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Antonio del Conde y su relación con el líder de la Revolución Cubana

El líder revolucionario había llegado a México después de una breve estadía en Nueva York convenciendo a cubanos de la necesidad de derrocar a la tiranía del general Fulgencio Batista en la Mayor de las Antillas, que no caería por medios legales.

Me puse a las órdenes de Fidel Castro, sin saber quién era. Sin ser adivino, ni nada. En mi libro escribo que parece que me mandó un mensaje subliminal, pero no me pregunten por qué confié en él. Era Fidel. Julio de 1955.

Fue un intercambio de miradas, una pregunta, y la empatía surgió por un sortilegio extraño. La historia ha sido contada infinidad de veces, pero siempre hay generaciones que requieren conocerla para que el recuerdo viva en el presente y en el futuro.

Antonio del Conde escuchó perfectamente aquella pregunta de Fidel.

El líder revolucionario había llegado a México después de una breve estadía en Nueva York convenciendo a cubanos de la necesidad de derrocar a la tiranía del general Fulgencio Batista en la Mayor de las Antillas, que no caería por medios legales. Estaba preparando la expedición de un grupo numeroso de compatriotas para ir a las montañas a luchar contra ese sanguinario régimen por la vía armada y necesitaba apoyo.

En el mitin efectuado en Palm Garden, Nueva York, Fidel lanzaría un compromiso de honor: «En 1956 seremos libres o seremos mártires. Esta lucha comenzó para nosotros el 10 de marzo, dura ya casi cuatro años y terminará con el último día de la dictadura o el último día nuestro».

Vicente Cubillas, corresponsal de Bohemia, quedó completamente estupefacto cuando, en un banco del Parque Central de esa ciudad estadounidense, Fidel le pidió una lista de los principales periodistas norteamericanos para invitarlos a Cuba cuando triunfase la Revolución.

Del Conde, a quien el líder cubano llamaría El Cuate como alias en la clandestinidad, relata él mismo el instante casi silencioso del encuentro en el año 1955, cuando Fidel penetró en su armería, sin explicaciones políticas, porque el mexicano todo lo captó inmediatamente.

¿Qué vi en él? No se lo puedo explicar con palabras. No sé si me entiende si le digo que veo a una persona exageradamente honrada, con una memoria que los elefantes envidiarían, alguien que cada día crece más…»

«Fue a preguntar por unos mecanismos belgas, dos veces». «Se trata, dijo Fidel, de la parte mecánica de los fusiles: cerrojos con el depósito de los cartuchos y los llamadores».

«Pero, francamente, la solicitud me sorprendió y le pedí que pasara a mi privado.  Pensé: a lo mejor me dirá algo más, para qué quiere esas piezas. Le volví a decir: señor, repítame usted su pregunta. Y volvió a decir lo mismo: ¿Tiene usted acciones de mecanismos belgas? ¡Qué barbaridad!, me dije, este señor sabe bien lo que quiere, no se ha equivocado ni una vez en lo que me ha pedido.. No me conmovió, pero sí me sorprendió.

«Entonces le contesté: Mire, señor, yo no sé quién será usted, ni me interesa, pero si quiere yo lo ayudo».

Fidel estaba en los preparativos de la expedición y en la parquedad del relato de Del Cuate no se vislumbra ninguna explicación del yate Granma en el que vendrían a la Isla los futuros guerrilleros.

El apoyo del Cuate fue vital para conseguir armas y hacer gestiones en la capital mexicana, mientras se preparaban en prácticas de tiro y en entrenamientos Juan Manuel Márquez, Ñico López, Raúl Castro, Juan Almeida, el mítico Che y decenas de revolucionarios para completar la cifra de los 82 expedicionarios que atiborraron el Granma y que con las armas en la mano liberarían a Cuba de la dictadura el primero de enero de 1959.

La personalidad del líder revolucionario penetró el alma del utilísimo colaborador mexicano y Antonio del Conde lo explica así:

«A los pocos días comenzamos a concertar citas en las esquinas más inimaginables de la ciudad».  Así comenzó aquella relación fructífera y de tantas consecuencias para Cuba. Buscar armas primero para los entrenamientos, en México, en Estados Unidos, y para el combate, después.

Los futuros rebeldes comenzaron a llegar en 1956 a territorio mexicano y se instalaron en casas-campamentos, como la de Maria Antonia, donde se efectuó la conversación entre el Che y Fidel, al cabo de la cual el argentino ya estaba incorporado como médico de la tropa.

Enseguida comenzaron las prácticas de tiro en varios lugares, perseguidos por espías de Batista y la policía mexicana.

Hubo delaciones, prisión, pocos recursos para todo, pero una decisión colectiva blindada contra acciones de los esbirros de la tiranía.

El yate Granma era del Cuate, comprado en mal estado para dedicarse a la pesca. Un domingo, cuando estaba con los futuros expedicionarios en un sitio cercano a donde estaba fondeada la nave, se dio una escapada para ver los trabajos de reparación que le hacían.

Fidel lo siguió sin que se diera cuenta: «Y cuando yo le estaba pagando a los trabajadores que me reparaban el barco, reparé que él estaba detrás de mí. «Recuerdo que yo estaba en cuclillas, revisando algo. De pronto él me pregunta: ¿y este barco? Si usted me arregla este barco, ahí me voy a Cuba.  «Señor, ese barco no sirve. A duras penas estoy tratando de arreglarlo. El motor está malo, le estoy cambiando la quilla, es un verdadero desastre, pero Fidel insistía en lo mismo: ‘En ese barco me voy a Cuba’.

«Imagínese una orden de Fidel no se discute, porque cuando la da, es porque ya la pensó 20 veces», y ya entonces El cuate se consideraba un soldado de la expedición.

Las escenas de aquella memorable noche del 25 de noviembre  de 1956 pasan por la mente del aliado azteca y afloran a sus labios. «Yo no despedí al Granma en Tuxpan: yo lo empujé, acomodé a la gente, cargué los sacos de naranjas, acomodé las maletas de los compañeros en el baño, senté a la gente…Al despedirse de mí, Fidel me hizo una recomendación: ‘No creas nunca si dicen que me han matado, porque ya lo hicieron muchas veces’».

Han pasado 44 años (estas declaraciones las dio El Cuate al equipo de prensa cubana en septiembre del año 2000 en Ciudad México y El Cuate no olvida nada. Solo lamenta. «Suspiro porque yo debí haberme ido en el Granma, pero 15 días antes de la salida Fidel me dijo que yo tenía que quedarme. Iba a ser más útil en México. En esas dos semanas tuve que trabajar con más ahínco. En el último momento me pidió que me fuera a la parte más oriental de mi país, y que esperara a que Frank País se alzara en la calle con un grupo de combatientes… Ah, yo debí haberme ido … Cuando sigue usted a una persona, como seguí yo a Fidel, deposita toda su confianza en ella.

El yate partió al alba del 25 de noviembre y el fuerte oleaje y la búsqueda de un tripulante caído al agua lo demoraron hasta llegar a la cenagosa playa de Las Coloradas el 2 de diciembre de 1956, en lo que constituyó el nacimiento del Ejército Rebelde, que se convertiría luego en las Fuerzas Armada Revolucionarias.

«Siempre he dicho que él convence hasta las piedras. Yo soy un poco piedra, pero él me convenció fácilmente. Platicábamos mucho. Le voy a decir algo: cometí un error. Una de las tantas armas que salían de mi negocio, salió con mi nombre. Un idiota rifle. Eso sirvió para que me metieran preso. Luego de la salida del Granma, trabajé mucho. Me caí con un avión, me pescaron con otro barco y me volvieron a meter en la cárcel, esta vez por trasiego de armas sin pagar impuestos y por llevar gente para Cuba. Me condenaron a cinco años, de modo que el triunfo de la Revolución me agarró tras las rejas. Sólo estuve en prisión 11 meses gracias a Fidel.

«En mayo del 59, cuando fue a la ONU, al regreso  hizo las gestiones para que saliera de la cárcel.  Recuerdo que la gente, en la penitenciaria, me decía: él no se va a acordar de ti, si triunfa. Y yo respondía: ¡ah, ustedes no conocen a Fidel!. A él no se le olvida nada…

«Sí, tuve una suerte inmensa al poder colaborar con él, y no me pregunte por qué. Lo único que le platico es la historia verdadera. Yo estaba consciente de que él iba a dirigir algo grande. Tuve la poquita inteligencia de darme cuenta de quién era este hombre, de no ser un tonto. Un día le dije: señor, yo no quiero que me dé comisión por mi trabajo de buscarle las armas. Déjeme usted hacer por Cuba lo que no puedo hacer por México.

(Tomado de Granma)

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Etiquetas: Fidel Castro RuzFuerzas Armadas RevolucionariasRevolución cubanaYate Granma

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