Se calcula que la invasión de Irak ha tenido un costo de US$ 1 billón y más de 100.000 muertos.
Antes de que finalice el año, los últimos 30.000 militares de Estados Unidos que quedan en Irak tendrán que marcharse. Después de ocho años, dentro y fuera del país se cuestiona el costo económico y de vidas humanas que ha tenido el conflicto.
En el mismo día que el presidente Barack Obama marcó el fin de la invasión con un discurso ante un grupo de soldados que estuvo en Irak, la BBC recorre el país que dejan las tropas estadounidenses.
“He estado aquí durante más de seis años”, comenta John, un contratista estadounidense que conduce una camioneta por las calles polvorientas del Campamento Kalsu.
“Estoy ayudando a hacer lo que hay que hacer. Tómelo con calma”, agrega mientras sube el volumen de su iPod, conectado al estéreo de la camioneta. De repente brota una mezcla de música country y western.
John es uno de los decenas de miles de estadounidenses, civiles y militares, que van a salir de Irak.
El campamento, ubicado 50 kilómetros al sur de Bagdad, es una conocida parada de camiones militares. Y durante estos días está repleto.
Cada día convoyes de camiones y una hilera de tanques se dirigen hacia esta base de camino al sur, hacia Kuwait.
Todavía hay unos 30.000 soldados de EE.UU. en Irak. A finales de diciembre todos deben haberse ido.
Esta invasión ha costado a Estados Unidos alrededor de US$1 billón y ha dejado un saldo de cerca de 4.500 soldados muertos.
Y mientras se hacen las maletas de la retirada surge una pregunta inevitable: ¿todo esto ha valido la pena?
Jason Kidder, el oficial encargado del campamento, señala que él y sus hombres se sienten orgullosos de lo que han logrado.
“Ahora veo los barrios con mercados abiertos, agua corriente y electricidad. La cooperación entre los militares de EE.UU. y el gobierno iraquí realmente contribuyó a que las comunidades recuperaran un nivel de desarrollo bastante decente”.
“Y por eso me siento muy orgulloso de decir que estuve aquí y que formé parte de este cambio”.
Ese orgullo no es compartido en la cercana ciudad de Iskenderiyah.
“Aún no tenemos agua corriente ni electricidad ni se ha reconstruido nada”. Esa es la conclusión de Hussein Matar, un conductor de taxi que viene del santuario chiíta de Karbala y que hace una parada en un kebab de carretera.
“Los estadounidenses invadieron Irak para liberarnos de Saddam Hussein. Pero las cosas se pusieron aún peor. Dijeron que Irak se convertiría en el paraíso. ¿Dónde está?”, se pregunta el hombre.
El costo de la invasión para Estados Unidos no se puede comparar con el precio pagado por los iraquíes. Según estimaciones conservadoras, el número de iraquíes muertos supera los 100.000 desde 2003.
Durante el último mes, 258 personas perdieron la vida en tiroteos y explosiones, una cifra que no es inusualmente alta.
Los iraquíes siguen viviendo con el temor diario de la violencia y la infraestructura del país se encuentra todavía en ruinas.
Con razón o sin ella, muchos iraquíes ahora culpan a los estadounidenses que se marchan de todo esto y mucho más.
“Muchos países se han beneficiado de lo que pasó aquí como Kuwait, Arabia Saudita e incluso Irán”, añade el taxista expresando un sentimiento extendido en la población.
“Mientras EE.UU. ha estado ocupando a Irak y Afganistán, Irán ha hecho lo que ha querido. Nuestro país se ha convertido en un lugar donde otras naciones resuelven sus intereses”.
Entonces, ¿qué queda para los iraquíes que se preguntan qué ha hecho Estados Unidos por ellos? Para algunos simplemente democracia y libertad de expresión.
El 25 de febrero de 2011, como parte del movimiento de protestas que recorrió el mundo árabe, los iraquíes también salieron a las calles.
En la plaza Tahrir de Bagdad los iraquíes se concentraron para exigir mejores servicios públicos y el fin de la corrupción.
Un año antes votaron a un gobierno formado por una confusa y abigarrada coalición. Ahora esos mismos votantes expresan su descontento.
Esas escenas habrían sido inimaginables bajo el régimen de Saddam Hussein. Pero en Irak, las viejas costumbres tardan en desaparecer. Después de que la mayor parte de los medios de comunicación locales se habían ido, las fuerzas de seguridad fueron enviadas al lugar.
“En un par de minutos habían limpiado toda la plaza”, comenta Daniel Smith, investigador y periodista independiente.
En ese momento, los ojos del mundo estaban en otras partes del Medio Oriente pero Smith estaba en Irak viendo lo que pasaba.
“Durante 40 minutos nos persiguieron disparando. La gente caía al suelo. Parecía que era por los disparos pero es difícil saberlo con certeza. Algunos detenidos fueron golpeados con palos”.
Desde ese día, Daniel Smith regresa a la plaza Tahrir casi todos los viernes. “La intimidación”, subraya, “se ha vuelto menos visible pero no menos eficaz”.
“Después de la protesta cuatro periodistas fueron detenidos en un café al otro extremo de la ciudad. Se les arrestó y se les amenazó con torturarlos si volvían a la plaza de Tahrir”.
“En los meses siguientes hubo una gran campaña de desprestigio público en la televisión estatal refiriéndose a los manifestantes como simpatizantes del partido Ba’athist (antiguo partido político de Saddam Hussein) que querían derrocar al actual gobierno”.
Cuando la BBC visitó la plaza Tahrir un viernes de este mes, las fuerzas de seguridad superaban en número a la pequeña multitud de manifestantes.
Hubo un animado debate entre partidarios y críticos del gobierno. También había miembros de los servicios de inteligencia vestidos de civil.
Muchos activistas señalaron que habían sido arrestados en el pasado. Su estado de ánimo era desafiante pero también se mostraban preocupados.
En las últimas semanas alrededor de 800 personas han sido detenidas en todo el país, acusadas de formar parte de una conspiración del partido Ba’athist.
Es evidente que todavía hay personas en Irak que se empeñan en un camino de violencia y terror, pero en algunos casos la etiqueta Ba’athist- Al-Qaeda puede llegar a utilizarse para acallar las críticas incómodas.
Después de la invasión de 2003, el proceso para desmontar del poder al partido de Hussein removió a una amplia élite sunita que fue reemplazada en su mayoría por líderes chiítas.
Estas personas son las más beneficiadas de la caída de Saddam Hussein, por lo menos sobre el papel.
Pero irónicamente es en los barrios chiítas, como los de la ciudad de Sadr, donde la gente expresa mucho más su oposición a la presencia estadounidense.
Todos los viernes, cientos de hombres se reúnen en la calle para escuchar el sermón del imán. Y todos los viernes ellos cantan: “¡No, no America! ¡No, no America!”.
Moqtada al-Sadr, el clérigo que conduce a estas personas, también controla un bloque importante en el parlamento iraquí. La mayoría del tiempo al-Sadr reside en Irán.
Sus hombres una vez lucharon contra las fuerzas de ocupación de EE.UU. en Irak, y su retirada a finales de diciembre será vista por muchos como la victoria del señor Moqtada.
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