Por: Juana Carrasco
Ha pasado 365 días en el poder y probablemente no ha dejado atrás ni una sola jornada sin que haya estremecido al mundo o puesto en pie de resistencia a buena parte de sus compatriotas, mientras la otra buena parte le aplaudía. Aunque le gustaría no recordarlo, existen fotos y videos de las protestas del día inaugural y del medio millón de personas que desfiló por Washington D.C. al día siguiente, prevaleciendo los letreros de No my President.
Ahora, Donald Trump inicia este sábado 20 de enero de 2018, su segundo año al frente de la Casa Blanca y nadie ponga en duda que también dará titulares en los medios, un día tras otro, de manera que algunas de las trumpadas queden «olvidadas» por sobresaturación de tuits, declaraciones destempladas, desmentidos, pasos en reversa de políticas nacionales e internacionales, dimes y diretes, acontecimientos y chismes, tal y como sucedió en 2017.
Este hombre —en definitiva un showman de la tele—, sabe muy bien cómo salir (más por las malas que por las buenas) en las primeras planas y cómo tensionar al planeta con disparatadas políticas belicistas que mantienen a Estados Unidos en un permanente estado de guerra; aunque a decir verdad no puede firmar como autoría personal, simplemente lo ha heredado y lo magnifica…
Aquel 20 de enero de 2017, tras la entrada a escena, Trump firmó su primera orden ejecutiva destinada a desmantelar el sistema de salud conocido como Obamacare (el Affordable Care Act, que supuestamente posibilitaría que todos los estadounidenses lograran acceso a la atención médica). Mucho trabajo le ha costado reemplazarlo por el «algo mejor» prometido y hasta ahora ni lo uno, ni lo otro.
Recordemos que el 23 de enero, su primer día completo de trabajo —por cierto, se supo después que comienza a las 11 de la mañana, pues antes tuitea y ve televisión—, el 45to. presidente de Estados Unidos se reunió con líderes de los negocios más suculentos del imperio y les hizo una promesa que fue cumpliendo a lo largo de ese primer año de administración: cortar al menos el 75 por ciento de las regulaciones gubernamentales, y efectivamente, adelantó en ese camino cuando levantó las restricciones sobre la producción de esquisto, petróleo, gas natural y el llamado carbón limpio de las reservas energéticas de Estados Unidos; y levantó las restricciones al oleoducto de Keystone y Dakota Access, todas acciones altamente contaminantes y lesivas también a tradiciones culturales ancestrales de los pueblos originarios y a sus tierras.
«Por primera vez hay un presidente francamente antimexicano en la Casa Blanca», fue el comentario a la agencia DW de Luis de la Calle, exnegociador jefe del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que involucra también a Canadá y que Trump puso en la picota porque asegura no beneficia los intereses estadounidenses. A esto juntó la intención —que todavía no ha podido ejecutar porque el Congreso no ha aprobado los 1 500 millones de dólares para el inicio de la obra— de construir el muro fronterizo destinado a detener a los migrantes irregulares y, además, obligar a México a pagar el muro.
Por supuesto, sacudió los cimientos de esas relaciones bilterales, con una consecuencia política: el 93 por ciento de la población mexicana rechaza al Presidente estadounidense, que se convirtió en la figura de más éxito en las tradicionales piñatas que en las fiestas se destrozan a puros batazos.
El tema migratorio fue una de sus grandes «hazañas» mediáticas y divisorias de una nación fundada y engrandecida por muy diversas oleadas de migrantes. Por el camino fue deparramando zarzas a diestra y siniestra para restringirla con vetos de entrada al país, una trampa en la que cayeron los ciudadanos de siete países de mayoría islámica; poner fin al Estatus de Protección Temporal (TPS) para nicaragüenses, haitianos y hace pocos días por los salvadoreños; eliminar los sueños de los dreamers al poner fin a la DACA otorgada por Obama, la política que protege de la deportación a 750 000 jóvenes indocumentados que entraron a EE. UU. cuando eran todavía niños.
Esa política xenófoba que aísla a Estados Unidos y deja en la incertidumbre cómo funcionaría ese país sin inmigrantes, tuvo una tapa sobre la olla hirviente con la verborrea de hace unos pocos días en una reunión en la Casa Blanca, cuando Trump insultó al mundo entero de una manera mucho más indignante. Algunos importantes políticos de su propio país estimaron que el Presidente tenía el shithole en su boca o en lugar de cerebro, pues así llamó a precisamente a Nicaragua, Haití, El Salvador y las naciones africanas.
En ese desenfreno por darle marcha atrás a lo que hizo su predecesor, Cuba también fue blanco de sus medidas y provocaciones. Un mitin en Miami, con fuertes visos de show electorero con la obsoleta extrema derecha de políticos y personeros de origen o ascendencia cubana, abrió el camino. Luego las decisiones de septiembre para dañar lo avanzado en las relaciones bilaterales entre Cuba y Estados Unidos, con el casi desmantelamiento consular al retirar una parte considerable de su personal en La Habana y expulsar a igual número de diplomáticos cubanos de Washington. Las regulaciones para poner en práctica esa «nueva política hacia Cuba» han dañado el intercambio cultural, deportivo y académico entre los dos pueblos, y sobre todo han entorpecido los viajes familiares y está en interrogación el cumplimiento del acuerdo migratorio y el otorgamiento de al menos 20 000 visas anuales para los cubanos que quieran emigrar porque renviaron a Colombia, México u otros países sus actividades consulares.
Romper tratados y acuerdos o intentar hacerlo se volvió una práctica común para la administración Trump: los Acuerdos de París sobre Cambio Climático, el Acuerdo Transpacífico, la retirada de la Unesco, recortar su aporte al financiamiento de la Organización de las Naciones Unidas, a la organización de la ONU para los refugiados.
Una de sus frases primigenias fue «Tenemos que renegociar nuestros acuerdos comerciales y tenemos que impedir que esos países roben nuestras compañías y nuestros empleos», y con esa visión miró lo mismo a Canadá que a China.
La extensión de su lista de países sancionados, junto a las amenazas de utilización de las armas en zonas de alta tensión como la Península Coreana y hasta contra Venezuela se inscriben en la agenda de un año terrible y lleno de no pocos sustos, que llevaron al Papa Francisco a asegurar que la tercera guerra mundial se está dando por fragmentos.
El Pentágono aumentó sus tropas en Irak y Afganistán, también en la mayor parte de los países del Medio Oriente. Incrementó las operaciones militares dentro de Siria con el objetivo de proteger a los grupos y organizaciones armadas que intentan derrocar a Bashar al Assad, y pretende romper definitivamente y de manera unilateral el acuerdo nuclear con Irán que involucra a seis países.
Rusia y China han sido declarados los enemigos potenciales priorizados en la nueva Estrategia Nacional de Defensa, que recién el viernes 19 de enero se ha oficializado con la divulgación por el Pentágono de su presentación por parte del general retirado James Mattis, secretario de Defensa.
Donald Trump también ha dejado lastre en los propios Estados Unidos, donde ha echado leña al fuego en más de una ocasión a las manifestaciones racistas, discriminatorias, xenófobas, violatorias de derechos civiles, constitucionales y humanos de los estadounidenses.
A los más ricos —segmento minoritario del cual forma parte— les dio el regalo navideño de un sustancial recorte de los gravámenes fiscales, en detrimento de los más necesitados, pues eso significa a su vez recortes en los presupuestos sociales.
En las impúdicas actitudes destaca el menosprecio que hizo a los puertorriqueños. A la colonia le lanzó rollos de papel higiénico en medio de la catástrofe que significó el paso del huracán María. No hay fondos de emergencia para los que técnicamente son también ciudadanos de Estados Unidos y dejó claro su condición de segunda o tercera clase frente a la atención que se le diera a los estados damnificados por ese ciclón y por el Harvey.
La reforma fiscal no fue el único triunfo de Trump, también en sus éxitos se cuenta el nombramiento del ultraconservador Neil Gorsuch como juez de la Corte Suprema para ocupar la vacante dejada por la muerte de Antony Scalia. Este nombramiento de un hombre de 50 años de edad garantiza por décadas una visión retrograda en la jurisprudencia y en la política estadounidense, pues es un cargo de por vida.
No son estos los únicos acontecimientos, quizá sí los más destacables o promovidos por los medios.
El 45to. presidente de Estados Unidos dio al mundo y a su país un año impredecible y el 2018 no se augura muy diferente. Seguirá a lo interno haciendo mofa o derribando rivales, con la misma displicencia con que se tomó más de tres meses de vacaciones en sus campos de golf, hará caso omiso al consenso internacional para imponer el de Washington, pondrá a su país y al planeta alguna que otra vez al borde de un cataclismo bélico,
Habrá nuevos intentos de llamar al impeachment, hasta ahora con poco impulso, pero posiblemente sus correligionarios republicanos sientan la presión en las urnas, porque en noviembre próximo son las elecciones de medio tiempo y las cuentas que Trump sabe sortear, puede que se las pasen a los políticos del Capitolio.
No se extrañarán los pequeños movimientos telúricos que fueron sacudiendo de vez en vez la plantilla de consejeros, asesores, secretarios u otros funcionarios de la Casa Blanca y del Gabinete, pues continuarán las controversias internas.
Estemos preparados para el segundo año. Todo puede suceder.
(Tomado de Juventud Rebelde)
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