Dos semanas después de Irma, el bodeguero de la comunidad de Muñiz, en Bolivia, prefiere no recordar lo que vivió el 9 de septiembre, pero va dejando entrever, como en flashazos de la memoria, el susto más grande de su vida. La frase elocuente que usa, ahora que ya puede reír, es que si viene otro, aunque esté por Jamaica, el primero en montarse en la guagua será él.
“Me acobardé, se lo confieso. Cuando empezaron a volar las planchas de fibro de la casa en que estábamos, salimos corriendo y una mata casi nos cae arriba.”
Juan Carlos Bolaño pesa más de 200 libras y corrió por su vida, ligero de pies. Hablamos mientras despacha los huevos, la jamonada, el gofio y las galletas que recién trajo del pueblo y que los consumidores agradecen. Como su casa se cayó, duerme dentro de la bodega, también para proteger los víveres, pues en las esquinas faltan canelones.
En Muñiz se evacuaron mujeres y niños. Los hombres se quedaron en el batey a cuidar las pertenencias, porque “figúrese, siempre hay quien se aprovecha. Mire, a esa muchacha embarazada le robaron la canastilla, ¿usted sabe lo que es eso?”, dice Camilo Nerey, quien, en medio de la tragedia, ha sido hombro amigo y líder nato.
Carlos Gómez buscaba varas para levantar el techo que la gigantesca mata de mangos le tumbó. Pero ni varas hay en el monte. Una de sus vecinas, medio llorosa, aguardaba por él para que la ayudara a levantar un cuartico, hasta que lleguen los materiales.
Eso mismo esperaba Bárbara Alarcón, del otro lado de Bolivia, en la comunidad Enriqueta: la colaboración solidaria de sus vecinos para armar cuatro paredes y un techo de guano. Con un rastrillo apilaba las hojas secas y los restos de lo que fue su casa, en el momento en que llegué a removerle el sentimiento. Su vecino Yoandri le dio cobija y ella está esperando que en la cooperativa paguen la quincena para empezar a recomponer su vida.
A Carlos Cancela, Irma le desarmó su vivienda, después que había invertido 700.00 CUP en cambiar el guano, un año atrás, y le tumbó todos los árboles frutales del patio; apenas dejó intacta una esquinita sembrada de boniatos.
—Bueno, por lo menos dentro de un tiempito tendrá boniatos para comer.
—Sí, en dos meses más o menos. Aunque en ese tiempo yo levanto esta casa otra vez. Voy a recuperar lo que se pueda y con algo que dé el Gobierno, sigo pa’lante. Lo importante es que estamos vivos.
El viejo Cancela, a sus 73 años, tiene que empezar de nuevo. El nombre del batey donde vive, Cuatro Caminos, no le hace justicia a su futuro. Por delante solo tiene uno, forjado con el machetín y el martillo, que ni cuando conversa deja de lado.
Donde se acaba Cunagua, allá en la playa, Luis Orlando Reyes ya estaba reponiendo las tablas que perdió su pintoresca casita, montada en pilotes. Una “brigada” de muchachones, vecinos todos de su barrio en Santana, apretaban y fijaban los troncos de jata que resisten más la humedad y el salitre.
—Entonces, ¿el próximo verano volverá?
—¿El próximo verano?, qué va, en 15 días yo estoy listo. La playa, bien mirada, no quedó taaan mal para haber “recibido” a Irma de sopetón, pero tomará tiempo recuperar su peculiar encanto.
El único cuarto de mampostería de la casa de Claudio Morejón fue el que no resistió los embates del huracán más grande que él haya visto en sus 76 años. Ahora el hombre, que fue piloto de guerra, se gana la vida techando las antiguas viviendas dañadas del central Cunagua, gracias a que aprendió con su padre cómo poner una teja sobre otra para que el agua no se cuele entre la juntura.
Otra cosa que debe agradecer Claudio es su entrenamiento como piloto para no tener vértigo cuando sube al techo y una agilidad envidiable hasta por los jóvenes.
Quiere terminar de arreglar su casa para seguir con las demás, aunque ya ha reparado cuatro o cinco.
—¿Usted es muy carero?, indago.
—No mija, imagínate que le arreglé la casa a un viejito que yo sé que no tiene nada, y al final me dijo “¿qué te debo?”, y yo le contesté que me diera lo que pudiera. ¿Sabes cuánto fue?: 50.00 pesos.
Un rato antes de nuestra conversación había llegado de la calle, de buscar viandas. “Me gasté 80.00 pesos y solo traje unos boniatos, dos o tres yucas, unos limones y naranjas.”
—¿En la placita?
—No, en los particulares. Ayer también compramos pollo.
Si algo dice que una comunidad se recupera de un fenómeno devastador es la electricidad. En Cunagua llevaban más de 12 días sin corriente y a la gente se le veía en la cara el hastío, entre el calor que ha quedado después del huracán y los mosquitos enormes, como hombres con lanza, que los vientos sacaron del monte y de las costas, y dejaron caer sobre los caseríos.
Apenas tuvo electricidad, Rafael Pérez, Papito, sacó su máquina de pelar. Cuando los linieros granmenses que trabajaban a las 12:00 del mediodía en la esquina de su casa lo vieron, pensaron que era barbero y le cayeron en pandilla, porque hacía 12 días que no se pelaban. Reconoce que en su vida solo ha pelado a una persona: él mismo, pero “los muchachos querían y les pasó el uno a todos”.
El corte de Yovany Bello Orozco, jefe de brigada de Inversiones del contingente Desembarco del Granma, era, no obstante, más específico, y ahí tuvo que llamar a un vecino para que emparejara una “mentirita” que le había quedado.
—¿Y cuánto cuesta este pelado?, lo provoco.
—¿Y cuánto cuesta lo que ellos han hecho?, me derrota.
Las “chicas” del Banco Popular de Ahorro y de la Dirección Municipal de Educación, escobas en mano, esperaban bajo uno de los pocos árboles en pie a que el tractorista volviera para seguir cargando el follaje seco y el churre que ya van siendo menos en Bolivia. Aprovecho y les pregunto por el otro “dolor” de las situaciones como esta: la comida. Dicen que en la bodega y en el mercado han vendido arroz, chícharos, leche condensada, dulce de frutabomba a granel, viandas, pero que no todos alcanzan y que los precios están más o menos igual, y que ya la gente no tiene dinero porque hubo muchos que ni siquiera lograron cobrar antes del huracán. “Lo que no se ha hecho es habilitar un local donde se venda comida elaborada para quienes no tienen con qué cocinar.” sin embargo, Jorge Vázquez Inclán, vicepresidente del Consejo de Defensa municipal, aseguró que en al menos cinco comunidades se había adoptado esta alternativa.
Justo en la otra esquina había una pequeña cola para el granizado y otra, un poco mayor, dentro del mercado Ideal. A esa hora se podía comprar arroz a 4.00 CUP la libra, mermelada de guayaba a granel, chícharos, frijoles negros, jabón, pasta dental, cigarros y fósforos. En el punto de TRD contiguo también se aglomeraban las personas, y las dependientes recibían y vendían mercancías acabadas de llegar: agua en pomos de cinco litros, papel sanitario, pañales desechables, aceite y aseo personal.
En Bolivia el 60 por ciento de las viviendas resultó afectado y se contabilizan 578 derrumbes totales. Poco más de 120 personas todavía estaban en centros de evacuación, al tiempo que ya se comenzó a dar respuesta, a partir de la venta de materiales de la construcción y la entrega de subsidios para los más necesitados.
Trabajadores de Comunales, la Empresa Forestal, Comercio y Educación integran unas 15 brigadas mixtas que se han encargado de limpiar las calles y reorganizar los servicios. Este fin de semana el municipio alcanzará el 50 por ciento en el servicio eléctrico, acaso los primeros códigos para entender la recuperación.
(Tomado de Invasor)
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