La salud pública cubana ha priorizado a los grupos poblacionales de riesgo, en particular a la mujer y los niños. En la década del 50 la situación de la madre embarazada en Cuba estaba matizada por los elevados índices de mortalidad, la escases de tratamiento especializado y de centros de asistencia.
Una de las primeras tareas educativas que asumieron los médicos rurales en los inicios de la década del 60′, fue ofrecer su colaboración a las parteras empíricas llamadas recogedoras, que eran las que brindaban cuidados a las parturientas en las zonas rurales del país. Estas “ayudantas”, nombre que recibirían en algunos lugares del oriente, también asumían otras tareas de la casa en los momentos alrededor del parto. Estas parteras fueron instruidas y se les facilitaron medios para mejorar su labor, como guantes y curas umbilicales estéril. Finalmente según sus capacidades fueron incorporadas como trabajadoras de las unidades rurales de servicios que se creaban. Así se erradicó la práctica empírica en la atención del parto en Cuba.
En 1962, se constituye una unidad de atención primaria especializada en el tratamiento de embarazadas en ciudades o pueblos: el hogar materno. Se considera una fortaleza para el programa materno-infantil, dado que es la institución que acoge a la embarazada que presente dificultades durante la gestación y le da tratamiento personalizado, previendo complicaciones que pongan en peligro la vida del bebé y la madre. Hoy es común encontrar estos centros en cada comunidad del país.
En nuestros días, Cuba ocupa el primer lugar en indicadores favorables de mortalidad infantil en menores de un año y menores de cinco años en América Latina y buena parte del mundo. Durante los dos últimos años se ha alcanzado la tasa de mortalidad infantil más baja de la historia, con 5.3 por mil nacidos vivos. Según estadísticas recogidas en el Estado Mundial de la Infancia 2007 que publica UNICEF, globalmente la tasa mundial es de 52 y la de América Latina de 26. La de África occidental es de 108. Cuba, además, redujo la mortalidad infantil por cardiopatías congénitas de 3,5 por mil recién nacidos vivos, en 1980, a 0,5, en el año 2005, gracias al Programa Nacional de Atención al Niño Cardiópata.
A cada mujer durante el embarazo, se le realizan no menos de 17 consultas y 30 exámenes de diagnóstico para evitar que sus hijos padezcan enfermedades graves o malformaciones congénitas, con lo que se logra que disfruten de buena salud. A cada niño que nace no solo le vacuna contra las 13 enfermedades erradicadas en el archipiélago, se le aplican además pruebas para detectar otras seis enfermedades, un derecho al que solo tienen acceso algunas personas muy ricas en los países más desarrollados del planeta. La esperanza de vida al nacer es de 76,8 años y se espera que en el próximo quinquenio llegue a 80.
(Tomado de Revolución Cubana)
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