El discurso del secretario de Estado Rex Tillerson, a modo de eje ordenador en su agenda con el objetivo de aumentar las presiones sobre Venezuela durante una gira por varios países de Latinoamérica, deja ver el empleo de un discurso violento y belicoso por lo grandilocuente del tono utilizado, que busca no sólo producir un efecto de intimidación hacia el país, sino también un contrapeso a lo que el curso de la realidad política venezolana ha venido determinando.
En primer lugar, Tillerson puso en relieve frente al micrófono una serie de construcciones narrativas que refuerzan la política de asedio y confrontación directa contra Venezuela. El Secretario de Estado dio preeminencia a conceptos clave como “cambio de régimen”, lo cual deja ver las grandes simetrías existentes con las agendas de intervención (directa o proxy) en países de Medio Oriente durante los últimos años. En su momento los gobiernos de Siria y Libia también fueron nombrados como “corruptos y hostiles”, dos calificativos utilizados por Tillerson contra el Gobierno de Venezuela.
La situación general del país, con el acento puesto en lo económico, fue definida a modo de sobreexponer el expediente de crisis humanitaria que desde el año 2016, mediante las coordenadas establecidas por importantes tanques de pensamiento (casos Consejo de Relaciones Exteriores e Instituto Brookings), se le ha impuesto progresivamente al país.
A criterio del funcionario diplomático, “venezolanos mueren de hambre, el saqueo es común y los enfermos no reciben la atención médica que necesitan”, por lo que “el régimen de Maduro debe rendir cuentas”.
Visto en tanto eje ordenador de su discurso, ya que el tema económico se ubica en el centro del conflicto político venezolano, a lo que subyace el plan de “ayuda humanitaria” con fines de intervención dirigido por el Congreso de EEUU, Tillerson presentó las sanciones como acciones selectivas contra funcionarios del Estado venezolano, trasladando la responsabilidad sobre la gravedad de sus efectos hacia el Gobierno y buscando presentarse como un actor político que plantea ayudar a Venezuela.
Al mismo ritmo del encubrimiento de las sanciones financieras que pesan sobre el país, otros vacíos interesados en el discurso de Tillerson también hablaron por sí solos. El Secretario no hizo referencia a hitos políticos importantes de la coyuntura venezolana, como la instalación de la Mesa de Diálogo en República Dominicana y los resultados de tres procesos electorales en menos de ocho meses, haciendo ver su total desconocimiento hacia la estabilidad alcanzada por el chavismo en los últimos meses, pero también hacia los dirigentes opositores que participan en las negociaciones. Con sus palabras, Tillerson les hace un flaco favor al exponerlos a mayores costos políticos y electorales en el futuro inmediato. Y eso pareciera también formar parte del plan a mediano plazo.
Bajo este eje narrativo, EEUU en palabras de Rex Tillerson, se abroga para sí el escrutinio de lo que es y no es constitucional en Venezuela, pues exigió a un Gobierno que ha convocado a tres elecciones en menos de un año “regresar a la Constitución y retomar al proceso democrático que hizo de Venezuela un gran país en el pasado”.
Otro aspecto cardinal fue el llamado abierto que hiciera a la Fuerza Armada Nacional Bolivariana para que derrocara al presidente Maduro, o en la neolengua de Tillerson, la invitación a transformarse en “agentes de cambio”, lo que corresponde a un intento de atemorizar a los líderes del ejército toda vez que pidió una “transición pacífica”. ¿La confirmación de mayores represalias si no es cumplido el objetivo? Rex Tillerson, en ese punto clímax, trajo hasta el presente el ciclo de dictaduras militares en el Cono Sur que tan útiles fueron a Washington para frenar la influencia de la Unión Soviética. Tal parece que en el plano geopolítico, y desde el lenguaje, se plantean los mismos derroteros.
Por más que en términos de realpolitik los objetivos de la gira de Tillerson parecieran estar lo suficientemente delineados, a saber, consagrar un aumento de las presiones financieras y diplomáticas contra Venezuela, no es menos importante el tono empleado, y sobre todo, el sitio desde el cual intenta entablar un puente comunicativo con la cuestión venezolana.
Y claramente existen rasgos de desubicación que escenifican una ausencia total de consistencia política. La referencia al cuerpo castrense venezolano se realiza desde la intención de que el llamado produzca el efecto político deseado -el golpe militar- sólo con base en la intimidación y la exaltación del lenguaje. La negación de la diplomacia en beneficio de la antipolítica también pasa por transformar la política exterior en un ejercicio estrafalario.
La mención al transcurrir de la política local desvanece el anclaje en sus interlocutores, toda vez que son tomados como rehenes y presionados a alejarse de los rediles de la política. Por otro lado, el puente que se intenta establecer con la población pasa por una entidad abstracta referenciada como “millones de venezolanos”, a los cuales se les desconoce su decisión en los últimos procesos electorales.
El planteamiento de volver a la Constitución y la determinación de que la presión sobre el país entrará en una nueva escalada, choca directamente con la realidad y pudiera traer consigo, como en efecto ocurrió durante el segundo semestre de 2017, una mayor cohesión y reafirmación política en torno a la defensa nacional: un activo discursivo e histórico imbrincado en los códigos del chavismo.
El tono violento y exaltado de Tillerson busca ser un sustituto de la realidad venezolana, un intento de mostrar fuerza y determinación de poder moverla en sus rasgos transversales. Y eso en sí describe cierto agotamiento y los riesgos que plantean asumir para intentar sobreponerse.
La búsqueda por revitalizar la Doctrina Monroe es otro elemento fundamental del nuevo plano que se abre paso en el conflicto venezolano. Según Tillerson, quien reivindicó dicha Doctrina, la presencia de China y Rusia en Latinoamérica rememoran al “colonialismo europeo”, pretexto que permitió a Washington emplear una política expansionista para hacer del hemisferio occidental su retaguardia geopolítica, militar y económica. El famoso “patio trasero” por el que Tillerson muestra preocupación de que China y Rusia ejerzan una creciente influencia, a su criterio “alarmante” y “preocupante”.
La globalización del panorama hemisférico en términos de disputa geopolítica global no es sólo un tiro por elevación a Venezuela por su relevancia (en términos político-estratégicos, energéticos y geográficos), también agrega una clave regional de importancia cardinal: Washington ve con preocupación que, incluso regímenes aliados (piense en Colombia, Chile, Argentina o Perú), sean un vehículo para que China inserte grandes proyectos de infraestructura y amplíe la compra de materias primas, además de la adquisición de armamento, lo que a la larga podría socavar la autoridad regional de EEUU. Es probable que la clase política regional, sin importar si su signo ideológico es idéntico al de la élite occidental, también pudiera estar bajo fuego si no pone un dique al financiamiento chino y ruso.
El reconocimiento al Grupo de Lima como frente para llevar a cabo la agenda coordinada de presiones que prevé Tillerson sobre Venezuela, es una clara delimitación de los activos políticos por el cual tratarán de investir como “latinoamericano” un muy posible escalamiento.
La gira de Tillerson está marcada por la coyuntura de las eventuales elecciones presidenciales en el país, hecho que condiciona el despliegue de los objetivos hacia la construcción de una postura lo bastante unificada para no reconocer los resultados electorales. Dependiendo del engranaje y su eficacia diplomática, sobre todo con miras a la Cumbre de las Américas en Lima, Perú, de este año, donde también se busca edificar un escenario de aislamiento a Venezuela, se despejará la ecuación de hasta qué punto EEUU correrá los límites utilizando esta coalición. Una solidificación del cerco diplomático y financiero que agrave la economía del país, con el fin de estimular nuevos escenarios de violencia bajo auspicio internacional, pareciera ser la opción menos complicada de negociar para EEUU.
Ya algunos medios privados de comunicación han adelantado que posiblemente la Administración Trump está barajeando la aplicación de un embargo petrolero, medida que aunque agresiva genera hoy menos resistencia que la intervención militar directa como “respuesta regional”. El canciller de México, Luis Videgaray, afirmó durante la visita de Tillerson que esa opción luce poco viable.
El pulso político venezolano, a la luz del discurso de Tillerson, profundiza su inserción definitiva en su fase internacional. El frente interno dirigido por la coalición del antichavismo sufre un progresivo desgaste y debilitamiento que provoca la entrada en operaciones del adversario real y de las agendas de confrontación directa por las variantes financieras, energéticas y diplomáticas. Mecanismos por los cuales se busca contrarrestar y diluir las recientes victorias políticas y electorales del chavismo, como también desestabilizar sus iniciativas en lo político y económico (lanzamiento del Petro y del nuevo Dicom, ampliación de los CLAP, reestructuación de PDVSA y lucha contra la corrupción) para modificar el estado actual de la situación del país.
Las acciones que se desplegarán en medio o después de la gira de Tillerson tendrán a su vez una reacción geopolítica por parte de Rusia y China. Ambos países ya han emitido sólidos comunicados para enviar un mensaje de que Tillerson no está jugando solo y que una acción desproporcionada podría contribuir, paradójicamente, a una mayor cohesión del eje multipolar que intentan quebrar por sus vectores regionales. Muy probablemente al hacer consciente esa encrucijada, provenga la necesidad de Tillerson de simular fuerza y autoridad regional con respecto a Venezuela, corriendo hacia adelante y esperando administrar lo mejor posible los resultados.
A lo interno el chavismo sigue demostrando capacidad de mantener la estabilidad política y de construir respuestas concretas al bloqueo financiero, como también de manejar los tiempos políticos y electorales en función de la defensa del país: una fortaleza que no se rompe tan fácilmente utilizando un lenguaje violento. Y de ahí la necesidad de EEUU de jugarse las cartas más pesadas y esperar a ver en qué resulta.
(Tomado de Misión Verdad)
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