El fracaso de la revolución egipcia que terminó en 2011 con la dictadura de 30 años de Hosni Mubarak es más evidente con la decisión tomada ayer por un tribunal de liberar al dictador, de 85 años, por falta de pruebas en un proceso por corrupción. La revuelta popular enmarcada dentro de la “primavera árabe” no sólo no pudo crear un andamiaje legal democrático sino que en las primeras elecciones llevaron al poder al autoritario partido de los Hermanos Musulmanes, que también fueron derrocados, y hoy ya todo está nuevamente en mano de los militares, con el general golpista Al Sisi a la cabeza.
El abogado de Mubarak, Farid al Dib, había apelado la sentencia y el lunes predijo la liberación de su cliente. Nadie le creyó. Todos pensaron que los jueces no iban a tomar una decisión tan delicada después de una semana con más de mil muertos en las protestas de los islamistas contra el golpe militar del 3 de julio. Pero ayer por la mañana fue una comisión de jueces a la cárcel de Tora, donde se encuentra detenido Mubarak, revisaron el proceso y decretaron su liberación a pesar de que hay otros juicios pendientes.
El diario gubernamental Al Ahram informó que el dictador permanecerá detrás de las rejas por otras 48 horas a la espera de que la Fiscalía tenga tiempo de recurrir la decisión. Pero ahora ya todos están convencidos de que antes del primer rezo del viernes Mubarak será un hombre libre.
La noticia estalló en las radios en medio del tráfico de la primera hora de la tarde de El Cairo. De algunos autos comenzaron a tocar las bocinas de una manera más intensa de lo que lo hacen habitualmente para avanzar en el pesadísimo tráfico cairota. Se nota el estupor en la cara de los conductores y la gente que está en las veredas.
Cuando tomamos un atajo y pasamos por una pequeña calle medio de asfalto medio de tierra, me detengo un momento a preguntarle qué piensan a tres tipos que conversan alrededor de la mesita de un café. “¡Es increíble! Ahora Mubarak está libre y Mursi (el depuesto presidente de los Hermanos Musulmanes) en la cárcel. ¿Quién va a entender lo que pasa en Egipto?”, dice un barbudo, flaco, de unos 45 años. “Va a haber mucha gente contenta hoy. Con tal de no tener más a estos Hermanos Musulmanes, que venga otra vez Mubarak”, dice en forma irónica otro que se está tomando un café a la turca. “No lo escuches, está bromeando. Ahora tenemos un problema más grande. Espero que no desate más violencia. Ya tuvimos suficiente sangre”, trata de moderar un hombre un poco mayor. El traductor mira su teléfono celular de última generación y dice que Twitter estalla y que ya hay convocatorias a la protesta.
Muy pocos tienen en claro qué cargos de corrupción fueron desechados en el proceso, pero algunos piensan que son los fraudulentos contratos por la venta de gas a Israel y un juez aclara que fue por una coima que le pagó una empresa de medios de comunicación y que todo se arregló cuando la familia de Mubarak devolvió el dinero.
De todos modos sigue el juicio por la muerte de 800 manifestantes en los primeros días de la revolución y en los que están implicados también los dos hijos de Mubarak, Alá y Gamal. Ya hubo una condena a cadena perpetua contra Mubarak en una sentencia del tribunal del 2 de junio pasado, pero los abogados apelaron y se ordenó que se repitiera el juicio.
En la plaza de Tahir, en el centro de El Cairo, el lugar donde se generó la revolución que depuso a Mubarak, el clima es de una gran decepción. El lugar está ocupado por unas pobres tiendas con gente que pide una casa, trabajo o reivindicaciones sectoriales. Todo está muy sucio, desprolijo. Queda un puesto que vende banderas egipcias y los grafitis en las paredes de cada esquina de esta enorme superficie que albergó más de un millón de personas, decenas de veces en los últimos dos años. Al fondo está el escenario que sigue allí preparado para la ocasión. Un grupo de muchachos arma unas cajas de comida “por cualquier cosa que pase”.
El que organiza es Rafik, un joven ingeniero informático que dejó todo para unirse a la revolución y ahora, cuando le pregunto su reacción por la liberación de Mubarak va a buscar una cornetita y se la pone a tocar. “¡Esta revolución es un chiste! Pero, a pesar de eso nosotros nos la tomamos muy en serio. Esto es apenas un paso atrás. Vamos a seguir luchando contra Mubarak, su aparato de protección y contra los Hermanos Musulmanes … Ah, y vamos a triunfar”, dice y vuelve a tocar la cornetita. También grita que el viernes va a haber nuevamente allí un millón de personas y que veremos que la revolución no fracasó. Mubarak, el último faraón, va a poder ver todo por televisión cómodamente sentado en el living de su casa.
(Con información de El Clarín)
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