Kasey Hansen, una maestra treintañera que imparte clases de educación especial en un colegio de Salt Lake City, Utah, coloca cada mañana sus libros y objetos personales en un bolso de color rosa brillante, decorado con diamantes de imitación, que la acompaña siempre hasta el aula. En uno de sus compartimentos, sellado por una cremallera, descansa Lucy, una pistola de mano modelo Cobra 380, de la que no se separa desde que la adquirió hace unos cuatro años. La tiene para defender a sus alumnos. Asegura que daría la vida por ellos. Es más, si fuera necesario, dispararía.
Esta joven profesora se ha convertido en el rostro más reconocible de un movimiento que pretende armar a los docentes de los centros educativos de los EEUU para hacer frente a ataques como el ocurrido en un instituto de Florida el pasado 14 de febrero. Esto ya es posible no sólo en Utah, sino en muchos otros estados del país, donde los educadores pueden portar un revólver con permiso de la dirección, sin que el alumnado y el resto del personal lo sepa. ¿Pero es esta la solución a masacres como la de Parkland? El debate reaparece con cada tiroteo.
En los EEUU hacerse con un arma es más sencillo que comprar una cerveza. Para adquirir un rifle semiautomático sólo hacen falta oficialmente 18 años, mientras que para el alcohol o para una pistola convencional hay que llegar a los 21. Estos límites están ahora en discusión tras el último suceso, aunque cualquier cambio legislativo se topará con la obstinada realidad, que la mayoría de legisladores de este país no quiere ni renunciar a la Segunda Enmienda ni restringir este derecho constitucional. Por ello, ante la creciente preocupación tras el episodio de la pasada semana, que costó la vida a 17 personas, el presidente Donald Trump ha abrazado la idea de entrenar y equipar con munición al profesorado. En definitiva, más Lucys en los bolsos.
Este plan incluiría la implementación de un plus económico para aquellos docentes que accedan a someterse a un cursillo y a portar un revólver de forma oculta mientras imparten clase. Aunque de momento es sólo un vago planteamiento de la Casa Blanca, y son los estados los que tienen la competencia en esta materia, la propuesta ha hecho saltar las alarmas entre padres, profesores y estudiantes. O más bien, en una parte de ellos. Otros aplauden.
Una encuesta publicada esta semana por ABC News y el Washington Post señalaba que el 42 por ciento de los estadounidenses cree que si los maestros estuvieran armados podrían evitar episodios como el de Florida. Muchos republicanos se suman a esta teoría, que la todopoderosa Asociación Nacional del Rifle respalda enérgicamente.
Pero permitir a los docentes que vayan a trabajar con un revólver a mano es algo que se está haciendo ya. De hecho, hay al menos nueve estados que permiten o no prohíben expresamente a los maestros llevar pistolas en el aula, un número que se eleva casi a 20 con ciertas restricciones, según una investigación de la NBC.
El suceso que desencadenó esta psicosis se produjo el 14 de diciembre de 2012 en una pequeña ciudad de Connecticut, en la escuela elemental Sandy Hook. El saldo, 20 niños y seis adultos muertos. Entonces se produjo el mismo debate que ahora.
“Nunca pensé en esto antes del tiroteo de Sandy Hook. Simplemente me marcó”, explica Hansen en una de las muchas entrevistas que lleva concediendo desde que se convirtió en una de las primeras maestras en entrenarse y hacerse con una pistola tras aquel suceso. “Me quedé pensando si todo lo que aquellos maestros pudieron hacer fue agrupar a esos niños en una esquina, colocarse frente a ellos para protegerlos y esperar que no pasara lo peor”, añade.
“No estoy aquí para decirles a todos los maestros que tienen que llevar un arma”, matiza Kasey. “Para mí, personalmente, era una solución mejor que simplemente esconderme en un rincón y esperar”.
Desde que pasó por un curso de entrenamiento y compró a Lucy, nunca se ha separado de ella. “Mi arma se ha convertido en parte de mí. La nombro, la uso en el campo de tiro y siempre la llevo conmigo. Es como otro accesorio”.
Idaho, Utah, Oregón, Texas, Wisconsin, Arkansas, Mississippi, Kansas o Colorado son algunos de los estados que no impiden a los maestros llevar armas ocultas en los recintos escolares y universitarios. En éste último trabaja Karl Donnelson. Lleva siendo profesor de Ciencias tres años, y éste es el primer curso que acude a clase armado, en concreto con una glock de nueve milímetros. Es un portador oculto. Ni alumnos ni el resto de docentes lo saben.
La esconde en su bota de vaquero, una prenda que no había usado hasta ahora. “No está cargada”, afirma mientras se desenfunda la pistola frente a las cámaras de la CBS. “La junta escolar no nos permitió poner un cargador”, apunta.
La ley de Colorado prohíbe las armas de fuego en las escuelas, pero permite a los distritos escolares designar oficiales de seguridad armados, que como requisito deben pasar un curso de tres días sobre armas de fuego y primeros auxilios, con un simulacro de tiro en el colegio.
Donnelson se ofreció voluntario para llevar una pistola a clase. Es uno de los cerca de 100 empleados armados en las escuelas de todo Colorado.
Este maestro se conoce al dedillo el protocolo. “Si se produce un tiroteo, todas las clases cerrarían inmediatamente sus puertas. Yo correría hacia los disparos, intentaría averiguar quién es el responsable y encargarme de él. Mi mayor miedo es confundirme y darle a un estudiante. Pero ese es el riesgo que corres llevando un arma. ¿Puede pasar? Sí, es posible. ¿Pero preferimos que maten a 50 niños o uno?”, relata.
Consciente del rechazo que puede generar esta medida en buena parte de la sociedad, este profesor defiende su postura. “Lo respeto, pero creo que nuestra comunidad quiere que nuestros estudiantes estén protegidos. No podemos permitirnos el lujo de contar con guardias de seguridad, y si los maestros están dispuestos a formarse, creo que deberían tener la oportunidad de ayudar. No estoy diciendo que vayamos a detener la violencia escolar por tener maestros con armas, pero al menos es un comienzo”.
En Texas, otro estado permisivo con armar al personal de los centros educativos, el Distrito Escolar de Claude cuenta con miembros de la plantilla que llevan pistolas ocultas. En este campus, un enorme cartel recibe al visitante con el aviso de que los trabajadores “están armados y podrían usar la fuerza que fuera necesaria para proteger a los estudiantes”.
Algunos padres están más seguros así. “Me hace sentir a salvo que tengamos personal disponible si algo sucede. Me da tranquilidad”, afirma Sarah, la madre de una estudiante a un canal de televisión local.
El superintendente de la escuela, Brock Cartwright, defiende la medida y explica que se trata de una acción preventiva y que los docentes dejarían las armas en el momento en que llegara la policía en caso de tiroteo. “Con suerte, nunca tenemos que usarlo, pero si lo hacemos, esperaríamos hasta que llegue la ayuda”. Hay que tener en cuenta que esta pequeña ciudad no cuenta con departamento de policía local, por lo que teme que la respuesta oficial no sea inmediata ante un eventual ataque.
Entre los profesores, las opiniones están repartidas. Por supuesto, hay un gran rechazo oficial. El presidente de la Federación Estadounidense de Maestros, con 1,7 millones de miembros, Randi Weingarten, considera que armar a los profesores es “una de las peores ideas” que ha escuchado nunca. Sin embargo, cada vez que se organiza un taller para enseñar cómo usar armas a los profesores, la respuesta suele ser numerosa, especialmente después de masacres como la de Florida.
En el plano político, los demócratas se niegan a esta solución. El senador por Connecticut Chris Murphy, por ejemplo, atribuyó este plan a una estrategia comercial de la industria de armas. “Usar la violencia para vender más pistolas y obtener más ganancias”, dijo.
El debate ahora está en cómo restringir la compra de fusiles y evitar que personas con problemas mentales puedan hacerse con cualquier tipo de munición. Sin embargo, la reforma constitucional para acabar de raíz con este problema no está sobre la mesa, pese a que las estadísticas hablan de 27 tiroteados al día en EEUU y de hasta 310 millones de armas en circulación.
Lo que es seguro es que, de momento, la solución de Trump y los republicanos no ha dado resultados visibles. Ningún profesor, revólver en mano, ha evitado ninguna de las masacres escolares que asolan EEUU desde hace años. Sí ha habido, en cambio, una primera profesora herida por ir armada.
Ocurrió en Utah, en la Escuela Primaria Westbrook en Taylorsville, un suburbio de Salt Lake City. Michelle Ferguson, una maestra con un permiso para llevar un arma, se hirió en la pierna cuando la pistola se le disparó aparentemente por accidente, mientras usaba el baño de la escuela. Por suerte, sucedió a primera hora y los alumnos aún no estaban en el centro. El tiro no sólo la lastimó a ella, sino que también dañó uno de los retretes. La reparación le costó 200 dólares, casi lo mismo que llega a valer un revólver semiautomático de ocasión en una de las muchas páginas que los venden por internet.
(Tomado de El Español)
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