaban en la puerta del hotel. Ni en Honolulu lo dejan tranquilo a Obama.
Un popular cantante hawaiano, Makana, convirtió por su parte la cena de trabajo del Foro Asia Pacífico en un canto contra la globalización y la tiranía de los bancos. Makana se dedicó a cantar durante más de 40 minutos distintas versiones de una canción suya dedicada al movimiento anticapitalista ‘Occupy Wall Street‘.
Este es el video oficial de la canción:
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