“El país solo”, titulaba el jueves el diario económico alemán Handelsblatt, mencionando “el combate solitario” de Alemania en favor de “la estabilidad en Europa”.
Desde el pasado verano no ha dejado de amplificarse una crisis de la deuda que empezó forzando el rescate de tres países (Grecia, Irlanda y Portugal) y amenaza con imponer el mismo remedio a otros, a los que se les piden intereses insostenibles a largo plazo.
Ante esta situación, cada vez son más las voces que piden que el Banco Central Europeo (BCE) compre masivamente la deuda de los países con más dificultades para financiarse, para así calmar la disparada de sus intereses. Francia volvió a la carga en ese sentido y el presidente del Gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, a punto de dejar el cargo, instó a la institución con sede en Fráncfort (oeste de Alemania) a cumplir su papel de defensa de la moneda única.
Pero todos esos llamamientos chocan con la negativa inflexible de Alemania. Berlín insiste en que esa compra masiva de deuda es incompatible con el objetivo supremo del BCE (contener la inflación en un nivel próximo al 2%) y cree que además alentaría los déficit. La canciller Angela Merkel, su ministro de Finanzas, Wolfgang Schäuble, y el presidente del Bundesbank volvieron a decirlo esta semana: el BCE no puede ni debe hacer más.
Una posición que levanta ampollas en las capitales europeas y entre los economistas. “Por favor, ¿podría Alemania dejar que el BCE haga su trabajo?”, dijo por ejemplo Holger Schmieding, economista del banco alemán Berenberg Bank. “La estabilidad de los precios en la zona euro no está amenazada”, constata. “Con una acción más vehemente, el BCE no crearía inflación”, sino que “salvaría el euro”, asevera.
Alemania no tiene el mismo sentimiento de emergencia que la gran mayoría de sus socios de la Eurozona.
Esta semana, incluso los intereses de los países considerados más fiables (Holanda, Austria y Finlandia) aumentaron en los mercados de deuda.
La desconfianza generalizada alimenta una huida masiva de los inversionistas hacia los bonos alemanes, considerados los más fiables, cuyas tasas han caído a sus niveles más bajos desde la creación del euro. Por extensión, el fenómeno contribuye en Alemania a un crecimiento económico que figura entre los más altos de la Eurozona.
Para Merkel, la única salvación del euro está en que “cada uno haga sus deberes”, es decir, sanear las finanzas públicas y dinamizar la economía para que vuelva a crecer con vigor.
Más allá de esto, Berlín propone que se reformen los tratados europeos para reafirmar el principio de la disciplina presupuestaria. Sin embargo, esta idea de la canciller alemana apenas tiene adeptos. Merkel recibió a tres jefes de gobierno europeos esta semana y ninguno de ellos mostró mucha disposición.
Eso sí, la insistencia de Merkel en soluciones inspiradas de la ortodoxia fiscal alemana le habrán servido para mejorar su popularidad en su país. “La canciller necesita que no se descarte una reforma de los tratados”, dice una fuente europea. En otras palabras, los socios europeos dejan a Merkel proponer esos cambios en los tratados, porque lo necesita para reforzar su posición política dentro de Alemania.
(Con información de AFP)
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