Primero de septiembre. Suena el reloj y de un tirón están todos de pie. Aunque después la rutina lo vuelve un procedimiento común, el ajetreo de la primera jornada de clases es como una fiesta que se espera con sueño ligero y ansias nerviosas, como cuando se aproxima un acontecimiento importante, un viaje de esparcimiento, la visita de un ser querido que hace tiempo no se ve, y hasta un amor: con las típicas y bienaventuradas mariposas en el vientre.
El uniforme listo, el café caliente, el correr de un lado a otro porque ese día la puntualidad de rigor es un requisito inaplazable, tipifican las mañanas de un día como hoy. Y en las calles se evidencia la solidaridad de los conductores con los padres que vienen y van muy orondos con sus pequeños de la mano.
El festival de colores se anuncia desde días antes, cuando comenzamos a probarnos el atuendo y a “sofocar” a las abuelas y madres con dotes de costureras, para que sucumban ante el afán de hacernos parecer más “atractivos y atractivas”, y ellas a forcejear hasta convencernos de desistir, “porque el uniforme escolar no es un asunto de modas”.
Porque el inicio de curso es así de similiar a un festejo, con todo y el acondicionamiento de las escuelas, a las que maestros y familias ponen todo su empeño; el forrado de los libros, para lo cual acumulamos recortes de revistas, papeles de colores y hasta periódicos; y la compra de zapatos y mochilas, que socavan los bolsillos de los papás y mamás, y “sacrifican” las alcancías de los tíos y los abuelos.
Todo sea porque en un día como hoy se esté feliz. No importa si quizá no llevamos los accesorios más nuevos. Lo importante es saber que tendremos un “profe” esperando en la puerta de cada escuela, con sus libros bajo el brazo y el conocimiento a punto de salirse corriendo de los labios, porque para ellos también implica preparación, estudio y sacrificio estar allí.
Dispuestos estén hoy para conocer a los nuevos compañeros; para ver al recién llegado maestro o saludar al querido profesor de siempre, o para contar las experiencias de un verano caluroso y divertido, que seguro estarán matizadas del comentario sobre la nueva serie o el libro que nos cautivó durante horas. Estén listos para el reencuentro con la biblioteca, los libros, las tareas, las casas de estudio, las fiestas entre amigos.
No sospechen si ante la primera lección vuelven a sentir de nuevo ese cosquilleo intenso de las primeras horas de la mañana. Si eso sucede es porque saben que el conocimiento constituye la única forma de ser libres y poder divisar el bien. No sospechen si al regresar a casa en horas del mediodía o la tarde es más fuerte aún el deseo de que llegue el día de mañana. Es porque tuvieron frente a sí a un maestro especial, que logró convidarlos a volver; y unos amigos entrañables, a quienes —les aseguro— llevarán por siempre en sus memorias, aun cuando sean sus hijos los que vistan el uniforme escolar y los lleven corriendo de la mano, para regresar a las aulas un primero de septiembre.
(Con información de Granma)
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