Cuando se cumple un mes de la habba o ‘levantamiento’ que se inició el 1 de octubre en los territorios ocupados palestinos, la violencia sigue su curso sin que nadie considere necesario resolver este viejo conflicto que los israelíes se han acostumbrado a gestionar sin demasiadas complicaciones mientras extienden sin descanso la expansión colonial en Cisjordania.
Esta semana un general israelí ha advertido que Israel está sentada sobre un “barril de pólvora” que puede estallar en cualquier momento, aun suponiendo que remitan los ataques del último mes, y que únicamente se evitará si existe una iniciativa política que solucione el conflicto, lo que nada indica que vaya a ocurrir.
La habba ha causado un relativo número de bajas en las filas israelíes, principalmente entre colonos y soldados, mientras que en las filas palestinas está causando un muerto cada diez horas y un herido cada 8 minutos, según datos del ministerio de Sanidad. De todos los heridos, un millar fueron alcanzados por balas reales.
De los 67 palestinos fallecidos hasta el viernes, 15 eran menores. El grueso de las víctimas es de Cisjordania mientras que en la Franja de Gaza los muertos se elevan a 17, incluida una mujer embarazada y dos niños de dos años de edad.
Esta semana el primer ministro Benjamín Netanyahu ha declarado en la Kneset, mirando a los escaños de la oposición, que Israel tendrá que vivir siempre “por la espada”, una idea que parece muy asentada en su cabeza y que constituye el eje central de su política actual y de sus expectativas de futuro.
El reciente acuerdo a cuatro bandas (Estados Unidos, Jordania, Israel y Palestina) sobre la Mezquita al Aqsa de Jerusalén no ha detenido la espiral de violencia, como pretendían Netanyahu y también el presidente Mahmud Abás.
De hecho, es fácil predecir que la instalación de cámaras de vídeo en la Explanada de las Mezquitas, que todavía no se ha concretado, no tendrá grandes repercusiones ni acabará con los brotes de violencia puesto que Israel va a mantener la expansión colonial tanto en Jerusalén como en el resto de Cisjordania.
Los ataques con cuchillo contra colonos y soldados se mantienen sin que ninguna organización los reivindique. Son ataques espontáneos que en su mayor parte llevan a cabo palestinos jóvenes no afiliados ni a Hamás ni a Fatah ni a ningún otro grupo, lo que representa un quebradero de cabeza adicional para las fuerzas de ocupación y para los políticos israelíes.
Netanyahu no se cansa de hablar del “terrorismo palestino” y su concepción de lo que ocurre a su alrededor ha quedado clara cuando ha atribuido la idea del Holocausto a los palestinos y no a los alemanes, una posición que cada día es más frecuente entre los historiadores sionistas que proyectan angustiosamente el pasado en el presente.
La situación del conflicto es la de un pez que se muerde la cola y que causa a su vez un mayor radicalismo en Israel, un país que en los últimos veinte años se ha radicalizado hasta un extremo sin precedentes. Esta tendencia va a más en todos los ámbitos de la sociedad y beneficia en las urnas a Netanyahu y a los demás elementos extremistas.
La posición de Netanyahu no ha cambiado. De tanto en tanto deja de morderse la lengua y habla con claridad, como ha ocurrido esta semana al afirmar que su fin no es establecer un estado binacional sino simplemente mantener la ocupación de Cisjordania.
Naturalmente esto significa que el sistema de apartheid que existe en la realidad va a continuar de la misma manera, o que probablemente se va a endurecer. Las leyes ya son de hecho diferentes para israelíes y palestinos aunque el territorio sigue en manos del ejército israelí en su totalidad.
La zona donde la habba está teniendo más incidencia es la de Hebrón, una ciudad palestina del sur de Cisjordania en la que viven enclavados más de medio millar de colonos, y que acumula la mitad de los incidentes ocurridos desde el 1 de octubre.
Netanyahu mantiene su idea de “terrorismo palestino” y esta cantinela la repiten sin descanso sus ministros y todos aquellos que participan de la hasbara o propaganda, quienes omiten o rechazan cualquier alusión, por pequeña que sea, a la brutal ocupación que han impuesto sobre millones de seres humanos.
En este contexto, la posición de Abás es cada día más débil. A sus 80 años el veterano líder pacifista se limita a observar cómo Netanyahu le mete goles por todos los lados mientras la comunidad internacional hace hipócritas llamamientos a la calma y al fin de la violencia, pero no mueve un dedo para acabar con la ocupación.
Esta semana Abás ha ido a la sede de la ONU en Ginebra a pedir “protección internacional”, cuando él sabe perfectamente que en Occidente nadie va a moverse en esa dirección y que lo mejor que va a oír son palabras huecas y vacías condenas de la violencia.
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