Antonio Maceo Grajales es sin lugar a dudas uno de los patriotas más destacados de la segunda mitad decimonónica. Sus hazañas militares y ejecutoria política han sido objeto de referencia para las distintas generaciones de cubanos. Al respecto, la mayoría de los biógrafos del Lugarteniente General Antonio de la Caridad Maceo Grajales, señala como referentes casi obligados en el despertar de la conciencia nacional del héroe la formación familiar y el medio político-social.
En este sentido, Antonio de la Caridad fue el primogénito de la unión de Marcos Maceo y Mariana Grajales Cuello, quienes a pesar de ser iletrados, le inculcarían férreas normas morales y cívicas, que contribuyeron a formar su personalidad; basados en el esfuerzo del trabajo honrado, el respeto a los mayores y el cumplimiento de sus compromisos sociales.
Del padre Marcos Maceo, adquiriría sus primeras ideas revolucionarias —aprehendidas por él durante su alistamiento en las milicias de pardos en el Batallón de Infantería Provincial— al comentarle este su experiencia sobre la vida en el ejército, explicarle aspectos relevantes de la situación política de la isla, y compartir con el joven Antonio determinados juicios sobre la realidad de la época. De acuerdo con el investigador Eduardo Torres Cuevas: «Padre e hijo discutían entre sí y con los demás miembros de la familia, con edad suficiente, las ideas políticas de aquellos sectores patrióticos que criticaban la dominación española».
A la par de lo anterior, se sumaron los encuentros con su padrino Ascencio de Asencio de la Cerda y su amigo Exuperiano Álvarez, quienes lo ponen en contacto con las ideas patrióticas que se trataban en las logias masónicas, sobre la necesidad de una Cuba independiente, no atada a la bandera española. Fueron justamente las ideas propugnadas por el GOCA (Gran Oriente de Cuba y las Antillas), las primeras en ser combatidas por las autoridades hispanas, y que desembocaron en la masacre de «Los Marañones».
El vínculo con la masonería fue muy importante en la formación patriótica de Maceo, a partir de las enseñanzas litúrgicas emanadas del GOCA, donde se perseguía, según opinión de Vicente Antonio de Castro «[…] la formación de hombres moralmente útiles, despiertos al pensamiento y dispuestos a actuar en beneficio del país».
Para Antonio Maceo, la Guerra de los Diez Años fue una etapa de formación y desarrollo de su pensamiento, que se manifestó en el ascenso de su autoridad político-militar y la defensa de los órganos establecidos por la República en Armas. Sus opiniones en torno a la Sedición de Lagunas de Varona (1875), el Motín de Santa Rita y el Cantón independiente de Holguín (1877), reflejaron la firmeza y capacidad del héroe de sobreponerse a las dificultades, como ocurrió al producirse el Pacto del Zanjón, el 10 de febrero de 1878.
En medio de esta coyuntura, el general Maceo seguiría los consejos de su amigo de armas Máximo Gómez de solicitarle a Arsenio Martínez Campos un plazo largo, suficiente para levantar la moral y unir a los cubanos. El objetivo de esta acción era ganar tiempo para aunar la voluntad del mambisado a favor de continuar la guerra, enviando cartas y mensajes a los distintos jefes que creía se mantenían sobre las armas. No obstante, la propuesta planteada por Maceo fue rechazada por Martínez Campos, por el peligro que significaba una tregua tan larga para la victoria de sus planes, coordinándose la entrevista en el mes de marzo.
La Protesta de Baraguá, ocurrida el 15 de marzo de 1878, representó un avance en la trayectoria político-militar de Maceo, al desconocer las bases del Zanjón, porque las propuestas planteadas no reconocían las soluciones al conflicto armado cubano-español: la independencia de Cuba y la abolición de la esclavitud. Su decisión de continuar la guerra, así como los hechos ulteriores, no solo salvarían la moral de los cubanos, sino que vendrían a sellar el vacío de las instituciones mambisas existentes, al darle un cuerpo legal al movimiento independentista cubano y conformarse un gobierno provisional y una constitución, de acuerdo con las circunstancias del momento. Este hecho significó el ascenso de los sectores populares en la dirección de la revolución. En tal sentido, Raúl Roa definió a Maceo como «[…] el jefe insurrecto de más puro instinto revolucionario de la gran década (…) no podía, sin negarse a sí mismo, admitir ni aceptar la capitulación del Zanjón, paréntesis amargo de una lucha sin tregua».
Finalizada la guerra de los Diez Años, se inicia la etapa del exilio del héroe de Baraguá —el 10 de mayo de 1878, el cual concluye el 1ro. de abril de 1895—, con su regreso a Cuba por las costas de Duaba (Baracoa). Durante estos 17 años, Maceo logra entender la necesidad de que el movimiento independentista cubano se enlazase con el ideal antillanista. Por otra parte, logró salir ileso de los diferentes atentados y presiones diplomáticas ejercidas por España en el Caribe insular. En esas complejas circunstancias, pudo escapar de la persecución de las cañoneras españolas al solicitar asilo político al gobernador Anthony Musgrave, representante de las autoridades coloniales inglesas en Jamaica.
De igual modo, mostró sus simpatías a favor de la unidad regional durante su estancia en Honduras (1881-1884). En Costa Rica, en la década de los 90, construyó una colonia agrícola en Nicoya, que permitió la aglutinación de un grupo de cubanos a favor del nuevo intento insurreccional, así como estrechó relaciones de amistad con diferentes líderes del liberalismo sudamericano, como fue el general ecuatoriano Eloy Alfaro.
Otro de los rasgos más destacados de su personalidad, se percibe en sus opiniones sobre el conflicto cubano-español, al plantear que la guerra no era contra el español sino contra el régimen colonial, desmentir los criterios en su contra de una «guerra de razas», y abogar por la eliminación de los privilegios y desigualdades sociales que acentuaban las diferencias raciales y clasistas.
Sus valoraciones de la sociedad cubana del siglo XIX le permitirán asumir el criterio de que la guerra era la única vía para lograr los objetivos del movimiento independentista, al oponerse a las corrientes derrotistas y autonomistas resurgidas después del Zanjón; y apoyar las labores del Partido Revolucionario Cubano bajo la dirección de José Martí.
Para Maceo, el movimiento independentista cubano no se circunscribía solamente a la eliminación del sistema colonial hispano, sino a la formación de una república donde estuviesen representados todos los elementos de la sociedad, sin distinción de razas, estatus social o económico.
A los delegados a la Asamblea Constituyente, el 30 de septiembre de 1895, el Titán señaló: «[…] Fundemos la República sobre la base inconmovible de la igualdad ante la ley. Yo deseo vivamente que ningún derecho o deber, título, empleo o grado alguno exista en la República de Cuba como propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible por consiguiente a la totalidad de los cubanos».
En la contienda del 95, Maceo se identificaría con las normas y costumbres de la guerra civilizada, al brindar un trato humano a los heridos y prisioneros enemigos, marcar diferencias en su actuar con el de la dirigencia hispana; así como recriminar la política sanguinaria contra la población civil y plantear que el conflicto armado solo debía afectar a las personas involucradas.
Por eso, concedió especial interés a la instrucción y educación de las tropas, con el objetivo de que conocieran las leyes que regían la República en Armas, mediante la lectura e instrucción diaria al soldado.
De igual modo, vislumbró los peligros de las intervenciones extranjeras en los asuntos internos de Cuba, en particular del gobierno estadounidense, y desarrolló una posición antinjerencista y antimperialista en concordancia con el pensamiento martiano. El 12 de junio de 1896, le escribe a Diego González: «Los americanos y los españoles podrán concertar los pactos que quieran, pero Cuba es libre dentro de breve término y puede reírse de negociaciones que no favorezcan su emancipación».
La actitud digna y de principios se hace más firme en Maceo, al reafirmar la capacidad de los cubanos de lograr la independencia por medio de las armas, oponiéndose a la intervención de Estados Unidos. Por estas razones, en carta al coronel Federico Pérez Carbó subrayaría el 14 de julio de 1896: «De España jamás esperé nada; siempre nos ha despreciado, y sería indigno que se pensase en otra cosa. La libertad se conquista con el filo del machete, no se pide; mendingar derechos es propio de cobardes incapaces de ejercitarlos. Tampoco espero nada de los americanos; todo debemos fiarlo a nuestros esfuerzos; mejor es subir o caer sin ayuda que contraer deudas de gratitud con un vecino tan poderoso». Estos juicios y criterios definirían su posición radicalmente anticolonialista, antiesclavista y antianexionista, como parte de su conducta y acción.
Años después, nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, expresó: «[…] nosotros pertenecemos, Antonio Maceo, a tu estirpe, a tu sangre, a tu coraje, a tus ideas… ¡Gracias Maceo porque nos diste esta oportunidad!».
Bibliografía consultada: Mesa Redonda La familia Maceo Grajales: historia, ética y cultura, Santiago de Cuba, Cuba, 29 de noviembre de 2001; Portuondo, José Antonio. El pensamiento vivo de Maceo, Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1971; Raúl Roa. Aventuras, venturas y desventuras de un mambí, Editorial de Ciencias Sociales, la Habana, 1868; Revista del Centro de Estudios Antonio Maceo, número 2, diciembre de 2008; Torres-Cuevas, Eduardo, En busca de la cubanidad, Editorial de Ciencias Sociales, la Habana, 2006, tomo II; Periódico Granma. La Habana, octubre/1991, Discurso del Comandante en Jefe Fidel Casto Ruz.
Investigadores del Centro de Estudios Antonio Maceo Grajales
(Tomado de Juventud Rebelde)
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