El 6 de octubre de 1977 circuló la primera edición de mi libro Crimen en Barbados, tema impulsor de una asistencia de público, incluidos familiares de las victimas, que jamás olvidaré.
Se conmemoraba el primer aniversario del sabotaje que en 1976 destrozó a un avión civil cubano donde viajaban 73 personas, hecho muy divulgado en el mundo y casi nada en Estados Unidos.
Caminaba por un pasillo de la agencia noticiosa Prensa Latina cuando llegó una errónea información: un avión cubano sufrió un “accidente” frente a Barbados, pero acertó al decir que no hubo supervivientes.
Dos días más tarde el entonces primer ministro de esa nación, Tom Adams, declaró a la prensa que el hecho fue causado por “un atentado terrorista”.
A la vez un cable de UPI notificó desde Puerto España, capital de Trinidad Tobago, que la policía de ese país detuvo a dos presuntos venezolanos llegados allí después de la matanza en Barbados.
Más tarde los identificó como Hernán Ricardo Losano y Freddy Lugo, a quienes luego otro comunicado oficial acusó de estar en Caracas al servicio de los terroristas de origen cubano Luis Posada Carriles y Orlando Bosch Avila, caracterizados por The New York Times y otras publicaciones norteamericanas como agentes de la CIA.
Fidel Castro, entonces Primer Ministro de Cuba, al hablar en la concentración fúnebre realizada el 15 de octubre, responsabilizó a ese aparato de espionaje por la masacre que incluyó al Equipo Juvenil de Esgrima de la isla, ganador en Caracas del campeonato regional de ese deporte.
No obstante la avalancha de evidencias que rodeaban al caso, el secretario norteamericano de Estado, Henry Kissinger, se limitó a declarar que esa posición de La Habana era “hostil e irresponsable”.
También el día 15 los Servicios de Inteligencia de Venezuela dieron a conocer el arresto de Posada Carriles y Bosch debido a sus fuertes nexos con quienes colocaron los explosivos en el avión de Cubana.
El caso de esos últimos, informó el 26 de octubre una nota del gobierno venezolano, sería añadido al expediente iniciado contra Posada y Bosch por estar involucrados “en el mismo episodio terrorista”.
Puestos a disposición de la jueza Delia Estaba Moreno y dadas las sólidas pruebas que existían contra ellos, la magistrada los acusó de homicidio calificado y otras fechorías.
Ante el rumbo que tomaba el proceso, la CIA y la titulada Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), con sede en Miami, movilizaron sus influencias en Washington y Caracas hasta que “fugaron” a Posada hacia El Salvador y posteriormente hicieron declarar inocente a Bosch.
El ultraje no se detuvo ahí, porque ambos en The New York Times, la televisión de la Florida y otros medios reconocieron abierta o implícitamente que promovieron el crimen.
Uno de ellos, Bosch, murió en Miami, y el segundo, Posada Carriles, vive seguro en la misma localidad donde cinco cubanos antiterroristas fueron sancionados a elevadas penas de cárcel.
Estos asesinos recibieron allí un atronador homenaje por parte de la jefa del Comité de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Ileana Ros-Lehtinen.
He ahí los valores de una gran potencia con luces cada vez menos luminosas y empinada, no precisamente, hacia delante.
(Tomado de CubaSi)
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