Hace un año, el 15 de febrero de 2011, estalló en Libia una rebelión contra el régimen de Muamar Gaddafi.
En breve empezó una operación militar con la participación de Francia y del Reino Unido que avanzaba a trompicones y precisó de un mayor grado de intervención del que se esperaba. De modo que los proyectos de una rápida campaña colonial no llegaron a hacerse realidad.
Las acciones de la guerrilla libia no parecían tener orden ni concierto y sólo lograron la victoria gracias a la intervención directa extranjera. Consistió en ataques aéreos y con misiles contra las tropas leales al coronel Gaddafi por parte de las fuerzas de la OTAN. También en operaciones secretas de distinta envergadura, empezando por el envío a Libia de instructores y consejeros militares y acabando por la participación de unidades de misiones especiales en el ataque a Trípoli, la capital del país.
En contra de lo que pueda creer la opinión pública en Rusia, Estados Unidos no estaba muy feliz de participar en la operación en Libia. Washington se empleaba a fondo para minimizar su presencia, limitándose a asumir la principal carga de los primeros ataques aéreos a finales de marzo de 2011 y disparando contra los objetivos libios más de 200 misiles Tomahawk.
Posteriormente, el protagonismo en la operación militar en Libia se desplazó de EEUU hacia la OTAN para convertirse más tarde, debido a las crecientes discrepancias entre los miembros de la Alianza, en una operación franco-británica.
En Libia no hubo una línea de frente continua, las acciones bélicas se concentraban en focos alrededor de ciudades importantes y objetivos militares y de infraestructuras clave para el régimen de Gaddafi. Los combates estallaban y se extinguían, sin que las partes fueran capaces de lograr avances luchando.
La inexperiencia del mando de los sublevados y la falta de formación militar de sus partidarios solo se podían compensar con la fuerte presión a la que sometía la aviación de la OTAN a las tropas de Gaddafi. De lo contrario, la guerrilla en apenas tres días habría acabado aplastada por los tanques, un desarrollo de los acontecimientos bastante típico para la región.
Sin embargo, ni con esa ayuda los rebeldes eran capaces de conseguir nada. Estados Unidos, tras preparar el terreno para sus “hermanos menores”, es decir, París y Londres, abandonó la operación a principios de abril del año pasado. El respaldo a distancia por parte de Francia y del Reino Unido fue insuficiente para que los guerrilleros se impusieran a las tropas leales a Gaddafi.
A finales de la primavera de 2011 los participantes de la coalición de repente se dieron cuenta de que la caída el régimen de Gaddafi no estaba cerca. Más aún, incluso en condiciones de incesantes ataques aéreos y del uso de los medios de reconocimiento más sofisticados, las tropas de Gaddafi se las ingeniaban para asestar golpes bastante duros a los sublevados.
Por lo tanto, había que hacer algo urgente con las tropas del llamado ‘Consejo Nacional de Transición’, porque de lo contrario la guerra duraría años y los costes diarios de aquella campaña militar ya les estaban pesando a París y a Londres. Mientras tanto, la Administración de Barack Obama se mostraba esquiva, no prometía sustancial apoyo militar, pero tampoco anunciaba su completo abandono de la operación.
Fueron los instructores de los servicios especializados de la coalición los que se encargaron de los sublevados. El objetivo era claro: inculcar a las tropas de la guerrilla nociones básicas de la disciplina y elevar su grado de coordinación en el campo de batalla, dado que no parecía posible conseguir un nivel digno de preparación. El segundo objetivo consistía en formar también a los comandantes de los sublevados y el tercero, en realizar tareas de reconocimiento y guiar a la aviación aliada en sus ataques contra las fuerzas de Gaddafi.
Los observadores coincidían en que en vísperas del ataque a Trípoli en Libia hubo verdaderas y no esporádicas muestras de la ‘guerra de los Toyota’. Este tipo de acciones bélicas en el norte de África se basa en el principio de la movilidad, maniobras bruscas en terreno no transitado con el uso de camionetas. Las unidades, dotadas de ametralladoras de gran calibre, sistemas de lanzamiento de misiles antitanque y demás equipo infalible, mostraron ser altamente eficaces.
En su momento, esta idea fue aplicada con éxito por Francia precisamente contra las tropas de Gaddafi durante la invasión de Chad por Libia entre 1986 y 1987. Posteriormente la ‘guerra de los Toyota’ se convirtió en la principal forma de acciones bélicas durante las guerras en Chad y Sudán.
¿Fueron de utilidad todas estas medidas? Los resultados del ataque a Trípoli emprendido en la segunda quincena de agosto de 2011 demostraron que hasta cierto punto sí. Se logró coordinación en las acciones de las unidades de los insurgentes, apoyadas por las tropas de desembarco aliadas.
Hasta el día de hoy no se ha encontrado respuesta a la pregunta sobre el grado de participación en las acciones bélicas de los soldados y oficiales del 22 Regimiento del Servicio Aéreo Especial británico (SAS), siendo reconocido oficialmente que los oficiales de la unidad habían asumido las tareas de mando, así como de las tropas francesas de misiones especiales (aunque fueron vistos por muchos) y de las unidades de misiones especiales de los Ejércitos de Qatar y los Emiratos Árabes Unidos.
Los últimos, a diferencia de la supuesta participación de Francia y del Reino Unido, que no ofrecen comentarios oficiales, no ocultan haber tomado parte en las acciones bélicas.
Otra pregunta es ¿cuántos mercenarios de rasgos europeos, difíciles de camuflar ni siquiera con el intenso bronceado, que recorren el mundo desde la jungla del Congo hasta los más recónditos sitios del ‘Triángulo de Oro’, se escondían detrás de las banderas de Catar?
El año pasado, por ejemplo, el Gobierno de Emiratos Árabes Unidos firmó un contrato por 500 millones de dólares con la empresa privada del sector militar Xe Services, otro nombre de Blackwater tristemente conocido por ataques contra la población civil en Irak. El contrato era para un batallón de mercenarios listo para combate de más de 800 personas de procedencia europea. Se habla estadounidenses, sudafricanos blancos y colombianos, y es solo es la punta del iceberg.
Una de las principales conclusiones de la situación de Libia tiene que ver con los dos países protagonistas de la operación, el Reino Unido y Francia, y con todos los Estados europeos en general. Y es triste, porque su disposición de sus ejércitos para el combate es en estos momentos bastante limitada.
En la pasada década se llegó a hablar mucho de los problemas con los que se estaban enfrentando las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en los puntos calientes, concretamente Irak y Afganistán. No obstante, no se cuestionaba la eficiencia de las operaciones militares del Ejército estadounidense contra enemigos más o menos organizados. Y un ejemplo de ello es la invasión de Irak en primavera de 2003.
Sin embargo, últimamente se hizo patente que los aliados más cercanos de Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, disponen de unos recursos insuficientes para llevar a cabo operaciones de castigo a distancia.
Al mismo tiempo, el ímpetu con la que la ‘Nueva Triple Entente’ se metió en la aventura de Libia deja vislumbrar grandes ambiciones. Tanto París como Londres se veían con ganas de “hacerse con su propio pequeño Irak” para poder llevar la voz cantante en vez de Washington.
El resultado fue una guerra colonial, sucia, mal coordinada y demasiado prolongada, que hubo de acabar con una operación terrestre, por muy breve que fuera ésta. Los antiguos dueños blancos del África, sin gozar del poderío militar de antaño, solo se deleitan con la memoria histórica y con las ambiciones coloniales, que nunca han dado ningún resultado brillante.
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