Cuando habléis de Patria
Si queréis señalar las altas cumbres del decoro
En la cumbre del hombre…
Buscad entre latidos de montañas
Sobre la raíz de truenos y palpitar de troncos,
La presencia profunda que nos cerca y nos manda:
¡El general Antonio!
Así personaliza el poeta Manuel Navarro Luna a quien ganara el mote de “Titán de Bronce” por el color de la piel, la fortaleza física y la resistencia que mostraba ante las heridas de bala y arma blanca, quien derramara su sangre por la libertad de nuestra patria.
La férrea disciplina en que lo había educado su madre, Mariana Grajales, morena liberta (como le llamaban a los negros que de alguna forma habían alcanzado su libertad) apoyada por el padre, Marcos Maceo, de quien heredó la maestría en el manejo de las armas y buena administración de los recursos, lo llevó a ser Mayor General del Ejército Libertador Cubano.
El bravo e indomable guerrero fue protagonista de la Protesta de Baragúa, donde demostró su intransigencia revolucionaria ante el caudillo español Martínez Campos, cuando en los Mangos de Baraguá le fue propuesto El Pacto del Zanjón, lo que rechazó enérgicamente confirmando su decisión de continuar la lucha.
Junto al generalísimo Máximo Gómez llevó a cabo la invasión de Oriente a Occidente, la que concluyó en el municipio pinareño de Mantua, con lo cual pretendían poner a toda Cuba en pie de guerra por la liberación nacional, hecho este calificado de verdadera proeza militar.
Había librado y sobrevivido a disímiles combates aquel insigne guerrero, que había nacido el 14 de junio de 1845 en Majaguabo, municipio de San Luís, en el oriente cubano. Aquel del que fuera la frase: “Quien intente apoderarse de Cuba recogerá el polvo de su suelo anegado en sangre si no perece en la lucha”, y quien manifestara además que: “La libertad se conquista con el filo de machete”.
Aquel fatal 7 de diciembre, ocasión en que viajaba acompañado solamente por su escolta personal, mientras intentaba cortar una cerca para continuara la marcha; una vez que logró cortar una parte expresó: “Esto va bien”, pero en ese instante le alcanzaron dos disparos, uno en el dorso y otro que le traspasó la mandíbula y le penetró en el cráneo.
A su lado quedó Panchito Gómez Toro, hijo del generalísimo, herido también de bala y rematado bárbaramente a machetazos por los soldados españoles, quienes ni siquiera supieron su identidad. Sus cadáveres fueron recogidos al día siguiente por el Coronel habanero Aranguren, quien al enterarse de lo ocurrido acudió al lugar, y enterrados en secreto en la finca de dos hermanos que juraron guardar el secreto hasta que Cuba Fuera libre.
Actualmente los restos de Antonio Maceo y Grajales y Francisco Gómez Toro se encuentran en el Cacahual en los límites de la finca San Pedro. Sus vidas y su ejemplo son bien conocidos por el pueblo de Cuba que los admira y los respeta.
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