Acaba de celebrarse en Bagdad, una menguada Cumbre de la Liga Árabe, que refleja por sus pobres resultados, la dramática situación que existe en la región. El tema central, por supuesto, fue la situación en Siria.
Hace nueve años, cuando éramos testigos directos, desde la embajada de Cuba en esa capital árabe, de la criminal guerra desatada por el sioimperialismo, para deponer uno de los gobiernos que no se había sometido a sus intereses y que formaba parte de listado de siete países a atacar en la región –dado a conocer en posterior entrevista por el Gral. Wesley Clark–, no podíamos imaginarnos, aún por muchos ejercicios de futuros escenarios que hiciéramos, que la situación se movería en la dirección que lo ha hecho.
En aquel entonces, veíamos la decisión de atacar y sobre todo la pretensión de ocupar Irak y sus inmensos recursos energéticos, como una irresponsable y criminal aventura que podría convertirse, tarde o temprano, en un desastre militar para los Estados Unidos. A finales de marzo y en los primeros días de abril, las tropas invasoras, cuyas columnas mecanizadas se vieron obligadas a entrar únicamente desde la frontera kuwaití, avanzaban por el desierto hacia Bagdad y no habían logrado ocupar ninguna importante ciudad. Parecían empeñarse en lograr primero el descabezamiento del régimen con sus constantes e implacables bombardeos de la capital, utilizando todo su moderno arsenal de bombas y cohetes, criminalmente llamados inteligentes.
Irak, debilitado por largos años de sanciones, bloqueo económico y campaña mediática que lo satanizaba por supuesta posesión de armas de destrucción masiva, era una presa que estimaban fácil y muy apetecible. En ese entonces, después de Arabia Saudita, poseía las mayores reservas energéticas del mundo. Lo hacía vulnerable su división interna: las contradicciones entre sunitas (35% de la población) y chiitas (65%), y los problemas con los kurdos, quienes desde hacía tiempo mantenían bajo su control tres provincias en el norte con protección de la aviación estadounidense y británica, que las habían declarado “zonas de exclusión aérea”. Bajo la misma supuesta protección aérea estaban regiones predominantemente chiitas en el sur, que como precedente a lo que ocurrió recientemente en Libia, durante meses fueron objeto de bombardeos casi a diario para liquidar radares y destruir objetivos militares. Esto lo pude presenciar en una visita que realicé a Basora, días antes de comenzar la invasión. El plan era, que una vez tomado Irak, podrían avanzar después en sus planes de desestabilizar Irán y liquidar el gobierno baasista en Siria, ambos países fronterizos.
Hacía años que Israel había hecho público, a través de declaraciones de un vocero de su Ministerio de Asuntos Exteriores, Oded Yinon, que la destrucción y división de Irak, por considerarlo su enemigo potencial más peligroso, era la prioridad política del estado judío. Lo mismo que ahora hacen con Irán.
Visto el escenario después de nueve años de aquellos dramáticos momentos que vivimos en Bagdad, de los siete países priorizados para atacar por el gobierno de George W. Bush, escogidos dentro de los por él calificados como “60 o más rincones oscuros del mundo”, han sido objetos de agresión, de una forma u otra, con mayor o menor intensidad: Afganistán, Irak, Líbano, Libia y Somalia. Más recientemente la emprendieron contra Siria, la cual mantenían sancionada y hostilizada desde hace años y ahora la empujan hacia una guerra civil, estimulada y apoyada desde el exterior, cuyo final aún parece impredecible. Junto a ello, acrecientan hasta niveles increíbles su campaña de terrorismo mediático, que como artillería de ablandamiento y dirigida también a Irán, se empeña a fondo en crear condiciones para un ataque que podría traer desastrosas e incalculables consecuencias.
En Irak sin embargo, las cosas no le salieron como esperaban y aunque han destruido una buena parte del país y propiciado su posible división, fueron obligados a retirar casi la totalidad de sus tropas, y para evitar una derrota mayor han debido llegar a un endeble acuerdo oportunista con autoridades chiitas, conscientes de que éstos tienen más coincidencia con los intereses de Teherán, que con los de Washington. Las grandes empresas petroleras de EEUU y sus aliados aunque han avanzado acuerdos para controlar y explotar los enormes yacimientos del país, están conscientes de que el terreno que pisan es movedizo por lo que han demorado la ejecución de las grandes inversiones necesarias para elevar la capacidad productora y exportadora, que aún no alcanzan los niveles deprimidos que existían antes de la guerra.
La ausencia en la recién celebrada Cumbre de Bagdad, de seis de lo siete jefes de estado de las monarquías del Golfo, no solo es una muestra de la desconfianza de estos respecto al gobierno del chiita Nuri Al Maliki, sino una señal de protesta por sus vínculos preferenciales con Irán, que lo han llevado a asumir posiciones contrarias a las de la alianza occidental con el Consejo de Cooperación del Golfo, en el empeño de derribar al gobierno de Bashar al Assad en Damasco.
La guerra y ocupación de Irak le ha costado a los EEUU, unos 5 mil muertos y decenas de miles de heridos y traumatizados. El costo económico, según el economista y Premio Nobel estadounidense Joseph Stiglitz, se acerca a los 3 trillones de dólares (tres millones de millones). Estas cifras sin embargo, son incomparables con las pérdidas sufridas por Irak, incalculables en lo económico y con estimados que posiblemente superen el millón de muertes entre su población. Las cuentas por los vejámenes y crímenes padecido por el pueblo iraquí, se acumulan en odio.
Pero en Irak la intervención estadounidense no ha terminado. Estados Unidos tratará por todos los medios de que no se produzca una reconciliación nacional que lleve al país a recuperarse en lo económico y pueda de nuevo jugar un importante papel independiente. El pueblo iraquí, profundamente nacionalista y patriótico, deberá actuar con mucha inteligencia, evitar las provocaciones y el sectarismo, para que no prospere el viejo plan de dividir el país en tres: una región chiita y otra sunita, ambas árabes, con un norte donde ya gozan de autonomía más de 4 millones de kurdos, que aunque también son islámicos, no son árabes.
El plan de división sin embargo, no goza de simpatía entre los aliados de los EEUU. Arabia Saudita ve con mucha preocupación el surgimiento de un estado o enclave chiita en el sur iraquí que tendría acceso al Golfo y sería un aliento para la rebelde y mayoritaria población chiita de Bahrein, así como para las importantes minorías reprimidas y discriminadas de esta secta en el este de su propio territorio (15% de la población saudí) y mayoritaria en esa, su principal zona petrolera; y también de Kuwait, donde alcanzan el 40%. En Omán, y Yemen, predominan los zayditas, un subgrupo de la rama chiita. Un Golfo predominantemente chiita, bajo la influencia de Irán, sería la más terrible pesadilla para las corruptas monarquías sunnitas que hasta ahora allí deciden. Esta también es una de las razones por las que se quiere atacar y destruir al país persa.
Por otro lado, aunque EEUU e Israel verían con buenos ojos el surgimiento de un estado kurdo independiente o un enclave autónomo en el norte de Irak, Turquía se opone a ello pues sería un aliento muy fuerte para los 15 millones de kurdos turcos (20% de la población), quienes en territorio adyacente, desde hace muchos años desarrollan una lucha en demanda de estos mismos objetivos. La posición turca, coincide en esto con la de Irán.
En Afganistán, donde se inició la primera de las “guerras contra el terrorismo” después del ataque a las Torres Gemelas en New York, están empantanados en un conflicto que se extiende ya por más de una década y no tiene fin. Es evidente que no tienen otra alternativa que retirarse, dejando tras ellos la destrucción y el caos.
En Líbano, las agresiones lanzadas por Israel fueron derrotadas aún con todo el apoyo estadounidense y la acción personal de Condoleza Rice, quien en la práctica asumió la dirección de las operaciones en constantes visitas a la zona, en el último empeño de destruir la resistencia patriótica dirigida por Hizbulá en el 2006. Ello no solo puso en crisis al gobierno de Tel Aviv, si no que convirtió a Hizbulá en la fuerza político militar más influyente en el país, e hizo que su gobierno, junto al de Siria e Irán, constituyan en la actualidad el eje de resistencia antisionista y antiimperialista a derrotar en el Cercano Oriente. Este podría fortalecerse, si el gobierno de Bagdad continúa moviéndose hacía posiciones independientes, pero más cercanas a Teherán.
La guerra contra Libia utilizando a la OTAN, logró derribar al gobierno de Gadafi y ocupar el país, pero el caos entronizado allí, amenaza con prolongar la inestabilidad y provocar incluso la división del extenso territorio, siguiendo intereses tribales y de clanes. Grupos extremistas, que constituían hasta hace poco la principal preocupación de Estados Unidos y sus aliados de Europa, amenazan con apoderarse del poder en Trípoli y otros países de la zona. El gobierno de Washington maniobra tratando de utilizar a Turquía como ejemplo de islamismo moderado y moderno, para que la situación no se le vaya de las manos. Ahora coquetean con los partidos y organizaciones del corte de los Hermanos Musulmanes, anteriormente considerados terroristas y enemigos. Ankara, por el momento, se presta al juego con el objetivo de ganar más influencia, pero parece tener también su propia agenda para convertirse en la potencia regional más influyente en el mundo árabe islámico. Tiene recursos y potencial para ello, pero debe tenerse en cuenta que los sentimientos del pueblo turco –que cinco años de convivencia in situ me hicieron conocer–, son profundamente antisionistas y antiimperialistas. Occidente los acepta –a veces con desconfianza–, como socios militares en la OTAN , pero rechaza su entrada en la Unión Europea por ser de cultura islámica.
El tema palestino, que ha sido el eje fundamental del conflicto regional durante más de medio siglo, ha permanecido inalterable en lo fundamental. Israel, los EEUU y sus aliados de la UE, continúan actuando en contra de verdaderas negociaciones de paz, que necesariamente deben estar basadas en una solución justa que otorgue a este pueblo sus derechos inalienables acorde con las resoluciones de la ONU, rechazadas todas por el estado judío. Pero la falta absoluta de moral de estos, más que la práctica de una doble moral, alimenta la firmeza del pueblo palestino y el rechazo de los pueblos árabes e islámicos. Por eso el tiempo juega en contra de ellos a pesar de la construcción de más asentamientos y de sus crímenes y continuos abusos.
Los gobiernos que lleguen al poder bajo el dominio de partidos y organizaciones islámicas, como parece ser la tendencia actual, deberán definir ante sus pueblos, no solo una política que tenga en cuenta las reivindicaciones económicas, políticas y sociales por las cuales se han venido sublevando en las llamadas primaveras que no han sido tales, sino también en la actitud a asumir frente al tema palestino y los planes de dominación de la región por el sioimperialismo. Eso será determinante en el curso futuro de los acontecimientos.
*Ernesto Gómez Abascal es periodista y escritor. Ex embajador en varios países del Cercano Oriente.
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