En sus 82 años de existencia, este abogado bayamés libró infinidad de batallas: fue abolicionista cuando en Cuba casi nadie lo era, y serlo se consideraba un pecado. Pregonó su intransigente antianexionismo en contra de gran parte de los terratenientes en el país, quienes abogaban por la anexión a Estados Unidos.
La sacarocracia de Cuba, una vez convencida de que España nunca concedería a la isla el estatus de provincia, y ante la amenaza de que capitulara a las presiones de Inglaterra para que se aboliera la esclavitud, volvió sus ojos hacia el vecino país norteño, donde halló aliados, sobre todo en el Sur.
Si bien algunos de los hacendados insulares quedaron obnubilados por las libertades democráticas, al menos esbozadas teóricamente, de la Constitución estadounidense, los más pretendían la incorporación de Cuba a los Estados Unidos por las grandes ganancias y ventajas económicas que ello les reportaría.
Saco sostuvo múltiples polémicas con varios partidarios del anexionismo, a quienes en un lenguaje coloquial les desmontó toda su argumentación en pro de esa corriente ideológica.
José Antonio Saco y López-Cisneros nació en Bayamo, el 7 de mayo de 1797. Discípulo de Félix Varela, lo sustituyó en la Cátedra de Filosofía del Seminario de San Carlos en 1821, donde también se desempeñó como profesor de Ciencias Físicas.
Por motivos de estudios viajó a Estados Unidos en 1824. Allí editó junto con su maestro Varela la publicación El Mensajero Semanal. y desde sus columnas sostuvo en 1829 una polémica, en defensa de José María Heredia, con el escritor español Ramón de la Sagra, a quien literalmente destrozó con sus argumentos.
En 1832 marchó de regreso a Cuba. Dirigió la Revista Bimestre Cubana y el colegio Buenavista. Su defensa constante de los desterrados Heredia y Varela le ganó la ojeriza de los funcionarios coloniales. En 1834, el capitán general Miguel Tacón lo desterró a Trinidad. Saco optó por marcharse de Cuba.
Fijó residencia en Madrid. Elegido como diputado de Cuba a las cortes españolas en tres ocasiones, nunca pudo asumir el cargo. Durante décadas abogó porque España concediera reformas a la isla, pero no fue escuchado. Entonces profetizó: “O España concede a Cuba derechos políticos o Cuba se pierde para España”.
Es bueno aclarar que aunque mantuvo una vertical actitud contra el anexionismo, nunca Saco fue un revolucionario radical. Solo consideraba como cubanos a los criollos blancos, excluyendo a los negros y mulatos. Tampoco era partidario de una insurrección independentista.
Publicó en 1848 su principal obra contra el anexionismo: “Ideas sobre la incorporación de Cuba en los Estados Unidos”, donde expresaba: “…desearía que Cuba no solo fuese rica, ilustrada, moral y poderosa, sino que fuese también Cuba cubana y no anglosajona”.
Subrayaba, además, que, en caso de una anexión, Estados Unidos “aspirará a la dirección política de los negocios de Cuba; y la conseguirá, no sólo por su fuerza numérica, sino porque se considerará como nuestra protectora o tutora y mucho más adelantada que nosotros en materias de gobierno”.
Entonces “los cubanos serán excluidos de todos o casi todos los empleos: y doloroso espectáculo es por cierto que los hijos, que los amos verdaderos del país, se encuentren en él postergados por una raza advenediza. Yo he visto esto en otras partes, y sé que en mi patria también lo vería”.
Sus contundentes consideraciones motivaron réplicas, entre ellas, tres folletos publicados en Estados Unidos, cuyos autores se ampararon en los seudónimos de Amigo, Discípulo y Compatricio. Luego se supo sus verdaderas identidades: Ramón de Palma, Lorenzo Alfo y Gaspar Betancourt Cisneros.
El bayamés rápidamente respondió con su “Réplica de don José Antonio Saco a los anexionistas que han impugnado sus ideas sobre la incorporación de Cuba a los Estados Unidos”.
En ella, tras reiterar algunos de los argumentos esgrimidos en “Ideas sobre la incorporación….”, añadía: “Yo no puedo ser partidario de una anexión que, aunque pacífica y ventajosa por muchas razones, mataría dentro de unos pocos años la nacionalidad cubana”.
Según un contemporáneo, “el efecto que produjo el razonamiento de Saco fue tan grande y tan activo que la tendencia anexionista, atajada en sus principios, perdió su prestigio y ascendencia moral, y ya no fue, durante aquel momento histórico, sino la aspiración de unos pocos”.
Con la intervención yanqui de 1898 y la posterior imposición de la Enmienda Platt (1901), la tendencia anexionista adoptó una nueva modalidad. La mayor parte de la burguesía cubana no vio en el oprobioso apéndice constitucional una afrenta a la soberanía nacional sino una póliza para su seguridad y bienestar.
Con mentalidad de cipayos, se adaptaron a la posición de protectorado del imperio y dirigieron sus ojos hacia Washington ante cualquier contingencia. Lo mismo para sustituir a un tirano de derecha como Machado, que para derrocar una revolución agraria y antiimperialista como la de Fidel Castro.
No es de extrañar que ante las leyes revolucionarias hayan buscado refugio al sur de la Florida. Incapaces de derrotar por sí mismos a la Revolución, como se evidenció en Girón y el Escambray, suplicaron por una invasión armada yanqui a Cuba. Al estilo de las recientes a Irak, Afganistán y Siria.
Como en tiempos de Saco, han hallado aliados en el Congreso estadounidense, que sigue emitiendo créditos para una radio que no se oye y una TV que no se ve, aparte de mantener leyes extraterritoriales, como la de Ajuste Cubano, Helms-Burton, Torricelli y demás engendros, para el agravamiento del bloqueo.
Junto con este anexionismo de nuevo tipo, al que algunos gustan llamar “plattismo”, hay voces dentro de la comunidad cubanoamericana, políticamente ingenuas y trasnochadas, que abogan, como ciertos hacendados criollos del siglo XIX, porque Cuba forme parte como estado 51 de la nación norteamericana.
A un siglo de distancia, el pueblo cubano, que tanto combatió al anexionismo en el siglo XIX y al injerencismo político y económico yanqui en el XX, no se ha cansado de luchar ni se cansará.
¿Debemos extrañarnos, pues, que cuando los familiares de Saco se negaron a poner su epitafio sobre su tumba, al ser trasladados sus restos a Cuba, décadas después de su muerte, el pueblo lo inscribiera en el monumento erigido en el Cementerio Colón?
Porque como expresara el abogado bayamés, los genuinos hijos de este archipiélago, los verdaderos defensores de la nacionalidad y la cubanía, somos más cubanos que todos los anexionistas juntos.
(Tomado de Cuba Ahora)
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