Casi al filo de la medianoche del ocho de enero de 1959, durante el discurso pronunciado por Fidel Castro en la Fortaleza Militar de Columbia -colofón del multitudinario recibimiento que el pueblo habanero le hizo a las tropas rebeldes y a sus líderes- el Comandante en Jefe se dirigió al legendario Héroe de Yaguajay con una memorable expresión: “¿Voy bien, Camilo?”.
Las mujeres y los hombres allí congregados escucharon entonces de Camilo la simbólica respuesta, acompañada de su diáfana sonrisa: “¡Vas bien, Fidel!”.
En ese momento, el jefe del triunfante Movimiento 26 de Julio explicaba cómo se había ganado la guerra, alertaba sobre lo difícil que sería, en lo adelante, el camino hacia la victoria, y advertía cómo para un revolucionario era necesario escuchar constantemente la opinión pública y decir siempre la verdad.
La pauta introducida en aquella histórica alocución no fue pregunta hecha por pura y elocuente oratoria, llevaba la carga emocional de quien apela al juicio del combatiente porque lo sabe merecedor absoluto de la confianza y la fe de todo un pueblo.
Y fue así, el comandante Camilo Cienfuegos Gorriarán era hombre en el cual se podía confiar. De gran ascendencia popular, poseía el carácter y las maneras del cubano auténtico. Por su forma de ser, alegre y franca, y por su sencillez proverbial fue aceptado e identificado como el comandante del pueblo.
Habanero nacido en la barriada de Lawton el 6 de febrero de 1932, vivió su infancia en el seno de una familia modesta de padres emigrados españoles. Ramón y Emilia -a quienes después siempre se les vio juntos en cada acto de masas convocado por la Revolución-, ellos les trasmitieron a sus hijos valores significativos para el resto de sus vidas.
Aficionado a la pelota, como buen cubano, también gustaba de la poesía de Lorca y de cantar boleros; era enamoradizo y conquistador, y desarrolló una extraordinaria capacidad para entender y comunicarse con las personas, cosa que hacía de la manera más natural del mundo.
En La Habana trabajó durante algún tiempo como dependiente en una sastrería de ropa fina para hombres; pero en Nueva York, a donde fue a buscar mejores ofertas laborales, tuvo que emplearse como pudo, las más de las veces lavaba platos para sostenerse de alguna manera. Por su inestabilidad económica, fue excluido y deportado.
Su sentido de justicia, en una época donde ésta era perseguida, lo llevó a involucrarse en protestas populares. Detenido y fichado por los órganos represivos del gobierno de Fulgencio Batista, debió retomar el camino del exilio y viajó nuevamente a Estados Unidos, donde se enteró del proyecto conducido por Fidel Castro.
Obligado a salir de territorio norteamericano al término de su permiso migratorio, se marchó a México y allí se incorporó al grupo que se preparaba para cumplir la misión de liberar a Cuba. Corría el mes de septiembre de 1956.
Fue el último hombre en integrar el grupo de los expedicionarios del yate Granma y uno de los 82 combatientes que desembarcó el dos de diciembre en la punta de mangle de la costa suroriental de la isla de Cuba.
Sobrevivió al ataque sorpresa en Alegría de Pío, y formó, junto con otros 20 combatientes quienes lograron romper el cerco enemigo, el núcleo fundacional del Ejército Rebelde.
Cuajado como guerrillero en la Sierra Maestra, fue protagonista de muchas acciones. Jefe del pelotón de la vanguardia en la columna que conducía Ernesto Guevara; el roce, respeto y admiración mutuos, los unió en amistad.
Camilo, el 10 de marzo de 1959, en acto simbólico, a golpe de mandarria derribó los muros de la fortaleza militar de Columbia. Se dirigió a su pueblo por última vez el 26 de octubre de 1959; ya para entonces tenía el cargo de Jefe del Estado Mayor del Ejército Rebelde.
Cuando regresaba de Camagüey -en misión asignada por Fidel para neutralizar una conspiración contrarrevolucionaria-, el avión donde viajaba hacia la capital se precipitó al mar sin dejar rastro. Cuba entera lo buscó.
A él, por antonomasia héroe del sombrero alón y la sonrisa confiada, cada 28 de octubre su pueblo le regala flores, y lo reconoce y lo tiene entre las figuras más emblemáticas de toda su historia.
(Por Rosa María González López / Servicio Especial de la AIN))
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