La jerga económica nos ha invadido de tal manera que los atentados ya no se sufren o se digieren sino que se gestionan. Una buena gestión de una matanza no altera el número de muertos y heridos pero, según parece, atempera el horror y embrida las emociones, analiza el miedo y el odio. A mayores permite a los responsables políticos no perder la confianza de los ciudadanos aunque la propia comisión del atentado y sus circunstancias –en el caso de Barcelona preparado durante medio año sin levantar sospecha alguna en los cuerpos policiales- o la posibilidad ya revelada de que sólo el azar –la explosión de Alcanar- impidió una matanza mucho mayor fueran motivo más que suficiente para la aprensión y la suspicacia.
De la gestión de atentados se ha aprendido mucho después de que hace trece años en Madrid se redactara un manual sobre lo que no hay que hacer nunca en estos casos, y se comprobara que ni la manipulación de los hechos ni la supuesta conspiración tejida burdamente a posteriori con agujas del ocho son políticamente rentables, otro término económico con el que se mide el espanto.
De aquel baño de sangre en las estaciones se extrajo como enseñanza que instrumentalizar a los muertos no aporta ningún beneficio, y de ahí que en Barcelona se haya escenificado en la medida de los posible una imagen de unidad que tiene mucho de artificial pero que aporta un indudable efecto sedante. La unidad o su apariencia no lanza ningún mensaje a los terroristas ni les hará replantearse sus acciones futuras. Es un producto de consumo interno para una sociedad conmovida que haría pagar a sus representantes el precio del enfrentamiento.
En un momento tan convulso como el actual todos saben o, al menos, intuyen, que los atentados tendrán consecuencias políticas, que es la otra gran lección del 11-M. De ahí ese juego sutil al que asistimos, en el que unos intentan demostrar al mundo su mayoría de edad para afrontar una crisis semejante y otros insisten en que la cooperación y la armonía institucional son la única vacuna posible contra el terror. Entre el somos capaces de hacerlo solos y el con nosotros estáis mejor se desarrolla esta soterrada pugna. A ninguna de las partes le interesa entre tanto romper esta fingida armonía, convencidos de que el primero que guiñe el ojo perderá la partida. Vincular el procés con los atentados será miserable pero es justamente lo que ambas partes están haciendo con el pudor necesario para que resulte inadvertido.
(Tomado de Público)
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