El proceso se repite en toda la Eurozona: tensiones en los mercados secundarios de deuda –donde los inversores se compran y se venden la deuda que previamente emitió un determinado Estado–, que provocan el aumento de la prima de riesgo (que es la diferencia entre la cotización de un bono a diez años respecto al bono a diez años de referencia, que es el alemán). Con la prima de riesgo por las nubes, las emisiones directas de deuda pública también suben su precio y el país castigado (en este caso, Italia y España) debe pagar más para financiarse.
Pero, además, los Estados se ven obligados –la imposición externa en el caso italiano y griego no ha sido ni siquiera disimulada– a acometer reformas para recuperar la confianza de los mercados. Una confianza que nunca regresa por más que se recorte el gasto público, pero cuya ausencia tampoco provoca el hundimiento definitivo de estos países. Y es que, como se ha dicho desde que empezaron los problemas de deuda en la UE, la economía española e italiana tienen un tamaño que las hace irrescatables, a diferencia de lo que pasa con los pequeños ya intervenidos (Grecia, Irlanda y Portugal).
El beneficio para los que actúan así es doble. Por un lado, al aumentar la prima de riesgo provocan un aumento también de los intereses en las subastas de deuda y logran más rentabilidad. Y por otro, continúa la presión que reduce el peso de lo público en la economía, dejando más margen para la actividad privada. Pero la ruptura total del euro no parece probable, porque en ese caso sí que se generalizarían los impagos, un escenario que tampoco beneficia a los mercados. Y en ésas se mantiene el Banco Central Europeo (BCE): se mete en los mercados a comprar deuda de países en problemas, pero sin la energía suficiente para ahuyentar a los especuladores.
En las últimas semanas, la deuda española, en paralelo a la italiana, se ha visto lanzada a un encarecimiento creciente en los mercados secundarios que parecía no tener fin. En la semana anterior a las elecciones superó el 6,5% frente al 2% en el que, aproximadamente, se mantiene el bono alemán. La diferencia entre una y otra, que en eso consiste la prima de riesgo, se sitúa por tanto en torno a los 450 puntos básicos. La deuda se sitúa así al borde del abismo: cerca del interés del 7% que se considera insalvable y con la prima de riesgo por encima de los 400 puntos básicos, un nivel insostenible a medio plazo y que requerirá una rápida actuación.
La evolución de la crisis en España durante los tres últimos años ha dejado marcados dos puntos de inflexión en el calendario. En mayo de 2010 la prima de riesgo se disparó y el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero actuó entonces sacando la gran tijera de los recortes: fin del cheque bebé, congelación de las pensiones, bajada de sueldo de los funcionarios… Todo con un sólo objetivo: reducir el gasto para obtener la confianza de que España podría cumplir con los objetivos del déficit fijados por la UE.
El segundo golpe llegó el pasado verano, cuando la prima de riesgo española –al igual que la italiana– volvió a la escalada. Se superaron de nuevo los 400 puntos básicos y el BCE hizo un llamamiento al orden en ambos países: el presidente de la entidad europea envió sendas cartas a los Gobiernos español e italiano. Berlusconi hizo público ese documento de cuyo contenido en España sólo se especula, porque no se ha dado a conocer. Pero se sabe lo que pretendía: apremiar a ambos para comprometerse a cumplir con el déficit y, como se hizo en España, que el objetivo de déficit público quedase fijado constitucionalmente.
En esta tercera fase, por el momento, no ha habido reacción política, principalmente por la situación de interinidad que suponía la inminencia de las elecciones. El Gobierno que configure Mariano Rajoy tras la victoria electoral del PP será el encargado de actuar. Europa lo espera, entre otras cosas, porque da por descontado que no se cumplirán los objetivos del déficit (6% en 2011, 4,4% en 2012 y 3% en 2013). La Comisión Europea cree que el déficit podría alcanzar el 5,3% en 2013, más de dos puntos porcentuales por encima del objetivo en este último año de ajuste. Las tijeras del PP ya están listas para el recorte porque, como ha dicho Rajoy una y mil veces durante la campaña, la prioridad será “recuperar la confianza”.
El caso de Italia ha puesto de manifiesto que la voluntad de Angela Merkel, apoyada por Sarkozy, es que quien tenga problemas tendrá que solucionárselos solo a base de reducciones del déficit público con la consiguiente reducción del gasto, sea cual sea su nivel de crecimiento. Silvio Berlusconi, al que ni los escándalos ni los procesos judiciales le habían provocado ni un rasguño, se ha visto apartado por su incapacidad de llevar adelante los recortes que le exigía Bruselas. En su lugar se ha colocado, sin proceso electoral alguno, un Gobierno llamado de tecnócratas, al frente del cual se ha colocado a Mario Monti, un economista que fue asesor de Goldman Sachs. Se repite que es un Gobierno interino de carácter técnico, sólo nombrado para acometer las reformas necesarias, pero lo cierto es que sus recetas también son políticas: ahondan en el modelo neoliberal de reducción del sector público.
Ni siquiera el carácter transitorio está del todo claro: al igual que en Grecia, este nuevo ejecutivo ya ha dejado caer que necesitará más plazo para lograr su objetivo. Y es que en el país heleno también se ha ejecutado un cambio de Gobierno por mediación europea. Primero se fijó un plan de rescate, que se ha ido ejecutando en varios plazos. Pero la crisis de deuda continuó y hubo de fijarse un segundo programa de salvamento. Para llevarlo adelante y asegurarse de que Grecia tuviera dinero para pagar a los bancos europeos (principalmente alemanes y franceses) se estableció una dotación de fondos de cien mil millones (más otros 50.000 millones que aportarían voluntariamente los bancos). Nada de todo esto ha impedido que la crisis de deuda continúe: la prima de riesgo sigue por las nubes pero la cuerda no se termina de romper. Mantenerla tensa es la mejor vía para continuar la senda de recortes y seguir ganando con los intereses. Es la lógica de rentabilidad máxima. La rentabilidad privada. De la pública ya ni las Administraciones, ahora tan técnicas, parecen preocuparse.
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