Buena parte del mundo está cansada de tantas cumbres donde muchos presidentes se reúnen, hablan hasta por los codos y no aportan soluciones a los problemas de la humanidad. Esa dicotomía la graficó Rafael Correa, de Ecuador, al justificar su inasistencia a la VI Cumbre de las Américas: “los mandatarios andan de cumbre en cumbre, y los pueblos van de abismo en abismo”.
Ese vicio generalizado se repitió en el encuentro del fin de semana de 34 países del continente realizado en Cartagena de Indias, Colombia. Hubo “retiros” de los mandatarios, o sea reuniones a puertas cerradas, sin acceso de la prensa. No hubo Declaración Final como se estila y no por problemas de redacción sino de desavenencias políticas. Los temas de Cuba y Malvinas dividieron aguas, pero también hubo otros tópicos que fragmentaron el mal llamado “consenso”.
El drama de ese espacio continental es que reúne a los tiburones y las sardinas, al agua y el aceite, a los imperios y los países en desarrollo. En un rincón, Estados Unidos y Canadá. En el otro, casi todos los demás, exceptuando algunos que -objetivamente del Tercer Mundo- son en política dependientes del llamado Primero, como México y Costa Rica. Laura Chinchilla, presidenta de este país, se atrevió a secundar a Barack Obama en su discriminación contra Cuba alegando carencia de valores democráticos.
Esa diferencia de fondo entre el proyecto de hegemonía continental y mundial, bastante venida a menos en estos tiempos signados por la debacle del Lehman Brothers, y las aspiraciones de las poblaciones al sur del río Bravo de vivir un poco mejor, torpedeó el sueño del anfitrión Juan M. Santos- de que su cita caribeña fuera la de mayor brillo.
Al revés, esta edición parece haber sido la más problemática de la media docena y no está descartada que haya sido la última. Puede no haber más Cumbres de las Américas, tal como las bautizó Bill Clinton en 1994, cuando prohijó la primera, en Miami. Los del ALBA dijeron que si falta Cuba no irán a la próxima reunión en Panamá.
La primera señal de inquietud fue que hubo presidentes anunciando que no serían de la partida. Esto en política se llama boicot: ausencia deliberada y fundamentada políticamente. Es lo que hizo Correa, invocando que en Cartagena no se condenaría el bloqueo norteamericano contra Cuba ni se daría apoyo a la causa argentina en Malvinas.
Concluida la reunión, el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño convalidó esa táctica de no concurrir. “Ecuador estuvo totalmente presente en la Cumbre de las Américas, sin haber asistido, por las posiciones de principios anunciadas, y quienes quedaron aislados fueron Estados Unidos y Canadá al querer imponer un veto”, afirmó en Quito en un despacho de Prensa Latina.
Correa no fue el único presidente en declinar la invitación pues Daniel Ortega, de Nicaragüa, se ausentó por los mismos motivos. Y alegando razones de salud, faltaron Hugo Chávez y el de Haití, Michel Martelly.
Estas cumbres americanas se realizan cada cuatro años y en el intervalo los cancilleres tienen sus reuniones para presentar documentos y pulirlos. La crítica generalizada es que sobran las palabras y faltan los acuerdos sobre cómo combatir la pobreza y el desempleo, por ejemplo.
La edición colombiana venía perfilada en esa dirección, con una trabajosa redacción para quedar bien con unos y con otros, con ambigüedades con que se pueden entender una cosa y la opuesta. Pero las diferencias políticas abismales hicieron caer todo ese texto bañado de oportunismo diplomático.
El primer escollo al “consenso” fue Cuba. La causa de la Mayor de las Antillas viene ganando más adhesiones; hasta buenos amigos de EE UU como Santos dijeron en su discurso inaugural que el bloqueo yanqui era algo anacrónico.
Los integrantes del ALBA, por supuesto, reclamaron por la ausencia de la Habana y posteriormente emitieron un comunicado afirmando que sería la última vez que concurrían a un evento en esas condiciones. En los hechos estaban admitiendo que la táctica de Correa fue la más justa para la ocasión. Y se juramentaron en aplicarla la próxima vez, si es que hay próxima.
Por la forma problemática como culminó la VI, está en duda que Ricardo Martinelli, el presidente de Panamá, pueda ser el organizador de la VII.
Pese a la abrumadora mayoría de delegaciones que pidió el fin del bloqueo estadounidense contra Cuba y que ésta participe en igualdad con los demás asistentes a las Cumbres de las Américas, EE UU y Canadá se mantuvieron en la negativa. Obama esquivó el bulto a la crítica al bloqueo y trató de explicar lo inexplicable con referencias a que la isla no ha tomado todavía el camino de la libertad.
Criticando esa postura, Evo Morales se quejó de que no puede un país, o un país y medio (por los dos socios norteamericanos) imponerse al conjunto. “Todos los países de América Latina y el Caribe quieren que Cuba esté presente, pero hay una imposición, una dictadura que no lo acepta”, opinó el aymara.
El veto de Obama hizo caer los párrafos sobre Cuba que la mayoría de países quería incluir en el documento de Cartagena. Y así se vino abajo esa pieza, también jaqueada por el diferendo sobre Malvinas. Supuestamente había un acuerdo de la reunión previa de cancilleres, para que un punto número 17 diera cuenta del apoyo continental a Argentina para su negociación pacífica con el Reino Unido.
Pero casi seguramente por el bloqueo de Canadá, el asunto de las islas tampoco tuvo luz verde para verse reflejado en el documento. Canadá es uno de los miembros del Commonwealth, Mancomunidad británica de naciones, y era previsible que vetara una declaración a favor de nuestro país. Washington no movió ni un dedo para Argentina: es el socio mayor de Londres en la OTAN, el Consejo de Seguridad, el G-20, el FMI, etc.
La presidenta argentina agradeció a 30 de los presidentes por su apoyo a la soberanía nacional en Malvinas. Está bien, pero debería tomar nota de las declaraciones de Felipe Calderón, su colega de México, que justificó la negativa a incluir este tópico en la declaración diciendo que en las Cumbres debían tratarse temas globales e importantes. Como si las islas fueran un asunto menor.
Cristina Fernández y Héctor Timerman creen en la buena fe de la posición norteamericana sobre el archipiélago. Sin ofenderlos, esa creencia hace recordar a quienes creían en la “neutralidad” del general Alexander Haig, el mediador puesto por Ronald Reagan en 1982.
La presidenta argentina sabe que la Casa Blanca juega para el Foreing Office londinense. Cabe suponer eso porque si tanto creyera en la bondad de Obama le habría planteado un reclamo en la reunión bilateral que tuvieron el sábado 14. Quizás omitió Malvinas sabiendo que su interlocutor juega para Isabel II y las petroleras británicas. A esa altura del sábado puede que CFK todavía confiaba en que las gestiones de Timerman asegurarían un lugar para Malvinas en el artículo 17.
Después “se pudrió todo” y no hubo tal documento, y la presidenta apuró su regreso, en parte fastidiada por esa omisión y en buena medida, como explicó ayer, para preparar la intervención de YPF. Como concluía la Semana Política del domingo, “mejor debió quedarse CFK en Olivos, cavilando la mejor estrategia para recuperar YPF”.
Habría dos maneras diferentes de justificar la incursión de la mandataria por Cartagena de Indias. La oficial dirá que tuvo una buena reunión de media hora con Obama, donde le anticipó que los diarios Clarín y La Nación titularían con diferencias entre los dos países. La otra manera, más sustanciosa, destacará la labor de la presidenta hablando a favor de Cuba, de los reclamos por Malvinas y desear un mejoramiento de la salud de Chávez. ¡Ninguna de esas tres afirmaciones encontró el menor eco favorable en Obama! También se puede destacar como positiva la mención de Cristina a las murallas de Cartagena para defenderse de ataques de los piratas ingleses que la saquearon en dos oportunidades. Fue una picante referencia histórica sobre lo que está en juego hoy, pero es una pena que tanta claridad presidencial en el rol del viejo colonialismo no se reitere en el análisis del imperialismo. Pegarle al pirata Francis Drake y felicitarlo a Obama marca una contradicción.
El que no tuvo contradicciones en las líneas generales fue Juan M. Santos, quien piloteó una Cumbre descolorida y luego se zambulló en entrevistas con Obama. Llegó con tres leyes de apuro aprobadas por el Congreso colombiano y con eso tuvo la media palabra del visitante norteamericano para que el Tratado de Libre Comercio (TLC) entre los dos países comience a regir el 15 de mayo próximo.
Lo dicho: el drama latinoamericano es por el imperio pero también por sus socios menores.
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