Por: Diana Ferreiro
Luego de Tierras de fuego, uno pensaría que cualquier telenovela cubana puede llenar sin dificultad las noches de Cubavisión. Quiero decir, luego de Tierras de fuego, se podría ver en ese horario una versión anime de Shiralad sin notar apenas la diferencia.
El hecho de que Playa Leonora, la más reciente producción, tampoco satisfaga las expectativas de muchos de quienes nos sentamos frente a la pantalla en ese horario, puede considerarse, digamos, un mal hereditario, un gen fácilmente transferible, salvo contadas excepciones —Diana, por poner un ejemplo— de novela a novela desde El balcón de los helechos. Tal vez antes. Un virus que ha alcanzado no solo a realizadores y guionistas, sino que ha logrado sabotear las actuaciones de grandes actores cubanos. De nada le sirve a Playa Leonora, por ejemplo, contar con Aramís Delgado o Manuel Porto, cuando sus roles sucumben ante las incoherencias del guion. Historias poco atractivas, cuya relación, muchas veces impuesta, no engancha ni motiva al televidente.
A juzgar por las últimas propuestas, el intento a veces forzado de “reflejar” en este espacio los problemas de nuestra sociedad —que son más de los que caben en los habituales cien capítulos de veintisiete minutos— convierte a la telenovela en una retahíla de hechos expuestos como mensajes de bien público y que terminan siempre de la misma manera: con la rectificación del error o la corrección de la postura. O sea, el que roba en la cooperativa al final es apuñaleado (Tierras de fuego), el vendedor de ropa se vuelve teatrista (Aquí estamos) y el drogadicto se enamora de la jinetera (Aquí estamos), amor que eventualmente los sacará del hoyo a ambos.
Playa Leonora sustenta su trama en la construcción de una villa vacacional a las afueras del pueblo Las Brisas, y las posibles implicaciones medioambientales que la obra y la explosión de una lancha cargada de combustible pudieran tener, además del “misterio” que da origen al nombre del pueblo. Historia que hasta el momento no engancha, y que evoluciona casi exclusivamente a través de las discusiones entre Félix (Lieter Ledesma), ingeniero al frente de la obra y los investigadores, las zambullidas de los buzos en busca aún no sabemos exactamente de qué, o las investigaciones de una periodista que al parecer sabe “lidiar” muy bien con las fuentes.
Más sugestivas, algunas de las sub-tramas son protagonizadas por los habitantes del pueblo. Un modesto pueblecito en la costa de cualquier provincia de la Isla, que posee un telecentro y un hospital que asume la amputación de la pierna a una adolescente —sin posteriores traumas psicológicos visibles— o la repentina enfermedad de Sofía (Camila Arteche), sin mucha lógica.
Para sus escasos 55 episodios, Playa Leonora no avanza. La poca acción transcurre entre juegos de dominó, negocios y peleas. Las actuaciones —en su mayoría legitimadas ya desde hace tiempo—, por suerte o por cosas del destino no se contagiaron de la epidemia a la que no escapara Tierras de fuego.
El tema del presupuesto de la producción sigue siendo una justificación o explicación, pero reconozcamos que no se trata solamente de mejorar los escenarios donde transcurre la trama —en su mayoría de cartón—; el pollo del arroz es el guion y la dirección.
Teniendo claro el género del que estamos hablando y considerando los últimos veinte años, debemos reconocer que se han hecho en Cuba algunas telenovelas respetables como Pasión y prejuicio, Tierra Brava, Las huérfanas de la Obrapía, o Al compás del son, por solo mencionar algunas. Aunque debemos admitir que Playa Leonora tiene lo que ha de tener toda telenovela cubana últimamente: conflictos amorosos, indisciplina social, jefes, subordinados, intrascendentes misterios y pinceladas de diversidad sexual.
No perdamos de vista que la telenovela, según sus bases originarias, es un género fundamentalmente melodramático, donde siempre encontraremos una o varias historias de amor, mejor o peor contadas, con intrigas, enredos o giros inesperados. En los últimos tiempos, además, las telenovelas cubanas han intentado crear una reflexión en torno a una problemática social. Que no siempre lo consigan es otra historia.
(Tomado de Granma)
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