En los últimos años la neurociencia, un conjunto de disciplinas que estudian el sistema nervioso y su relación con la conducta, ha progresado a un ritmo vertiginoso, impulsada por el interés de los Gobiernos por desarrollar nuevas tecnologías y herramientas para mejorar la eficiencia de sus Ejércitos.
En un informe de 65 páginas que acabada de publicar bajo el título de “Neurociencia, conflicto y seguridad”, esta prestigiosa sociedad científica enumera los avances en este campo y sus posibles usos civiles y militares, pero pide cautela a los Gobiernos a la hora de poner en práctica estos descubrimientos.
El foco se ha dirigido a las armas “no letales”, entre las que figuran agentes químicos paralizantes y otras sustancias que actúan directamente sobre el sistema nervioso central o periférico.
Muchas de ellas, alerta la Royal Society, aún no están reguladas por ningún tratado internacional.
Es por ello que pide a los firmantes de la Convención sobre Armas Químicas que incluyan nuevos agentes químicos entre las sustancias prohibidas en su próxima revisión en 2013.
En su informe, esta institución reconoce los beneficios que estos avances pueden tener en el tratamiento de enfermedades neurológicas pero transmite su preocupación por las “lagunas en materia de legislación” que podrían dar pie a un uso inadecuado.
El marco legal actual restringe la creación de agentes químicos paralizantes pero, según la Royal Society, existe “cierta ambigüedad en los tratados de prohibición de armas químicas que, bajo algunas interpretaciones, dan un margen a su desarrollo”.
Aunque algunas investigaciones están aún en sus inicios permiten vislumbrar cómo podrían ser las guerras del futuro.
En ellas, nuevas técnicas de estimulación cerebral mediante fármacos u ondas aumentarían la eficiencia de los soldados sobre el terreno y la velocidad con la que aprenden tareas.
Algunos otros logros, más propios de la ciencia ficción, permitirían la comunicación de las máquinas con el cerebro de los soldados gracias a sistemas de interfaces neuronales, unos implantes que conectan el sistema nervioso con un ordenador que interpreta las ondas cerebrales y las traduce en acciones.
Según la Royal Society, con esta tecnología se podría, entre otras tareas, controlar los sistemas militares a distancia y mejorar la rehabilitación física de los soldados.
Gracias al análisis del cerebro con técnicas de neuroimagen se podrían tener en cuenta nuevas variables en el reclutamiento de soldados, como su velocidad de aprendizaje o el nivel de riesgo que son capaces de asumir, y elegir así a los mejores para cada tarea.
Otros estudios, en este caso impulsados por Estados Unidos, investigan el uso del ultrasonido como una forma de interferir en el cerebro, un campo que según la Royal Society tendría “importantes aplicaciones terapéuticas”, pero también podría utilizarse con el objetivo de perjudicar la actividad cerebral.
La Convención sobre Armas Químicas, firmada en 1993 y a la que se han adherido hasta ahora 188 Estados, prohíbe recurrir a la guerra química en cualquier circunstancia y enumera una lista de sustancias y cantidades prohibidas, pero la Royal Society pide incluir en esa convención a los nuevos agentes químicos.
(Con información de EFE)
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