Por: Eva Golinger
Ejércitos de bots. Arsenales de palabras. Municiones de caracteres. Una batalla de opiniones, influencia y persuasión. Una guerra para la atención pública.
Es asimétrica, clandestina y, a la vez, a plena vista. Los mensajes conocidos como “tuits” son balas y todos los usuarios somos soldados de la verdad o víctimas de la desinformación. Las fronteras han sido desdibujadas, el campo de batalla no tiene límites. Está en nuestras casas, nuestros teléfonos, nuestras pantallas. Está dentro de la intimidad de nuestras relaciones, nuestras familias y nuestros pensamientos.
La red social Twitter, que comenzó en el 2006 como intercambio de mensajes de texto entre amigos, se ha convertido en una red global de noticias, alertas, comunicaciones y exclusivas con más de 319 millones de usuarios activos cada mes. Es el campo de la nueva batalla de las ideas, donde la política y lo noticioso se mezclan con el mundo de la fama y la vida cotidiana. Desde el anonimato -o con la identidad expuesta-, Twitter nos coloca en una esfera de casi iguales, donde cualquier persona, desde la comodidad de su casa en cualquier rincón del mundo, puede participar -e influir- en los acontecimientos en desarrollo a nivel global con los personajes más poderosos.
Ciudadanos comunes y corrientes pueden conversar y debatir sin filtros con presidentes, ganadores de los Oscar y Grammy, periodistas estelares y empresarios multimillonarios. Los políticos pueden dialogar y comunicarse directamente con sus seguidores, sin tener que pasar por intermediarios. Campañas de influencia pueden ser distribuidas y multiplicadas en segundos -sin mayor revisión o censura-, provocando protestas, celebraciones, golpes y hasta victorias o derrotas electorales.
¿Quién hubiese imaginado que nuestros dedos se iban a convertir en las armas -y los vínculos- más poderosos del siglo veintiuno? Y como somos buenos innovadores, a veces ni siquiera son nuestros dedos los que marcan esas letras y emojis y articulan, en menos de 140 caracteres, nuestros pensamientos o mensajes. Investigadores estiman que al menos 15 % de las cuentas activas en Twitter no son de personas reales, sino de una fuerza armada de ‘bots’ que engañan y confunden como si fueran seres humanos. No hay cómo distinguir entre ser humano y ‘bot’ en Twitter. En el terreno asimétrico, la desigualdad nos convierte en iguales.
Cuarenta y ocho millones de bots hacen un ejército global poderoso, controlado por comandantes invisibles, con agendas ocultas. Están militarizando la información, usándola para promover los intereses de sus amos. Y el público -los usuarios- no puede distinguir entre la verdad y la mentira. Es la guerra psicológica re-potenciada y agrandada.
El caso del presidente estadounidense Donald Trump es un ejemplo. Entre sus 41 millones y pico de seguidores en Twitter, más de 4 millones son ‘bots’, que simplemente retransmiten sus mensajes o atacan a sus críticos en velocidad rápida por la plataforma digital. Trump es un usuario frecuente de Twitter. Ha hecho claro que es su vehículo informativo preferido por poder comunicarse sin filtro. Pero también porque tiene un ejercito personal de millones de ‘bots’ y seguidores anónimos que ejecutan sus ordenes sin controles ni reglas ni preguntas. Trump puede poner a circular una mentira -como ya lo ha hecho decenas de veces- y su ejercito personal de tuiteros bombardea al mundo con su desinformación. Siguiendo el consejo del propagandista nazi Joseph Goebbels, “una mentira dicha cien veces se convierte en una verdad”.
El gobierno de Estados Unidos vio el valor y potencial de Twitter como arma de guerra casi desde su comienzo, cuando la plataforma ascendió rápidamente en el mundo de las redes sociales. En el año 2009, por ejemplo, la Agencia para el Desarrollo Internacional de Estados Unidos (USAID, por sus siglas en inglés) financió talleres para entrenar jóvenes en el uso de redes sociales como arma política. Jóvenes activistas de varios países, con gobiernos adversos o no subordinados a Washington, fueron invitados a participar. Vinieron de Venezuela, China, Cuba, Siria, Egipto, Bielorrusia y Rusia, entre otros, para aprender las tácticas de movilización política, desinformación, diseminación y guerra psicológica en el mundo digital. Luego regresaron a sus países con sus arsenales informáticos y lanzaron -o re-iniciaron- manifestaciones y movimientos en búsqueda de cambios de régimen en sus naciones. Algunos lograron su objetivo, como en los casos de la Primavera Árabe, que tanto fruto dieron por la influencia de las redes sociales.
Las agencias de Washington, como NED y USAID, han seguido financiando con cientos de miles de dólares estos “movimientos” antigubernamentales de jóvenes en países como Venezuela, para equiparlos con las herramientas comunicacionales y digitales y seguir en sus luchas. Las redes sociales han sido identificadas como la principal arma de influencia en la batalla de la información, superando a los medios de comunicación tradicionales y la prensa escrita.
Por eso, no es de sorprenderse ver como ésta misma batalla se realizó en Estados Unidos durante la campaña presidencial del 2016. Con desinformación masiva, falsos positivos, tácticas de miedo y engaño, y la diseminación de información comprometedora, el peor y más peligroso candidato de la historia del país logró ser electo.
Los dueños de Twitter son capitalistas, no son nacionalistas. Mientras más atención y uso de su plataforma haya, más ganancias les genera. Por eso intentaron vender todo un plan de ‘marketing’ al canal ruso RT, pidiendo hasta tres millones de dólares en publicidad para una campaña orientada a influir -o informar- sobre las elecciones presidenciales en Estados Unidos en 2016. Seguro hicieron lo mismo con otros medios de comunicación a nivel mundial.
Resulta, entonces, hipócrita -y tal vez un poco resentido, porque RT rechazó su oferta- que ahora Twitter, arropándose en la bandera estadounidense y su patriotismo, prohíba la venta de publicidad a RT y a Sputnik, otro medio ruso. Si hubiesen hecho lo mismo contra un medio occidental, el mundo estaría gritando sobre la grave “violación a la libertad de prensa”. Pero como RT no pagó por su influencia, efectividad y popularidad, sino que la generó por la calidad y la creatividad de su información -la cual no siguió las líneas de Washington-, es castigado y censurado frente a un silencio global.
Que no tengas duda. Twitter se ha convertido no solamente en un arma del gobierno de Estados Unidos, sino también en un sicario del capitalismo. Úsalo sabiendo que en cualquier momento podrías ser dado de baja por no obedecer las órdenes y la línea de Washington y la élite global, o por exponer verdades inconvenientes. Mira el caso de la actriz de Hollywood Rose McGowan. Por levantar su voz y denunciar a los poderosos acosadores sexuales del mundo del cine, su cuenta de Twitter fue suspendida. Las cuentas de los depredadores, violadores y acosadores siguieron operando con plena libertad, mientras censuraron a la valiente víctima que rompió el silencio impuesto y gritó ¡Basta!
(Tomado de Russia Today)
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