De las cinco ediciones de la Cumbre de las Américas, sólo una tuvo un buen principio y final. Fue la IV, realizada en Mar del Plata en noviembre de 2005, cuando entre Néstor Kirchner y Hugo Chávez se las ingeniaron para arruinarle el pastel al texano bruto. El resto de la serie fue hegemonizado o limitado, según los casos, por la política imperial sucesiva de Bill Clinton, George Bush y Barack Obama.
La edición número 6, que deliberará el 14 y 15 de abril próximo en Cartagena de Indias, Colombia, pinta similar a la regla. Primero porque el anfitrión es Juan Manuel Santos, quien –con matices diferenciadores de Álvaro Uribe- expresa a la derecha conservadora y violenta de la región, de sintonía fina con la Casa Blanca.
Y también el pronóstico es sombrío porque han dejado afuera a Cuba. Y esto, se presente del modo que sea, tiene una sola lectura: fue el pulgar hacia abajo del imperio el que pesó para que la Patria de José Martí fuera raleada.
El 8 de marzo Santos tuvo que ir a poner la cara ante el presidente cubano Raúl Castro y explicarle lo que éste ya sabía: que no había consenso para extenderle la invitación. Jugando con las palabras, se puede definir ese faltante como el “Consenso de Washington”, el mismo que tanto daño hizo a Latinoamérica y el Caribe con las políticas de empobrecimiento, saqueo y privatizaciones neoliberales y negociados de las multinacionales y bancos.
“No hubo consenso” explicó Santos, falso como moneda de cobre, y formuló votos para que la isla pudiera participar de futuras citas. Los cubanos, que son gente muy educada y políticos exquisitos, “le perdonaron la vida”. Le dijeron que comprendían su situación y que agradecían las gestiones. El colombiano se tomó el avión a Bogotá, más tranquilo, para ajustar detalles con su canciller María Ángela Holguín para que la reunión sea brillante y tranquila.
El anfitrión está equivocado: la VI Cumbre no luce brillante ni tranquila. Lo primero, porque con políticos en decadencia como Obama, Sebastián Piñera (Chile), Vicente Calderón (México), Ricardo Martinelli (Panamá), Porfirio Lobo (Honduras), el general Otto Pérez Molina (Guatemala) y otros subordinados al Departamento de Estado, no habrá brillantez. Habrá montones de frases vacías, de clisés y expresiones de deseos sin metas concretas ni balances de lo realizado.
El evento está planteado como propio de presidentes que van de cumbre en cumbre y sus pueblos de abismo en abismo. No será una cita recordable ni de alto vuelo. Y tampoco será tranquila, porque la exclusión de La Habana ha generado una tormenta política cuyos ventarrones pueden perdurar y colarse por las ventanas de sesiones en la turística Cartagena. Varios países objetan la sanción contra Cuba y van a impugnar ese procedimiento de Obama-Santos. Y otros presidentes, más dignos aún, pueden decidir no concurrir y hacerse sentir con un justificado boicot.
El criterio que prevalece en estas reuniones de presidentes es político. No hay margen para criterios administrativos, como lo reveló la secretaría de asuntos jurídicos de la OEA a cargo de Jean Michel Arrighi. Para éste, la invitación a Cuba, como a cualquier otro país, era un asunto a resolver por el país organizador. Y éste, lejos de actuar con independencia, se subordinó a la orden anticubana dictada desde el Norte.
¿Por qué estos intereses estadounidenses y de sus aliados más conservadores son tan discriminadores?
El presidente de Ecuador, Rafael Correa, dio en el clavo en su discurso ante una repleta Plaza de la Independencia de Quito, el 9 de marzo pasado, cuando consultó sobre ir o no ir. Dijo que en Cartagena no se iba a tratar el infame bloqueo de EE UU contra, por negativa de Obama. Y añadió que tampoco se trataría la reclamación argentina sobre las Malvinas (quizás este tópico sea aludido, aunque en forma muy “light” por presión de Washington, para que su aliada Londres no se incomode).
El ecuatoriano está totalmente en lo cierto. Obama amagó en abril de 2009, en la V Cumbre de las Américas en Trinidad y Tobago, con adoptar una nueva política hacia la región y Cuba. Pero como en tantos otros rubros, a sus palabras se las llevó el viento. Ha prorrogado cada año un bloqueo criminal y genocida alegando leyes de 1917 relativas al comercio con países con los que el suyo está en guerra, que no es el caso.
Al afroamericano no le motivó siquiera una reflexión el hecho que las Asambleas Generales de la ONU, en 2009, 2010 y 2011 votaran por abrumadora mayoría la moción cubana contra el bloqueo. La última votación fue ganada por La Habana por paliza: 186 a 2 (EE UU e Israel) con tres abstenciones (Palau, Islas Marshall y Micronesia).
Pese a esa correlación de fuerzas es tan mayoritaria y favorable a Cuba en Naciones Unidas y otros ámbitos (Unasur, CELAC, Movimiento de Países No Alineados, Grupo de los 77 más China, etc.), la Cumbre de Santos y Obama difícilmente se pronuncie sobre este asunto cardinal del bloqueo. Según la presentación del país afectado en 2011, su economía ha tenido daños directos por 975.000 millones de dólares desde 1962 a la fecha.
El gobierno argentino ha emprendido hace meses una campaña diplomática para reclamar la devolución de las Malvinas. Y como el Reino Unido se cierra a esa demanda, es previsible que EE UU no acepte en Cartagena una declaración de apoyo a nuestro país. A lo sumo, con palabras melifluas y equívocas, podría acordar con un pedido de diálogo entre las dos partes, sin mención a la soberanía.
Si no se hablará de bloqueo ni se reclamará con firmeza por Malvinas, ¿para qué ir a Cartagena en forma masiva tal como pide el Departamento de Estado? ¿Cuál es la ganancia para esta región que ha dado varias muestras de mayor independencia?
El 5 de febrero pasado, en una reunión en Caracas de los presidentes de la Alianza Bolivariana de nuestra América (ALBA), el presidente de Ecuador planteó que si se excluía a Cuba de la VI Cumbre en Cartagena, los ocho integrantes del ALBA no debían concurrir. Era una idea justa para expresar solidaridad con La Habana y llamar mundialmente la atención sobre una injusta exclusión.
El resto de sus colegas, comenzando por Hugo Chávez y Evo Morales, recogieron con mucha simpatía las palabras de Correa. Un mes más tarde, con el viaje de Santos a la isla, el 8 de marzo pasado, las dudas se develaron. En efecto, Cuba no tenía tarjeta de embarque para ir Cartagena.
La reacción cubana no se hizo esperar. El mismo 8 de marzo su canciller Bruno Rodríguez llamó a conferencia de prensa en la capital y dio el parecer oficial, para luego responder preguntas de medios como AP, Reuter, CNN, BBC y Prensa Latina.
El vicepresidente yanqui Joe Biden y la secretaria de Estado Hillary Clinton, ya habían tomado posición pública a favor del veto en contra de Cuba. Por eso el canciller cubano dijo: “no ha habido ninguna sorpresa, ha sido la crónica de una exclusión anunciada. EE UU, con su desprecio y arrogancia, ofende a la patria grande”.
Bruno Rodríguez aclaró que la posición de la isla es la misma que había expresado Raúl Castro en la cumbre del Alba, el 5 de febrero. “Cuba jamás ha reclamado su presencia en la cumbre de Cartagena pero apoya el planteamiento del presidente Correa, de Evo y de otros presidentes, de actuar para que cese la exclusión”, había planteado Castro.
Parece un hecho que esa exclusión se mantendrá, por designio y presión estadounidense, por lo que la pelota pica hoy en el campo del ALBA. ¿Hará efectiva la propuesta de boicot de Correa?
El presidente ecuatoriano, en el acto mencionado del 9 de marzo en Quito, dijo: “Ahora que veo la bandera de Cuba (enarbolada en la multitud) les hago una consulta. Hemos pedido que en la próxima Cumbre de las Américas participe Cuba y se trate sobre el criminal bloqueo durante 50 años a Cuba, y también ese criminal proceso colonialista de las Islas Malvinas, en pleno siglo XXI colonia británica a casi 15 mil kilómetros de Londres. Pero no lo van a tratar y les pregunto: ¿Vamos o no vamos a la Cumbre de las Américas?”.
Prensa Latina cronicó que “ante el No rotundo que salió de las gargantas de la multitud, Correa inició el coro de la consigna: ´no queremos y no nos da la gana, de ser una colonia norteamericana, y sí queremos, y sí nos da la gana, de ser una Patria altiva y soberana´”.
La mayor duda sobre conveniencia de boicot la tendría Hugo Chávez, que en medio de una reconciliación y acuerdos bilaterales con Colombia, no querría comprometer ese proceso con un faltazo suyo. En los próximos días se sabrá si los ocho del ALBA van o no a Cartagena, pero una cosa es clarísima: la aislada en política no es la digna Cuba sino el imperio tan poco democrático.
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